Intento un análisis político desde mi oficio de escritor, asumiendo la impertinencia que eso implica. Comparto la imagen negativa de la política, sobre todo la institucional, que tiene un gran sector de la población, considerada como una criminalidad de cuello y corbata. La representación de los intereses populares (o de la gente) suele ser una impostura ideológica que oculta el objetivo final que es el del control absoluto. En la práctica es una lucha impúdica por espacios de poder en la que toman parte grupos fácticos o mafias partidistas. También puede ser vista como un mercado en el que suelen obtener los mejores espacios, los que tienen capital. La democracia sería ese momento en que los que carecen de recursos (o capital) o hegemonía fiscalizan e intentan controlar la institucionalidad. Estamos obligados a participar para controlar la criminalidad inscrita en estas voluntades.
En ese contexto observo lo que ha sido el municipio ciudadano en Valparaíso, instalado por una voluntad de fiscalización de los vecinos, por darle un enunciado más doméstico a una producción política. Lo concreto es que en Valparaíso hubo (o hay) un proyecto ciudadano que tiene las características de un laboratorio político que debía producir una nueva manera de hacer política. Y eso supuso un modo no ideológico-partidista de trabajo comunitario; por eso se la llamó estrategia ciudadana. Sin duda hubo creatividad cívica y grandeza de espíritu, siempre amenazada por la política tradicional, invasiva e incapaz de generar acontecimiento.
Dicha operación cívica comunal fue promovida por La Matriz, colectivo que supo conciliar muchas voluntades y grupos dispersos. Su primer gran logro fueron las primarias ciudadanas y luego el triunfo en las municipales. Lo más loable del grupo fue su renuncia a la hegemonía política para privilegiar el deseo colectivo y la diversidad. Había una necesidad de testimonio moral en eso, por eso el triunfo en las primarias de los "millennials autonomistas", tributarios de la tradición ideológica que promueve el partido de vanguardia, que conduce y hegemoniza el proceso de cambios.
La lógica indica que una de las tareas clave de la ciudadanía organizada (o no) es la revisión del cumplimiento del programa de la llamada alcaldía ciudadana y los ajustes al mismo, pero lo que ha prevalecido es el registro foquista de la política, la del grupo pequeño que se apropió de un capital político que no le pertenecía y abandonó el proyecto originario.
Tengo la sensación de que el autonomismo santiaguino se instaló en el municipio de una manera invasiva y nepotista, además de una colocación laboral que apunta más a la fidelidad al jefe que a la calidad de la gestión, la que deja mucho que desear a la luz de las evidencias que surgen del mal manejo de la Secpla, que no da con el tono del deseo. Su dirigente máximo a nivel nacional está contratado por la Cormuval como asesor comunicacional, pero en la práctica es un operador y su pareja cumple funciones estratégicas en el municipio.
Por otro lado, la opción frenteamplista del municipio fue muy posterior. El FA nunca estuvo ahí, aprovechó una situación política local para promover su negocio político a nivel nacional, frente a algo cuya radicalidad revolucionaria era, precisamente, el efecto micropolítico, lo que implicaba una nueva imagen de lo público, basada en una cultura urbana particular, como es la ciudad puerto. El autonomismo, en cambio, privilegia la política con mayúscula o el modo patriarcal de la misma, como diría más de alguna amiga mía con sensibilidad de género. No deja de ser un síntoma potente que los profesionales más emblemáticos de La Matriz sean dos arquitectos con vocación de urbanistas, nada menos que dos de sus concejales, los que son casi omitidos por el sistema alcaldicio.
Recuerdo con mucho afecto el proceso de construcción del proyecto de municipio ciudadano y siento que es algo que siempre debiera estar construyéndose, y no esa sensación de toma de posesión de un lugar de pertenencia y su colonización posterior. Imagino que el proyecto inicial se debiera retomar en algún momento y la ciudad vuelva a ser el centro de la gestión. Y el patrimonio, el medio ambiente y el desarrollo económico y cultural vuelva a estar en el centro de la política local.
Como agente cultural no puedo dejar de despreciar al municipio por permitir que los poderes fácticos ligados a la Nueva Mayoría se apropiaran del Parque Cultural. Me imagino que esa alianza posibilitará esas festividades metropolitanas de consumo de iniquidades y de producción de basura, simbólica y de la otra, como remedo de lo "popular". La ciudad merece otra cosa. ¿O no?
Marcelo Mellado
Escritor, exintregante del
Pacto Urbano La Matriz