Mientras se quemaban más de doscientas casas en la parte alta de Playa Ancha el 2 de enero, las redes sociales se llenaron de fotos de inmensos aviones especialmente diseñados para combatir grandes incendios forestales.
El fenómeno da cuenta de lo fácil que resulta combatir el fuego desde la ignorancia y la impotencia.
El ejercicio de consultar con expertos en el tema respecto a la eficacia de estas meganaves se ha hecho muchas veces y la respuesta siempre es la misma: en Chile no sirven.
Son muchas las razones, desde lo agitado del mar, que impide cargar agua, pasando por el bajo nivel de los tranques artificiales como Peñuelas y el impacto que podría tener la caída de 6 toneladas de líquido en bomberos y casas.
Cuando se quiere hablar en serio de las razones para los siniestros y la forma de evitarlos, sobran las cátedras. Desde la tragedia de 2014 en Valparaíso que se viene hablando del asunto y todos coinciden en que un 99% de los fuegos tienen origen humano, por lo cual la prevención es esencial.
Una de las medidas para adelantarse a la llamarada fue planteada por el alcalde Jorge Sharp, y levantó polvareda: sacar las plantaciones de eucaliptos que rodean a la ciudad y actúan como espada de Damocles.
El director regional de la Corporación Nacional Forestal (Conaf), Héctor Correa, le da la razón al jefe comunal, pues apunta que este tipo de árboles son muy fáciles de botar por el viento, debido a sus raíces superficiales o por efecto de la sequía, generando acumulación de combustible para los incendios.
Además, el funcionario público asegura que los dueños de los fundos que rodean al Puerto debieran generar cortafuegos que impidan la expansión descontrolada de las llamas.
Otro punto que destaca Correa es el de la basura existente en las quebradas de los cerros. En dos años, sin ir más lejos, Conaf retiró más de mil toneladas de desperdicios de estos sectores.
Un aspecto que ha sido apuntado por Luis Álvarez, director del Instituto de Geografía de la PUCV, es el cambio climático. Según el académico, la baja humedad relativa que se presenta entre los interperiodos de lluvias, unido a otras variables que se agudizan más y más, son el caldo de cultivo perfecto para las catástrofes.