Hace algunos días, específicamente el 18 de este corriente mes de junio, se ha hecho pública la segunda Carta Encíclica del Papa Francisco, no obstante ser su primera entrega total.
Qué duda podría caber de la oportunidad de la misma. En ésta, el Santo Padre nos hace presente algo que parece obvio, pero precisamente, por obvio, lo obviamos, no lo vemos o no lo queremos ver: "el cuidado de la casa común".
El mensaje es más amplio, fuerte y poderoso que la circunscripción de la misma, de modo estricto, al cuidado del medioambiente; que sí que es importante, significativo y determinante, y presente se ha de tener que el hombre está al cuidado de la naturaleza y, debe sacar de "ella" lo que corresponde. Sin embargo, el alcance de la "Carta" es muy mayor; entre muchas cosas sostiene: "La des-trucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de de¬gradación".
Chile
Y vaya cuan contingente nos resulta cuestionarnos, preguntarnos y/o incluso, increparnos respecto de "¿qué nos está pasando, Chile?".
Cuando uno lee la prensa, escucha la radio, o mira y ve en la televisión las llamadas "noticias", éstas tienen que ver con asaltos -cada vez más violentos-, asesinatos, crímenes, marchas de protestas porque no nos escuchamos, paros, tomas, fogatas. Ah! y las que importan son las de Santiago: en estos días recientes hemos sido testigos de un "bombardeo" que ya fatiga, relativo a las preemergencias y emergencias ambientales.
Pobre cuenca de Santiago, cómo se ha sobre-explotado, como se ha sobre-densificado; lo curioso es que muchos quieren estar ahí, vivir ahí, hacer negocios ahí; incluso hemos acuñado la expresión "el que no está en Santiago, no existe". Pobre también de nuestro "resto" de Chile, ignorado está. Sin duda, esto es una muestra de un centralismo desgarrador, de una concentración abrumadora -que es también una expresión de centralismo- y en consecuencia, de una inequidad e irracionalidad autodestructiva de la sociedad y de su propia convivencia.
Y qué hay de la dirigencia política del país, o de esa suerte de "casta política", o mejor expresado, de una "clase política" sumida en una especie de sincretismo ideológico excepcional, que converge y se encuentra, transversalmente, por el financiamiento irregular de su actividad; ¿qué está pasando en nuestros poderes ejecutivo y legislativo?; ¿qué ha pasado con la maravillosa labor de conducir, dirigir y por sobre todas las cosas, servir a las personas? Por lo demás, esto último esencia de la política. Son conceptos exactamente diferentes y opuestos: "servir" y "servirse".
Negocios y ética
Y en los negocios, en la maravilla de emprender, en la maravilla de la iniciativa personal, cómo se honra la satisfacción equilibrada de los intereses de todos los involucrados en la "empresa", cuando se está en la producción y generación de bienes (precisamente eso, bienes) y servicios. La competencia, vaya que buena es, pero cuidado, no olvidemos el "fair play". Sin duda es necesario generar bien-habidas ganancias; sin embargo, el fin de la empresa, como el de toda Organización, no es ganar dinero, su propósito es materializar y concretar su "objeto social", es decir, aquello para lo cual fue creada; aquel -el dinero- es un medio, confundirlo con ser el fin, es una falacia destructiva y degradante.
La ética, que por esencia es una ciencia práctica, que se vivencia en cada acción, en cada acto, en cada palabra, y que dice relación con hacer del recto actuar una costumbre, está dejada en el plano de la banalidad. Hay hechos, datos y situaciones que llaman a reflexión: el Rector Carlos Peña respecto al sargento de carabineros don Osvaldo Pezoa -involucrado con el Ferrari del deportista elevado por la masa apasionada del fútbol a la categoría de "rey"- le adjudica ser "la reserva moral del país". Me permito discrepar del Sr. Rector, pues lo obrado por el funcionario policial es lo menos que se esperaba de él, esto es el simple cumplimiento de su deber. Tan sorprendente como esto, me parece la circunstancia de requerir del amparo legal, para establecer que la labor parlamentaria es de dedicación exclusiva.
Pero sin duda Rector Peña, estoy con usted, pues en el contexto de nuestro presente social, su reconocimiento y el de la necesidad de la juridicidad, dan mérito y justifican por largo lo expresado.
Evidentemente, es injusto generalizar, pues hay personas que ejercen su labor de manera honesta.
Por favor, pido "terminar con la lesera" y que busquemos de modo activo una luz al final de éste, nuestro túnel, que por cierto ruego no "sea la del tren que llega" (Paul Dickson), sino la que nos ilumina al responsable "cuidado de la casa común".