Mabel González
Sin disfraces, Halloween no sería lo mismo, pero las vestimentas estrafalarias y los rostros pintados no causan en todos las mismas sensaciones. Incluso, puede pasar que personajes como los payasos nos generen temor o, al menos, cierta incomodidad. ¿Por qué? Frank T. McAndrew, un profesor de Psicología estadounidense, se propuso responder esa pregunta.
El profesional escribió en The Washington Post una columna con motivo de un fenómeno que ha tenido lugar en varios países, entre ellos Chile, en los últimos meses: bandas de personas vestidas de payaso que han salido a las calles para asustar y amenazar a la gente.
Experimento
En el artículo, McAndrew trajo a colación una investigación que realizó este año y que describió como "el primer estudio empírico de lo espeluznante". Allí , el sicólogo reclutó a 1.341 voluntarios de entre 18 y 77 años, quienes debieron responder una encuesta online.
En la primera parte del cuestionario, los participantes evaluaron la probabilidad de que una hipotética "persona perturbadora" mostrara 44 comportamientos diferentes.
Entre esos aspectos se encontraban patrones inusuales de contacto visual y características físicas como tatuajes visibles, entre otros.
Resultados
En una segunda sección, debieron indicar qué tan espeluznante les parecían 21 ocupaciones o trabajos, mientras que en un tercer ítem hicieron una lista con los pasatiempos que consideraban perturbadores.
Finalmente, estas personas señalaron qué tan de acuerdo estaban con 15 afirmaciones sobre la naturaleza de la gente perturbadora.
Al analizar las respuestas de los voluntarios, el profesor McAndrew determinó que las personas que solemos percibir como perturbadoras son mucho más propensas a ser hombres que mujeres, tal como ocurre con los payasos.
Asimismo, el investigador observó que la imprevisibilidad es un componente importante de lo espeluznante, así como también los patrones inusuales de contacto visual y otros comportamientos no verbales.
Específicamente, los participantes asociaron lo perturbador con características físicas inusuales o extrañas, como ojos abultados, una sonrisa peculiar y dedos demasiado largos, entre otros.
Asimismo, el académico encontró que hay elementos que pueden amplificar cualquier tendencia espeluznante que exhiba una persona, como por ejemplo, la presencia de rasgos físicos extraños.
En la pregunta sobre qué oficios o profesiones les parecen más perturbadores, la ocupación más mencionada fue la de payaso.
Ambigüedad
Según indicó el sicólogo estadounidense en el citado rotativo, los resultados del análisis estuvieron en línea con la teoría que manejaba de antemano: que el susto o el miedo "es una respuesta a la ambigüedad de una amenaza y que sólo ocurre cuando nos enfrentamos con la incertidumbre sobre la amenaza que nos causa escalofríos".
Por ejemplo, dijo McAndrew, "sería considerado grosero y extraño huir en medio de una conversación con alguien que está generando un ambiente perturbador, pero que es realmente inofensivo; al mismo tiempo, podría ser peligroso ignorar su intuición y comprometerse con ese individuo si, de hecho, es una amenaza".
"La ambivalencia te deja congelado en tu lugar, revolcándote en incomodidad", expresó el profesional.
Antecedentes
Muestra
El psicólogo Frank T. McAndrew reclutó a 1.341 voluntarios de entre 18 y 77 años, quienes debieron contestar una encuesta online.
Gente perturbadora
Los participantes evaluaron la probabilidad de que "personas perturbadoras" hipotéticas presentaran distintos tipos de comportamientos.
Ocupaciones
También indicaron los trabajos que les parecían más espeluznantes, así como los pasatiempos que asociaban con esta característica.
Gusto de los niños por los payasos
En una investigación desarrollada en Inglaterra en el año 2008 y mencionada por el sicólogo Frank T. McAndrew en su artículo, un grupo de científicos llegó a la conclusión de que a muy pocos niños en realidad les gustan los payasos. El estudio también reveló que la práctica común de decorar las salas de los niños en los hospitales con imágenes de payasos puede crear el efecto contrario al de un ambiente de confianza.