La ciudad y el desierto florido
Solo en nuestro territorio se forman miles de profesionales capacitados para mejorar las respuestas ante los desafíos técnicos que surgen y con capacidad de poner el bien común y el interés general por sobre el interés particular.
Con cierta dificultad y en medio de una crisis de confianza entre gobernantes y gobernados, nuestra sociedad se va acercando hacia la generación de ciertos ajustes institucionales que permitan la recuperación de la transparencia en los procedimientos y la toma de decisiones. Ese ajuste es determinante para avanzar como comunidad hacia el ansiado desarrollo, pero también es relevante para reconocernos desde lo que somos y hacernos conscientes tanto de lo que queremos ser, como de lo que no nos gustaría representar como ciudadanos.
En esta complejidad, existe un espacio creado para el encuentro y el intercambio. La relevancia de la ciudad como sujeto de análisis, radica en el hecho que hoy se ha consolidado a un punto tal, que casi 9 de cada 10 chilenos vivimos en ellas, lo cual explica su crecimiento y expansión. Sin embargo, aquello se ha acompañado de crecientes debates sociales y conflictos ambientales que exigen minimizar impactos, reconocer contextos y/o mejorar diseños, desafiando a una actualización estructural de la administración urbana y a hacernos cargo de la relevancia de la planificación del territorio en el largo plazo, para alcanzar mejores estándares de calidad y equidad urbana.
Una de las tareas que se torna permanente entonces, es la de resolver la ecuación entre calidad de vida y desarrollo, sin caer en el exitismo de las macro cifras ni en la trampa de la mitigación eterna. Se debe privilegiar necesariamente la prevención inteligente, una visión de consenso y la planificación sustentable de planes y proyectos. Un par de ejemplos de esto que señalamos bien pueden ser lo que aconteció hace ya un siglo, cuando se iniciaban las obras del Molo de Abrigo para el puerto, trabajos que se extenderían por más de veinte años o hace poco más de una década, cuando el camino La Pólvora se proponía retirar el flujo de camiones de la ciudad y comenzar a abrir nuevas oportunidades a la diversificación económica de Valparaíso.
Ambas obras de infraestructura, cambiaron el sentido de la ciudad. Hoy serían prácticamente inaceptables bajo la lógica actual de evaluación de proyectos, que acompañada de la duración de períodos alcaldicios o presidenciales, prioriza obras de menor impacto y plazo inaugurable.
Sabiendo que en el pasado hemos logrado transformaciones relevantes y equipos capacitados para su materialización, se hace válida la pregunta acerca de lo que somos capaces de hacer en el futuro próximo, aprovechando las mejores tecnologías y conocimientos, anulando la idea de que sólo un proyecto o sólo un diseño o política subsidiaria serán la salvación exclusiva para una ciudad que, en el caso de Valparaíso, es claramente mucho más diversa y compleja de lo que se intenta anunciar.
Es decir, las posibilidades de reactivación o empleabilidad de Valparaíso, están mucho más allá de una expansión portuaria. Sabemos cómo crece la informalidad laboral que ocupa barrios que deberían estar consolidados y que, muy por el contrario, sufren el deterioro permanente como una extensión de los bolsones de desigualdad que proliferan en distintos sectores del anfiteatro y que ya se despliegan en torno al borde.
Por ello, tal como acontece con las semillas del desierto, que en un estado de latencia a la espera del momento adecuado y que tras una década de sequía, mantiene la capacidad de revivir y ocupar su lugar, desplegando una función valiosa para un entorno aparentemente infértil. En esa metáfora, han surgido numerosas organizaciones, especialistas y profesionales a distinta escala, con nuevos conocimientos y experiencias, proyectos e iniciativas que están actuando y proponiendo para que cuando ese momento donde la complejidad se cristalice, se pueda avanzar hacia nuevos escenarios colaborativos y creativos en favor del territorio.
Hay cientos de esas semillas en la ciudad y para que florezcan con beneficio general, es muy necesario que las autoridades estén dispuestas a la innovación, a la innovación con mayúscula. Urgen liderazgos abiertos al consenso o a la generación de respuestas flexibles respecto a los destinos formales y funcionales de una aglomeración urbana, donde la participación anticipada e inclusiva sea considerada como la base de la formulación de soluciones. Ya podemos saber lo que ocurre con los proyectos que dejan al margen de las decisiones a la ciudad que los recibe.
Solo en nuestro territorio se forman miles de profesionales capacitados para mejorar las respuestas ante los desafíos técnicos que surgen y con capacidad de poner el bien común y el interés general por sobre el interés particular.
Una sociedad que ha privilegiado cierta iniciativa privada, con reconocidos sesgos de rentabilidad, mínimo riesgo y máximo beneficio como hemos visto, no podrá establecer un debate equilibrado y una solución verdaderamente direccionada hacia la calidad y el bien común, sino es capaz de plantearse la ciudad como un eje de dimensiones múltiples, que incluye a la sociedad civil y a la academia como actores fundamentales para equilibrar los debates previos a las decisiones que tienen impactos en el largo plazo.
Hay que abrir los espacios para que las semillas que sabemos existen, entreguen su potencial y fortalezcan la vida urbana como el escenario común que habitamos.
Ignacia Imboden
@lafibrade_i
Alberto Texido
@texidozlatar
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Metropolítica