Prof. Dr. Lautaro Ríos Álvarez
La nación israelí es admirable por su voluntad de sobrevivir, por su amor a las artes, por su aporte a la ciencia y por sus ingeniosos inventos tecnológicos esparcidos por el mundo. No suscita igual admiración el Gobierno de Israel que padece un síndrome perverso: su afán obsesivo de aniquilar al pueblo hermano de Palestina.
La población de 1,6 millones de palestinos de la franja de Gaza vive apretujada en solo 362 km2, bloqueada por Israel y Egipto. Israel es miembro de la ONU desde 1949 y debe respeto a su Carta. La Alta Comisionada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha denunciado que el Gobierno de Israel desde el 12 de junio ha 'detenido administrativamente' a más de 1.200 palestinos en Cisjordania; es decir, están presos sin cargos en su contra. Ha dicho: 'En Cisjordania Israel continúa expandiendo sus asentamientos, demoliendo hogares palestinos, usando excesivamente la fuerza… y viola constantemente los derechos humanos de la población ocupada'.
En Gaza, el ejército israelí ha matado a más de 1.300 palestinos -entre ellos, más de 170 niños- de los que el 74% eran civiles. La Alta Comisionada ha denunciado que 'la indiferencia por la ley humanitaria internacional se hizo evidente cuando bombarderos aéreos y navales atacaron directamente a 7 niños que jugaban en la playa y que obviamente no participaban de las hostilidades'.
Ciertamente, el Gobierno de Israel tiene derecho a defender a su población de los ataques con cohetes lanzados por Hamas, pero al atacar en forma brutal e indiscriminada a la población civil no solo viola el derecho humanitario internacional, sino también atenta contra el Art. 2º, párr. 4º, de la Carta de la ONU que se lo prohíbe terminantemente.
El Gobierno israelí parece haber olvidado que, alguna vez, el pueblo hebreo debió refugiarse en Egipto, donde el faraón lo sometió a una servidumbre agobiante; y, por temor a su excesivo crecimiento, dispuso que sus parteras debían quitar la vida a los nacidos varones y salvar solo a las hembras.
Parece haber olvidado que -para liberarlo- fue necesario que Jehová enviara diez plagas sobre Egipto, convirtiendo en sangre el agua de los ríos y disponiendo la muerte de todos los primogénitos -incluido el hijo del Faraón- para que se abriera el éxodo después de 430 años de servidumbre (Éxodo 5-14).
¿Quiere el Gobierno israelí imponer al pueblo palestino el mismo castigo con que otrora el faraón humilló e intentó aniquilar al pueblo hebreo?
Y si el Gobierno de Israel, olvidando su propia historia, cree que ésta no puede volcarse en su contra, que recuerde su primer holocausto y no olvide que el próximo está previsto en la Sagrada Biblia para quienes desobedezcan sus mandatos (Ezequiel 11,2-12 y 12,1-20). Y que no olviden, ni el Gobierno ni el Ejército, que quienes con más rigor merecen este castigo son aquellos que asesinan sin escrúpulos a niños desvalidos e inocentes.