La íntima búsqueda de Alberto Fuguet en su documental sobre la cinta "La ley de la calle"
tema. El escritor nacional viajó a la ciudad donde Coppola filmó su película en los 80.
Asoma, lejos de las carteleras de los multicines, una nueva remembranza desde la cantera de los difamados y agitados ochentas. Se trata de "Locaciones: buscando a Rusty James", más un ensayo cinéfilo que un documental canónico como lo define su autor, el periodista Alberto Fuguet.
El también escritor y cineasta, contó esta semana en el preestreno del trabajo, realizado en la cineteca de la Universidad Católica de Valparaíso, cómo tratando de hacer la lista de las películas de su vida no había podido traspasar de buena manera a las letras la poderosa imaginería de su filme favorito: "La ley de la calle" de Francis Ford Coppola. "Era difícil escribir en ese blanco y negro que tiene la película, difícil alcanzar esa cosa mágica, extraña e inefable que tiene "La ley de la calle", me di cuenta que la literatura se quedaba corta".
Así que tomó la cámara y se largó, entre peregrino y detective, adonde Coppola la había rodado: Tulsa, Oklahoma. "Claramente fue un peregrinaje. Siempre me ha gustado el asunto de las locaciones, el lugar sagrado, el lugar donde ocurrió, los espacios donde permanecen los fantasmas", dice él.
En un comienzo, sintió gran perplejidad cuando llegó y recorrió las líneas de trenes, los callejones y los puentes donde se rodó la historia de Rusty James y su pandilla, su padre alcohólico, su adorable novia y su exiliado hermano siempre amparándolo desde su moto.
Sorprendentemente, Tulsa no estaba en el recordado blanco y negro coppoliano, pero eso a Fuguet no le importó porque se dio cuenta que "su" Tulsa estaba en la antigua sala del cine Normandie en Santiago de Chile, el reducto capitalino que fue refugio de muchos en los 80. A partir de este darse cuenta, el documental gira desde un monólogo, muy bien escrito y rezumante de amor cinéfilo, para abrir paso al testimonio de otros.
El registro se construyó desde el total anonimato. Es principalmente un registro de voces, sin rostro ni nombre, que testimonian cómo el ir a ver "La ley de la calle" se convirtió, en aquellos años, en una especie de santo y seña de un grupo de personas que consiguió ponerla, incluso, como éxito de taquilla.
Hay testimonio de hombres chilenos y argentinos que rememoran cómo esta historia de amor filial caló tan hondo en toda una generación y cómo es reconectar con ella luego del paso de los años. "Escogí no mostrar a los entrevistados ni poner sus nombres, sólo se escuchan las voces y me parece que es mejor así; los fans son fans, no interesa saber de dónde vienen", dice el director.
Encima de estas voces están los recorridos en blanco y negro, a bordo de un auto, por las calles silenciosas de Tulsa. Sucesivas imágenes de sus edificios, las nubes algodonosas y, por supuesto, pedazos de la película con predilección por primerísimos primeros planos de las comisuras enroscadas de Matt Dillon, o ese leve estrabismo tan encantador que tenía Mickey Rourke a los 30 años.
Antes de que comenzara la proyección Alberto Fuguet declaró que se quedaba contento con emocionar y conectar, con que "quienes no han visto aún la película la vean, y quienes ya la han visto la vuelvan a ver". Por supuesto que dan ganas de volverla a ver pero también, como manifiestan algunos de los entrevistados, asaltan las dudas sobre la necesidad y permanencia de un filme que es, ni más ni menos, que un himno a la adolescencia, el regreso a un lugar de felicidad y peligro, la orilla oscura del río por la que hay que deambular.
El documental establece un puente y nos tiene pensando en la oscuridad, dudas y certezas alternativamente. Porque quizás la búsqueda de Rusty James es una empresa perdida de antemano y concordamos con uno de los entrevistados que testimonia, con cierta amargura, cómo no soporta ver hoy a Matt Dillon con camisas floreadas y haciendo de imbécil en una comedia.
Pero también recordamos casi como ayer cuando "La ley de la calle" hizo salir del cine a los espectadores tan esperanzados como Rusty James alcanzando el océano y estamos de acuerdo con ese otro que sentencia que es en la adolescencia cuando uno "carga combustible" para toda la vida y que las películas, libros y discos que consumes son una especie de reserva que te sostienen en el viaje de la vida. Balance final luego de llegar a ver la película en el laptop y escuchar "Don"t box me in" de Stewart Copeland: "El chico de la moto reina", larga vida al chico de la moto.