A los que lucharon por la libertad
Claudio Oliva Ekelund
Mañana se cumplirán 25 años de la apertura e inicio del derribo del muro de Berlín, que simbolizarán para siempre el triunfo de la democracia liberal sobre el comunismo soviético.
Mirado con la distancia del tiempo, un desenlace como ese se antoja inevitable. Los sistemas totalitarios han probado ser de relativamente corta duración. Mientras el régimen liberal británico permanece ya 325 años y la democracia norteamericana 225, el fascismo italiano subsistió sólo 23, el nacionalsocialismo alemán 12, el nacionalcatolicismo español alrededor de 40 y el baazismo iraquí de Sadam y su predecesor 35. Incluso puede afirmarse que el comunismo maoísta chino sólo llegó a los 30 años, pues Deng Xiaoping lo transformó en un totalitarismo muy diferente.
Adicionalmente, el sistema económico socialista ya había demostrado para 1989 que, en tanto elimina los principales incentivos para la innovación y el esfuerzo, no puede conducir sino al fracaso. El crecimiento que la industrialización de Stalin había producido, a costa de la vida de millones de campesinos, había dado paso a un completo estancamiento, que sólo confería una vida confortable a los jerarcas del partido gobernante y sus más preciados protegidos. Así las cosas, parece difícil que el comunismo soviético pudiera haber sobrevivido muchas décadas más que los 74 años que finalmente alcanzó.
Pero su colapso fue, como mínimo, acelerado por una pléyade de talentosos líderes políticos, cuya visión y coraje se echan hoy en falta. El más importante de ellos fue, sin la menor duda, Ronald Reagan. Éste creía firmemente en la inevitabilidad de la caída del régimen soviético, pero a la vez estaba resuelto a apresurarla. Cuando llegó al poder, la Unión Soviética competía exitosamente con Estados Unidos sólo en un ámbito geopolíticamente relevante: el de las armas, aunque a costa de enormes sacrificios para su oprimido pueblo. Reagan, además de conducir a Estados Unidos a una nueva era de optimismo y crecimiento económico y de brindar mayor apoyo a los disidentes de Europa Central y Oriental, se encargó de hacer entender a los soviéticos que, dada la mayor prosperidad y capacidad de innovación tecnológica norteamericanas, no podrían mantener indefinidamente la competencia militar. Eso los llevó finalmente a aceptar acuerdos de reducción de armas nucleares, a poner término a sus esfuerzos por expandir el comunismo por la vía armada y a iniciar reformas para intentar salvar al régimen que ensancharon las grietas que produjeron su derrumbe.
A él, y a muchos otros que ahora no alcanzo a nombrar, el mundo les debe mucho.