Buscando consuelo entre las cenizas
Fue un año raro, de esos que cuesta mucho adjetivar sin caer en los eternos lugares comunes que suelen envolver a tragedias del calibre del megaincendio que se inició el 12 de abril en los cerros de Valparaíso y que dejó 15 muertos, centenares de heridos, más de 12 mil damnificados y casi 3.000 viviendas completamente destruidas. Fue, también y sin lugar a dudas, el año del humo y los sueños, acaso una escena repetida, pero con un alcance que deberá incluirse necesariamente en la historia del Puerto.
Y no nos referimos solamente al fuego, que como en todo desastre que se precie de tal, deja cicatrices y llagas que se prolongan más allá del tiempo, sino a ese pequeño lapso en el cual muchos creyeron -por qué no, creímos- que esta vez sí se harían las cosas de una manera adecuada para que nunca más en Valparaíso volviéramos a buscar consuelo entre las cenizas. Entonces fue que llovieron las buenas intenciones y las propuestas que, al igual que los voluntarios en aquellos aciagos días de abril terminaron chocándose entre sí y, tristemente, estorbando más que ayudando.
¿Cuánto de ese malentendido habrá por estos días? Es de suponer que bastante. Por lo mismo, y reconociendo el gran paso adelante dado por el Gobierno, algunos privados y las organizaciones civiles, es menester recordarles a cada uno de ellos, como también a todos los expertos, que llegó la hora de ponernos serios y de presionar y exigir que la reconstrucción sea una realidad concreta.
Cosa curiosa, Portugal, ese país al cual todos nuestros economistas miran para intentar igualar su ingreso per cápita, sufrió alguna vez uno de los peores desastres de la historia con un terremoto, seguido de un maremoto y un gran incendio que devastó todo Lisboa en 1755. La reconstrucción de la ciudad, realizada en el tiempo record de un año y dirigida por el primer ministro del Rey José I, el famoso Marqués de Pombal, puede verse hasta el día de hoy en sus edificios y glorietas. Sí, 1755. No es ningún error de tipeo.
Más de dos siglos y medio más tarde, quizás también sea la hora de mirar a todos aquellos que siguen quedando atrás, que viven en cerros sin agua potable, educación, retiro de basura, ni esperanza. Allá, donde no llegan ni siquiera las promesas y donde cualquier día de estos el fuego volverá a tocar a sus puertas, tal como lo había hecho en 2013, sin que nadie le prestara atención ni rasgara vestidura alguna.