Los casos de abandono de quienes llegan a la tercera edad se han convertido en problema recurrente que cruza todos los sectores sociales. No se trata de un tema de pobreza, se trata de una responsabilidad social e individual que se elude o se aborda superficialmente.
El dramático caso de una mujer de 82 años que encontró la muerte, solitaria, con enfermedades y fracturas, en un edificio de la Plaza Vergara de Viña del Mar, a pocos metros del Hotel O'Higgins que acoge a alegres turistas y cerca de la Municipalidad, agobiada por el bienestar y la longevidad de los caballos, es una expresión más del problema.
En nuestro país el aumento de la longevidad no va acompañado de la preocupación que la sociedad debe prestar a ese grupo en expansión hacia el cual todos, con diverso ritmo y condiciones, avanzamos.
No existen políticas públicas consistentes y de anticipación sobre la materia, pese a que hay un organismo especializado en el punto. No se abordan en forma integral aspectos preventivos, de salud y económicos de ese grupo.
Quienes integran la tercera edad cuentan con escasos beneficios en el transporte público, contrariamente a las amplias garantías que en esa materia tienen los estudiantes, quienes también gozan de granjerías de alimentación a través de la Junaeb. Lo anterior supone inversión pública, tal ocurre con la flamante gratuidad. Sin embargo, para la tercera edad no aparece un financiamiento público acorde con la atención y gastos que esa condición implica. No se sabe, ni ahora ni antes, de la discusión parlamentaria de una glosa focalizada al tema.
Y hay que considerar que la materia es amplísima pues cubre aspectos de salud, principalmente, alimentación, transporte, vivienda, acogida, acompañamiento...
El tan debatido tema del lucro también está presente en esta materia, pues aparecen las conocidas "casas de reposo", algunas que prestan eficientes servicios, con gran profesionalismo y que merecen justa retribución, pero otras donde los ancianos viven en deplorables condiciones sus últimos días, que se prolongan junto al sufrimiento. Hay allí falta de control y de conciencia en quienes explotan un rubro delicado, sensible, pues se trata de seres humanos. En tanto, se deben reconocer y alentar instituciones de beneficencia que atienden a la ancianidad.
Sanos o enfermos, quienes integran la tercera edad merecen una preocupación integral, permanente. Hay en ello una obligación social, una tarea pendiente, de la autoridad, que a veces omite valores afectivos y de respeto. Y, lógicamente, la responsabilidad básica, ineludible, está en las familias.