Efectos sociales de la gratuidad
Por segundo año consecutivo miles de estudiantes de la educación superior harán uso de uno de los derechos sociales fundamentales que un país debe reconocer a las personas. Otros miles se incorporarán a la gratuidad a partir de este año, especialmente en la educación técnico profesional. Un total de 44 instituciones ya han adscrito al régimen de gratuidad, 12 de ellas corresponden a la formación técnica y profesional. Un 98,2% de los 95 mil estudiantes ya notificados de su condición de beneficiarios por el Ministerio de Educación proviene de los establecimientos municipales y particulares subvencionados. En otras palabras, en 2017 se lograrán objetivos de mayor inclusión y de diversidad en la cobertura, con instituciones de carácter público y privado, tanto en universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica.
Siempre he sostenido que no es todo lo que hay que hacer en educación. Es decir, nadie puede pretender reducir la reforma a la educación superior a un determinado instrumento de política pública, por más relevante que éste sea. Desde luego esta reforma no debe ocuparse solo de los sistemas de financiamiento, pero sería muy poco ecuánime no valorar los efectos sociales, culturales y políticos de la gratuidad. A mi juicio, uno de esos efectos es que a mediano plazo creará una condición muy favorable para avanzar en esa misma política, incluyendo a otros segmentos socioeconómicos todavía vulnerables, lo que a su vez generará un cambio de la mayor envergadura en los significados colectivos relativos a estándares más elevados sobre valores de bien común y de justicia social.
Los datos muestran que la implementación hasta ahora tiene un evidente efecto redistributivo. El impacto económico en la mayoría de las familias que tienen sus hijos en educación superior no tiene comparación, pues en los ingresos promedio de nuestro país dejar de pagar o no tener que endeudarse por estudiar representa un incremento cuantioso en los ingresos de las personas. Pero este beneficio tiene a su vez un edificante contenido normativo, se entrega por el mérito y el esfuerzo de quien lo recibe y el apoyo que han entregado sus familias.
En contra de la gratuidad se han escrito y editado múltiples columnas. Se ha llegado a decir que es el inicio de la tiranía de la igualdad, una señal del avance del totalitarismo que asfixia la libertad moral de las personas. A efectos de edulcorar la aversión ideológica que no logran contener tales adversarios, algunos matizan diciendo que son contrarios a la gratuidad universal. Cuando se les dice que la gratuidad es un derecho, no una imposición, no responden. Lo que evitan reconocer es su rechazo conceptual a la idea que la educación deje de ser un bien de consumo, o una mercancía transable según la capacidad de pago de las personas. Otros dicen que los derechos sociales no existen, pero tal argumento tiene el riesgo de implicar también la negación de los derechos subjetivos en general lo que resulta contradictorio con la veneración de los derechos de propiedad. En tal caso, el remedio puede resultar peor que la enfermedad.
La extensión de la gratuidad trae consigo una ampliación de la base de sustentación social y cultural de dicha política. Desde el momento que esta produzca sus efectos prácticos en las economías familiares y de las instituciones adscritas a ella, y de un modo más transversal, su mayor legitimidad terminará consolidándola como un derecho social.
Aldo Valle
Rector de la Universidad de Valparaíso