El maestro que marcó generaciones en la PUCV
Muchas generaciones de estudiantes se formaron con sus lecciones. Sus cursos fueron laboratorios de aprendizaje de la filosofía, del castellano y del idioma de la filosofía.
Nos ha dejado don Jorge Eduardo Rivera Cruchaga, profesor, maestro, amigo y guía. Quienes lo conocimos, podemos decir que no sólo pasó por nuestras vidas, sino que marcó nuestros corazones.
El mundo de la filosofía lo reconoce por ser el autor de la segunda traducción al español de "Ser y Tiempo", ícono de los estudios heideggerianos. En ella respira su peculiar forma con que entendió la filosofía y su enseñanza, a saber, la búsqueda de la verdad acompañada de claridad. Eso se lo infundió a filósofos y a músicos, arquitectos y abogados, psiquiatras e ingenieros.
"Tengo oído musical", decía, lo que significaba que el texto por traducir debía sonar como si fuese una fina pieza de música. Había que respetar el genio de la lengua, porque los idiomas son veleidosos y, como las personas, tienen carácter. Esta idea era el esfuerzo por decir las cosas difíciles de la filosofía de manera transparente.
Otra forma de su enseñanza fue la vitalidad. En sus clases bullía en ideas que ponían en cuestión los núcleos duros de las filosofías estudiadas. Junto con entregar rigurosamente la materia, nunca podíamos estar seguros de las comparaciones que iban tener lugar allí, Heidegger y Tomás, Aristóteles y Kant.
Se tomaba muy en serio aquello de que preguntar no es sino estar en vilo, pender de un hilo. Trasladaba un quehacer común y fundamental de la vida a la vida filosófica. Hacía suyo el efecto suspensivo de la desconexión de la actitud que Husserl llamó la tesis general de la posición natural. Esto no quiere decir que don Jorge no disponía de convicciones, y las definitivas se derivaban para él de la certeza de la fe, pero en terreno filosófico entendía que la naturaleza de la filosofía implicaba revisar todo lo que uno daba genuina, pero ingenuamente, por cierto.
Justo es poner de relieve que la mayor y la mejor parte de su quehacer intelectual se gestó y fraguó en Valparaíso y Viña del Mar, especialmente en las aulas de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), en torno a los más diversos temas de la filosofía: sobre Heráclito, no "el oscuro" como lo llamó la antigüedad, sino el esplendente, porque Rivera lo volvía tal. Sus cursos de filosofía antigua se transformaron en notas invaluables que van de Tales a Sócrates, de Descartes a Kant, de Hegel a Zubiri. Desfilaron ante nuestra vista las ideas de Platón: "No vayan a creer ustedes que las ideas son las que tenemos en la cabeza: ¡Son el ser mismo de las cosas!", decía.
Muchas generaciones de estudiantes se formaron con sus lecciones. Sus cursos fueron laboratorios de aprendizaje de la filosofía, del castellano y del idioma de la filosofía, pues para él, como para Heidegger o Zubiri, el lenguaje no era mero instrumento, era esa dimensión donde el pensar está en su elemento por ser elemento mismo del pensar.
Se ha ido, pero se queda, en la medida en que hayamos hecho nuestro lo que nos enseñó. Nos deja un maestro, como de los que hay pocos. Sintámonos agradecidos de que hayamos podido participar del cruce con esa alma, que nos seguirá animando íntimamente al haber forjado también la nuestra.
Hardy Neumann
Director del Instituto de Filosofía PUCV