Un año para la historia
Unos mismos hechos pueden servir como fundamento para hablar en uno u otro sentido.
Los sentidos del título de esta columna pueden ser incluso opuestos, porque el año 2015 -se puede entender- fue muy negativo o porque será un hito en el proceso de cambios que estamos viviendo. Luego, debo advertir que, paradojalmente, unos mismos hechos pueden servir como fundamento para hablar en uno u otro sentido, según sea la interpretación que hagamos de ellos.
Para demostrar el efecto anterior en el propio lector, a continuación hago una simple enumeración. Recuerdo los casos Penta, Caval, Soquimich o colusión del papel Confort, que perdimos en La Haya, que es el año en que se recuperó o inició la gratuidad en la educación superior, se aprobó la ley que permite votar a los chilenos en el extranjero, se aprobó el Acuerdo de Unión Civil, se puso fin al Sistema Binominal, entre otros cambios. El ejercicio intelectual es que uno mismo se reconozca en una de las opciones, según el sentido positivo o negativo que le da a cada hecho. En tal caso, el juego podría funcionar como un test fácil para saber si uno está o no conforme con lo que hay y lo que ocurrió en este año.
Pero existe también otra opción: decir que por todos esos hechos conjuntamente considerados se trata de un año histórico en sentido positivo. Que se haya descubierto tanta corrupción política o empresarial no es negativo, la gratuidad o las leyes electorales que permitirán avanzar en participación democrática o que disminuyen las represiones a otras orientaciones sexuales, son todas partes de un proceso de modernización que le hará bien a las personas y al país. En todo caso, un observador interesado en cómo se viven en Chile estos hechos podría advertir percepciones muy distintas. Para unos, los más dramáticos, se acerca el fin de la estabilidad económica e institucional, otros -bien cercanos a los anteriores- ven, además, un deterioro moral y una amenaza populista que nos llevará a una crisis irreversible. Luego, están quienes creen -con optimismo o frivolidad- que con tales cambios resolverán nuestros problemas sustantivos. Desde otra experiencia subjetiva están los discursos escépticos que consideran -por distintas motivaciones- que todo debe seguir igual porque las utopías no tienen sentido o los gobernantes y sus reformas ideológicas no tienen las luces suficientes, o porque somos un país mediocre por origen y destino. Desde estos perfiles de subjetividad colectiva se interpretará el año que termina y, seguramente, se oirá más aquellos que resulten funcionales a opacar los signos que se pueden ver en favor de otra transición, ahora social y cultural.
Pero también es probable que la sociedad chilena mayoritariamente tenga un registro distinto a los anteriores. Tal vez su percepción no es dramática, ni optimista. Que más bien tenga cierto escepticismo en el ánimo, pero que ello no le impida estar más bien expectante ante nuevas voces y testimonios por mayores niveles de igualdad, transparencia y democracia, aunque sin el sentido épico que en otras décadas se habría esperado. Esta conjetura sobre 2015 solo pretende hacernos reflexionar y poner mesura a los entusiasmos o crispaciones que provoca la contingencia.
Aldo Valle
Rector Universidad de Valparaíso, vicepresidente ejecutivo del Cruch