Juegos Olímpicos, Brasil 2016
Hace casi una década, Brasil celebraba la designación como sede del Mundial de Fútbol. Después de 64 años, los brasileños tendrían la oportunidad de levantar una Copa que fue esquiva en su casa luego del famoso "Maracanazo" de 1950, en que su selección perdió la final contra Uruguay. Las noticias para Brasil continuaron y el 2009 se festejaba que Río de Janeiro sería la sede de los Juegos Olímpicos del 2016.
En dos años, Brasil demostraba que el resto del mundo confiaba en su capacidad para organizar dos de los eventos deportivos más relevantes de la historia moderna y su posición en el concierto internacional se inclinaba hacia la de los países desarrollados. El Presidente Lula da Silva celebraba el aparente éxito de su gestión y dejaba en su puesto a su delfín, Dilma Rousseff, para que cosechara la victoria y fuera la anfitriona de ambos eventos. El panorama para el Partido de los Trabajadores no podía ser más alentador.
Sin embargo, la realidad fue muy distinta. Las primeras luces de alerta ocurrieron antes del inicio de la Copa Confederaciones, que antecedería al mundial, cuando la construcción de los estadios empezó a retrasarse y los recursos destinados excedían lo presupuestado. Durante ese año, la desaceleración económica hizo tomar conciencia de que las prioridades de la población brasileña eran bastante más básicas que la de organizar un Mundial de Fútbol.
Lo único que podía salvar a Dilma Rousseff era que su selección ganara una copa que se había obtenido cinco veces fuera, pero nunca en casa. Pero los fantasmas del "Maracanazo" volvieron a aparecer. Primero contra Chile, donde un tiro en el palo los salvó del bochorno de la eliminación en cuartos de final, y luego contra Alemania, que los humilló con una goleada. El equipo parecía ser un reflejo de la crisis que vivía el país.
El Mundial fue una sinopsis de los Juegos Olímpicos. La organización repitió los errores, a la mala planificación se sumó ahora la mala fortuna. Aquellas variables que están fuera del control de los anfitriones. La presencia del virus zica y la amenaza de un atentado terrorista se transformaron en tema recurrente, desalentando la participación de deportistas y turistas.
Por si esto fuera poco, Rousseff debió soportar acusaciones de corrupción que derivaron en su destitución momentánea. El sueño de inaugurar los Juegos Olímpicos se desvaneció para siempre y la historia se transformó en pesadilla.
La lección que deja estos Juegos, como también la del Mundial de Fútbol, es que la historia de las últimas décadas ha demostrado que la magnitud de estos eventos exceden las posibilidades y capacidades de los países, transformándose en una pesada carga económica que la ciudadanía, cada vez más empoderada, ya no está dispuesta a tolerar. Los estadios abandonados de Sudáfrica, la villa olímpica de Atenas, transformada en una ciudad fantasma, son un triste recuerdo de esta nueva realidad.
Gonzalo Serrano de Pozo
Académico Facultad de Artes Liberales, UAI