En medio de la incertidumbre por la seguridad que inquieta a nuestras ciudades, incluyendo letales hechos de sangre, la reapertura del Bar Inglés puede aparecer como un hecho irrelevante, una nota de frivolidad ante problemas mayores. Sin embargo, el rescate, la reapertura del tradicional local porteño pone una luz de optimismo y de confianza en un cuadro sombrío que no se puede desconocer, pero ante el cual no podemos rendirnos.
El tradicional Bar Inglés fue una víctima tanto de fallas en su administración como de cambios en las costumbres y también de la inseguridad ambiente. Pero un empresario, Marcos Hume, está dispuesto a luchar contra la corriente y rescatar ese añorado lugar de encuentro de generaciones, con más de un siglo de existencia. Esto, que podría aparecer como una aventura romántica, se puede transformar en un exitoso logro, consolidando un local que, sin decretos oficiales ni diplomas de la Unesco, es parte del patrimonio de la ciudad.
Y no es novedad la supervivencia de este tipo de lugares. Tenemos en Santiago el Café Torres y, con la debida distancia, en Buenos Aires el Tortoni; en Madrid, Chicote; en París, Aux des Magots… ¿Y por qué vamos a ser menos en este "puerto de nostalgia" en que nos introduce Salvador Reyes (¿Alguna calle lleva su nombre?). Es cierto que murieron en Valparaíso el Café Riquet, de notable repostería; el Neptuno, de precursora gastronomía internacional, el Bar Alemán, de irrepetibles "crudos", al igual que han desaparecido los clubes radicales, de contundentes cartas, quizás letales… En fin, cambios de tendencias, económicos y políticos, pero siempre hay espacio para la innovación. Pero, lo más importante, hay espacio para lugares de encuentro y conversación, indudablemente necesarios cuando nos encerramos en posiciones irreductibles donde sólo hay blanco y negro o en calabozos digitales.
Escribía hace algunas semanas Agustín Squella, Premio Nacional de Humanidades, destacado académico porteño, que "por ahora demos el Bar Inglés por cerrado, pero no por perdido". Positiva esperanza que se hace realidad y se podría concretar el próximo mes con la reapertura del local, con renovaciones que, esperamos, contribuyan a su preservación a través del tiempo, sin dejar de lado la atmósfera que tantos añoran y que, nadie es inocente, no ayudamos a conservar.
Y no se puede perder de vista que el Bar Inglés, más allá a toda su tradición, es un negocio y, como tal, debe ser rentable y para ello se exige una eficiente y alerta administración donde prime calidad, buen servicio y precios razonables.
Tampoco se puede perder de vista que este emprendimiento, como todos los negocios, requiere para su funcionamiento exitoso un marco de seguridad, materia en la cual nuestras ciudades están al debe.