La hora de la verdad para los "indignados"
Las inéditas primarias ciudadanas que se realizarán hoy en 19 centros de votación de Valparaíso tienen una larga historia, iniciada con esporádicas reuniones en las cercanías de la Iglesia de La Matriz y el restaurante Moneda de Oro de la Plaza Cívica, en las cuales diversos personajes del mundo civil porteño, desencantados con la política tradicional, el estado y el difuso futuro de la ciudad, comenzaron a organizarse en torno a objetivos comunes y terminaron por construir un atípico movimiento, surgido como forma de "vigilancia, contrademocracia y plataforma", como bien explicaba hace algún tiempo la socióloga Rocío Venegas en una editorial del colectivo playanchino Plaza Waddington, convirtiendo ese despegue, ese punto de reunión y de partida, en un espacio de encuentro de la diversidad ciudadana, como "mecanismo de gestión del descontento y el malestar", acaso uno de los más poderosos capitales políticos del nuevo siglo. Hay muchas cosas que dependen de lo que ocurra hoy, más allá del frío, la lluvia y tanto más. Probar su capacidad de generar un piso de convocatoria es, por largo, algo capital dentro del nuevo escenario abierto en el Puerto tras las últimas primarias legales de la Nueva Mayoría. ¿Cuánto será eso? Difícil saberlo. Entre pasillos, algunos de sus propios candidatos dicen que una asistencia cercana a los 4 mil votantes sería un éxito. Y ahí es donde La Matriz entendió perfectamente lo que está en juego: en los tiempos que corren no es necesario movilizarlos a todos, sino gestionar los votos precisos para provocar un cambio en medio de la aplastante apatía ciudadana por la política tradicional. Ejemplos sobran en Europa, zona en la cual el euroescepticismo -concepto acuñado por Ronald Tiersky en un artículo de The Economist de 1992-, ha conseguido amplios espacios en Italia, España, Austria, Holanda, Hungría y Dinamarca (¿para qué vamos a citar al "Brexit"?, punto cúlmine de un plebiscito ganado sobre la base de la incultura y el desinterés de gran parte de la población).
Un ligero detalle, sin embargo, es la incapacidad de muchos de estos movimientos para dar el salto a las grandes ligas, con el secretario general de Podemos, en España, Pablo Iglesias, como ícono del farragoso camino para convertir a los indignados en una fuerza capaz de hacerse del poder.
Un segundo detalle, no tan menor esta vez, es que las citadas primarias oficialistas ya acapararon buena parte de ese descontento con el triunfo de Leopoldo Méndez, otro outsider, que optó por sumarse a través de las vías formales. La pregunta, entonces, se reduce a lo que la analista Karen Trajtemberg hace en su columna del suplemento Domingo de hoy: ¿la apuesta ciudadana conseguirá algo más que mosquear a las dos coaliciones históricas, dañando de paso las opciones oficialistas, o ese harakiri político permitirá construir una base ciudadana sólida y de largo aliento que perdurará más allá de las elecciones municipales de octubre? La respuesta comienza a ser escrita.