Más allá del voto femenino
Hace 90 años, el 13 de abril de 1926, el Senado de Chile aprobó la ley que dio a las mujeres el derecho a sufragar. Esto les permitió votar en las elecciones municipales de ese año, aunque no sería hasta 1952 -gracias a la ley de 1949- cuando pudieron participar en una elección presidencial.
El logro de 1926 no fue el resultado único de los esfuerzos desplegados por agrupaciones femeninas de comienzos del siglo XX. Ya en 1856 se habían realizado las primeras manifestaciones públicas en favor de esta medida, opinando algunas mujeres a través de periódicos y columnas de prensa acerca de temas de contingencia política sobre las que buscaban generar opinión. Los esfuerzos tampoco fueron sólo conducidos como una causa de género. Abdón Cifuentes, diputado conservador, había presentado en 1865 un proyecto de ley en favor del sufragio femenino, apoyado por otros parlamentarios. Y sería el apoyo de un grupo de ellos el que permitiría en 1926, reconocer tal derecho a voto.
La actividad política periférica, y quizás anónima, de diversas mujeres entre fines del siglo XIX y principios del XX tampoco puede olvidarse. Los hitos nunca resultan de una casualidad: son la culminación o el reconocimiento oficial de una realidad que tácita y arduamente condujo a ese momento.
Tenemos la tendencia a pensar en la historia como un proceso lineal y progresivo, simplificando momentos históricos a breves episodios. Pero éstos no deben comprenderse como hitos aislados, pues su mérito realmente descansa en aquellas acciones cotidianas que suelen pasar diariamente desapercibidas, aunque sean ellas el objeto del mérito.
Las mujeres hemos tenido desde entonces, un acceso paulatino y mejor reconocido a los espacios políticos, profesionales y sociales. Paradójicamente, esa instancia por la que en un principio se luchó, el derecho a voto, ha dejado de ser la más relevante. Hoy, y contrario a lo que ocurrió hacia 1926, el interés por votar ha decaído y la causa por la que se peleó parece, en ese sentido, menos importante. Los espacios de participación pública han cambiado y el sufragio hoy no constituye tanto la culminación de un proceso democrático, sino el resabio de una tradición, desafiado por nuevas instancias de expresión.
Desde esta perspectiva, el logro del voto femenino en sí podría relativizarse. Hoy se asume como un derecho tan lógico que la fecha pasa desapercibida. Pero, tal vez, en esto radica precisamente su mérito, ofreciendo un ejemplo al que todo esfuerzo por la equidad de género debería apuntar: al ejercicio cotidiano de participación, a aquel que superando la etapa de artificiales esfuerzos por integrar, asume como algo natural y propio de una sociedad sana, la participación de todos sus integrantes. No en cuanto mujeres u hombres, sino como personas o ciudadanos que, indistintamente a su condición de género, pueden aportar desde sus capacidades y aptitudes al devenir diario de su sociedad.
María Gabriela Huidobro
Decana Facultad de Educación, U. Andrés Bello