En la Cumbre de NN. UU para el Cambio Climático (COP22), realizada en Marruecos, en noviembre pasado, hubo buenas intenciones y palabras grandilocuentes, pero poca acción. Se acordó elaborar una agenda de trabajo para aplicar el Acuerdo de París (COP21), la que deberá estar lista el 2018. Hasta entonces difícilmente habrá novedades.
En París, 195 países se comprometieron a que la temperatura del planeta no supere los 2ºC por sobre lo existente en la era preindustrial (fines del s. XIX). Cada país se autoimpuso metas de reducción de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) a contar del 2020, con evaluaciones cada cinco años. La principal preocupación fue reducir las emisiones de CO2, producto de la combustión de los derivados del petróleo y carbón. Este Acuerdo rige desde noviembre de este año, al haber sido ratificado por más de 90 países que, en conjunto, superan el 55% del total de las emisiones globales exigidas para su vigencia.
En el intertanto, el 2016 ha sido uno de los años más calurosos de los que se tiene registro, y la temperatura del planeta ya acumula 1,2º por sobre el nivel preindustrial. Con este ritmo, el 2050 se habrá superado con creces el límite de 2ºC, lo que obligaría a tomar medidas más urgentes que las acordadas en Marruecos. Pero, como ocurre en todos los organismos internacionales, es difícil pasar de las intenciones a la acción. No todos los países perciben esta amenaza como inminente, y otros sienten que la responsabilidad es de los más industrializados. Incluso el electo presidente de EE. UU., Donald Trump, manifestó su escepticismo sobre el calentamiento global y el consiguiente cambio climático, que califica como "cuento chino".
Chile, según la organización alemana Germanwarch, está dentro de los diez países más afectados por el calentamiento global. Sus efectos están a la vista: sequías y precipitaciones inusuales, marejadas recurrentes, intensa marea roja, varazones masivas de cetáceos, etc. Hay conciencia de esta vulnerabilidad. Así, pese a ser responsables sólo del 0,2% de las emisiones de CO2 del planeta, nos hemos comprometido a reducirlas en 30% al 2030, tomando como base lo existente el 2007. Además, existe un Plan de Adaptación al Cambio Climático, que habrá que actualizar y concretar en planes sectoriales. Con todo, pasar a la acción no será simple, porque conlleva recursos públicos y privados vía impuestos, para complejas transformaciones en infraestructura y hábitos. Ni siquiera hemos ratificado el Acuerdo de París.
Miguel Á. Vergara Villalobos
Presidente Liga Marítima