PNadie sabe con certeza hasta qué edad vivían en promedio los primeros seres humanos modernos que habitaron la Tierra hace unos 200 mil años, pero dado que la evolución biológica de nuestra especie ha sido mínima desde entonces, se cree que -al igual que hoy- tenían el mismo potencial para alcanzar 80 o más años de vida. Sin embargo, el porcentaje de quienes en ese tiempo llegaban a esa edad era muy inferior al actual y estaba condicionado, más que ahora, por factores como la alimentación, el clima, epidemias y guerras, entre otros.
Por ello, quienes en esa época alcanzaban la vejez no encajaban en un modelo de sociedad nómade en el que la mayoría de los individuos apenas superaba los 30 años, por lo que más temprano que tarde los adultos mayores se transformaban en un lastre para su familia, tribu o clan, que debía moverse de un lado a otro para subsistir. Siendo así, los ancianos eran abandonados a su suerte, para evitar que pusieran en riesgo al resto de la población.
En los milenios siguientes, salvo excepciones aportadas por algunas culturas, esa realidad no fue muy diferente. Solo en el último medio siglo, gracias a los adelantos tecnológicos y las mejoras en la salud, que han favorecido el incremento de la esperanza de vida a nivel mundial en forma significativa, la visión negativa sobre el envejecimiento -surgida en los albores de la humanidad- ha comenzado a declinar.
Hoy la vejez es vista más como un desafío ineludible, al punto que en muchos países ha adquirido un estatus diferente, en base al desarrollo de políticas públicas permanentes.
La realidad
En un mundo donde la media de vida de las personas es de 69 años y cerca del 15% del total de la población es mayor de 60 años, recientes trabajos científicos revelan que los adultos mayores de hoy son y pueden ser tanto o más felices que los jóvenes, sobre todo cuando disponen de los recursos e incentivos sociales suficientes.
Por eso, las investigaciones sobre envejecimiento han cobrado gran importancia, al punto que los países desarrollados destinan cada año miles de millones de dólares en estudios y análisis orientados a evaluar las necesidades de quienes integran este segmento etario.
De hecho, en 1990 el número de documentos publicados a nivel mundial sobre envejecimiento bordeaba los 2 mil 500. A la fecha estos superan los 20 mil, lo que supone un crecimiento anual aproximado del 7%.
"En nuestro país, si bien hemos avanzado, la investigación en este campo es incipiente. Apenas el 0,3% de los recursos para estudios científicos se destina a analizar aspectos vinculados directa e indirectamente con esta etapa de la vida. Además, las publicaciones son limitadas y se concentran en una decena de universidades, sociedades y fundaciones", afirma el decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valparaíso, doctor Antonio Orellana Tobar.
Premisas
Para el destacado neurocirujano y académico porteño, en Chile la investigación sobre envejecimiento se ve afectada por cuatro factores de alcance universal: la falta de vínculos sistemáticos entre los centros de pensamiento y los organismos públicos, la duplicidad de esfuerzos, la ausencia de una perspectiva coordinada y destinada a promover sinergias y la falta de recursos.
Por eso, asegura que es necesario iniciar a nivel local un movimiento pionero que contribuya a relacionar la investigación científica con el quehacer de los organismos encargados de diseñar y ejecutar las políticas públicas en este ámbito.
"No olvidemos que hay dos principios que hacen exitoso a este tipo de políticas: primero, que estén focalizadas en los grupos de mayor vulnerabilidad y, segundo, que tengan impacto demostrable. Y en materia de envejecimiento ambas premisas se cumplen", sentencia el doctor Orellana.
Nueva mirada
En la actualidad, las investigaciones sobre vejez están orientadas en su mayor parte a las áreas de la Biomedicina, Biología Fundamental y Neurociencias y Comportamiento. Entre las tres concentran el 85% de los trabajos científicos que se publican en el mundo.
Sin embargo, no todos ellos apuntan a los objetivos que propone abordar la Organización Mundial de la Salud, que sostiene que las investigaciones debieran enfocarse no solo en mejorar las condiciones de la salud física de las personas sino, en lo esencial, a establecer políticas y programas que promuevan las relaciones entre la salud mental y social, que son igual de importantes.
"Lo que debemos tener claro es que hoy el envejecimiento comprende el concepto de 'activo', que hace referencia a una participación continua en las cuestiones sociales, económicas, culturales, espirituales y cívicas de las personas, y no simplemente a la capacidad de las mismas para estar físicamente aptas como fuerza de trabajo. Las personas mayores, tanto las retiradas como las que están enfermas o viven en situación de discapacidad, pueden seguir contribuyendo activamente con sus familias, semejantes, comunidades y naciones. De ahí surge esta nueva mirada", enfatiza el decano de la Facultad de Medicina de la UV.