Una pobreza que no es "cool"
Desde hace algunos años, una paradoja se ha instalado en las calles del Gran Valparaíso. Y aquella es la evidencia de una de nuestras mayores contradicciones en el camino al desarrollo.
Mientras la tendencia de los últimos 25 años es que Chile va alcanzando mayores niveles de crecimiento económico y busca la consolidación del "pleno empleo", el comercio informal experimenta una onda expansiva en distintas ciudades. Le sigue a ello, una visibilización de la realidad de los campamentos. Según la ONG Techo, en los últimos 4 años, los campamentos aumentaron en 7.000 familias, es decir, crecieron casi un 26% en el mismo periodo que se anunciaba la disminución de la pobreza en el país.
El comercio callejero y el crecimiento urbano informal son fenómenos asociados. Parte importante de las personas que viven en campamentos, trabajan en las calles céntricas que son dinamizadas por la concentración de comercio y servicios. Es un hecho que el comercio callejero ha crecido de la mano de las transformaciones de los centros metropolitanos, siguiendo los flujos vehiculares y peatonales. El giro del Gran Valparaíso desde la economía industrial hacia los servicios y el turismo, produjo la tercerización del empleo, lo cual aumentó la dependencia de los centros.
Producto que la economía de servicios depende de áreas de fácil acceso y en nuestra conurbación, el territorio dificulta la conectividad, la demanda sobre estos centros tiende a concentrarse, elevando el costo del suelo, lo cual dificulta a las familias de ingresos medios, la posibilidad de comprar o arrendar en barrios cercanos a las áreas de trabajo, incrementándose los viajes y las transferencias y en la medida que aumenta el número de personas que se moviliza, el comercio callejero se adapta para capturar los recorridos peatonales.
Las familias vulnerables dependen de la minimización de los costos de transporte para su economía diaria. Por ello, no sólo requieren lugares relativamente cercanos, sino que además, dependen de la concentración comercial, maximizando la utilidad de cada desplazamiento. No obstante lo anterior, el aumento del costo de suelo ha bloqueado los proyectos sociales que aspiran a buenas localizaciones y esta situación fomenta, naturalmente, el crecimiento de campamentos que se insertan como cuñas en las áreas con acceso a las zonas de empleo, aún a costa de la propia seguridad ambiental.
La relación mecánica, entonces, entre economía de servicios, crecimiento de áreas céntricas, comercio callejero y aumento de campamentos constituye el motor de una "ciudad paralela", basada en la informalidad, cuyos impactos son múltiples y que debe ser intervenida. La precariedad urbana de los campamentos en Valparaíso demostró todo el peligro implícito en el incendio de abril del 2014. La magnitud del desastre convenció a autoridades de distinto signo que había llegado la hora de enfrentar el crecimiento informal, buscando soluciones de mayor sustentabilidad social.
Sin embargo no ocurre lo mismo con el comercio callejero. Quizás por lo sensible que resulta la temática del empleo, la mayoría de los políticos y alcaldes evitan enfrentarse a este fenómeno, aceptándolo con resignación. Esa es una decisión inadecuada.
Si bien en los años setenta, algunos economistas vieron en el comercio callejero la cristalización de la economía libre, en la actualidad éste es un indicio evidente de precariedad económica y social. Las cifras de empleo que esconden el comercio informal omiten una dolorosa realidad que no favorece el mejoramiento del país. Puede que la cultura televisiva de los años noventa, presentase la informalidad urbana como un asunto "cool", pero hace rato que sabemos que la pobreza no es un asunto de estilo, sino que raya con la dignidad de las personas.
Hay que decirlo claro; el comercio callejero merma la economía formal de los centros urbanos, destruyéndola en el largo plazo. Al aceptar este fenómeno se produce la lenta precarización del comercio establecido, que es precisamente el que paga patentes y genera puestos de trabajo de calidad. Por otro lado, el comercio informal, al reducir el espacio público, impide el mejoramiento ambiental e incide en el funcionamiento deficitario del transporte, desgastando la calidad de los servicios públicos, lo cual termina expulsando a los hogares de los centros, produciéndose segregación. Existen casos comprobados en donde el comercio informal atrae prácticas sociales negativas que también expulsan a familias, que desde luego también necesitan de los centros en el mejoramiento de su vida diaria.
No hay ninguna razón entonces, para no enfrentar el comercio informal. No tiene sentido sacrificar el espacio público para consolidar la precariedad laboral. Esto no significa no buscar alternativas que mejoren las oportunidades de los comerciantes callejeros, permitiendo que se formalicen. Hay que lograrlo. Pero para hacer esto, se requiere voluntad política y capacidad de gestión urbana. Seguramente se necesitará abrir nuevos espacios, generar expropiaciones y castigar a los compradores como se está haciendo hoy en el Municipio de Santiago. No hacerlo tiene graves consecuencias; la peor quizás, es entorpecer esa gran máquina de progreso social que es la ciudad.
Marcelo Ruiz
@RuizFernandezDJ
Gonzalo Cowley
@talocowley
Integrantes de la
Corporación Metropolitica
@metropoliticacl