Rawson en día de verano Rawson en día de verano
Hablemos de la calle Guillermo Rawson que nace en la avenida Brasil y sube hasta Victoria, como yendo hacia los cerros o hacia el mar, según donde uno tenga la mirada. Me refiero a esta calle anclada en este "viejo puerto que vigiló la infancia" de tantos que siguen apreciando su historia y sus secretos, pese a los muchos aspectos que nublan aquello y que -a veces- hacen insoportable este amor por un ciudad reconocida.
Al comienzo de ella, al lado de las palmeras de Brasil, hasta la calle Yungay, se encuentra el mercado tradicional. No es a las potencialidades turísticas y comerciales de una instalación como esa a las que deseo referirme, sino a lo que se aprecia cada día sobre la calle misma y la acera del frente, al caminar esos pocos metros.
Al costado de uno de los campus urbanos de una de las más importantes universidades del país, contada entre aquellas instituciones principales que dan vida a la ciudad -al otro lado del muro en que crece un jardín interior- los sentidos son capturados malamente por lo que se ve, se puede oír y se puede oler. A metros de los nobles productos de la tierra, del hermoso color de las frutas, del verdor de las hortalizas, que capturan con su belleza y que nos dan alimento sano para vivir, se experimenta la amarga paradoja.
Parece que un vertedero de la ciudad se encuentra en la calle que cruzamos cada día. Los ojos se espantan del basural permanente en un día común, no solo en tiempos de paro de los servicios de aseo que afectaron a los habitantes del puerto. Las ruedas de los camiones detenidos o en tránsito muelen las hojas y aplastan los frutos podridos desde ayer, siendo muy eficaces en acelerar el proceso de descomposición. Las alcantarillas, dispuestas para las aguas lluvia están permanentemente saturadas de todo lo descrito, dando mayor permanencia a los efectos. No solo los ojos, también nuestra nariz pasa a ser protagonista porque ella sufre el hedor del negro líquido percolado. El antiguo color de la calle y la vereda al costado de esa universidad cambian de color pues asumen la sutil pasta de este pequeño vertedero.
Pasan los años y la paradoja, con efectos sanitarios dignos de considerar, se acrecienta con el nivel de actividad y, especialmente, en los días de verano. Cada uno hace lo suyo: la actividad implica más deshechos, el desapego humano por el lugar o cultura de relación con la ciudad contribuye a este desprecio, las temperaturas aceleran los procesos. Valparaíso patrimonial por donde caminamos tantas veces imaginándote mejor.
Hablemos de la calle Guillermo Rawson que nace en la avenida Brasil y sube hasta Victoria, como yendo hacia los cerros o hacia el mar, según donde uno tenga la mirada. Me refiero a esta calle anclada en este "viejo puerto que vigiló la infancia" de tantos que siguen apreciando su historia y sus secretos, pese a los muchos aspectos que nublan aquello y que -a veces- hacen insoportable este amor por un ciudad reconocida.
Al comienzo de ella, al lado de las palmeras de Brasil, hasta la calle Yungay, se encuentra el mercado tradicional. No es a las potencialidades turísticas y comerciales de una instalación como esa a las que deseo referirme, sino a lo que se aprecia cada día sobre la calle misma y la acera del frente, al caminar esos pocos metros.
Al costado de uno de los campus urbanos de una de las más importantes universidades del país, contada entre aquellas instituciones principales que dan vida a la ciudad -al otro lado del muro en que crece un jardín interior- los sentidos son capturados malamente por lo que se ve, se puede oír y se puede oler. A metros de los nobles productos de la tierra, del hermoso color de las frutas, del verdor de las hortalizas, que capturan con su belleza y que nos dan alimento sano para vivir, se experimenta la amarga paradoja.
Parece que un vertedero de la ciudad se encuentra en la calle que cruzamos cada día. Los ojos se espantan del basural permanente en un día común, no solo en tiempos de paro de los servicios de aseo que afectaron a los habitantes del puerto. Las ruedas de los camiones detenidos o en tránsito muelen las hojas y aplastan los frutos podridos desde ayer, siendo muy eficaces en acelerar el proceso de descomposición. Las alcantarillas, dispuestas para las aguas lluvia están permanentemente saturadas de todo lo descrito, dando mayor permanencia a los efectos. No solo los ojos, también nuestra nariz pasa a ser protagonista porque ella sufre el hedor del negro líquido percolado. El antiguo color de la calle y la vereda al costado de esa universidad cambian de color pues asumen la sutil pasta de este pequeño vertedero.
Pasan los años y la paradoja, con efectos sanitarios dignos de considerar, se acrecienta con el nivel de actividad y, especialmente, en los días de verano. Cada uno hace lo suyo: la actividad implica más deshechos, el desapego humano por el lugar o cultura de relación con la ciudad contribuye a este desprecio, las temperaturas aceleran los procesos. Valparaíso patrimonial por donde caminamos tantas veces imaginándote mejor.