El puritanismo urbano y la necesidad de superar los dogmas en la ciudad
En el último tiempo se ha incrementado la cantidad de proyectos inmobiliarios judicializados. Considerando que la calidad de los diseños es una exigencia básica, se ha hecho insuficiente que los proyectos sólo cumplan con la normativa urbana, ya que, si no coinciden con las expectativas de las comunidades, pueden ser rápidamente impugnados. Incluso proyectos de buena calidad arquitectónica, adecuada inserción urbana y apego estricto a la normativa han sufrido el estigma de ser vistos como embajadores de la "voracidad" inmobiliaria, siendo también criticados.
Traemos este último ejemplo para ilustrar una nueva lógica en el debate sobre la ciudad; el "puritanismo urbano", que consiste en extremar los argumentos de una discusión pública, donde los matices desaparecen y solo quedan los buenos y los malos. En otras palabras, un fundamentalismo que se va tomando la discusión. Es justo además reconocer que dicho puritanismo, que proviene del mundo social, ha permeado el interior del Estado. En el mundo social, por sobre legítimas exigencias por un medio ambiente habitable, bien planificado y construido, existen grupos de activistas que reducen la agenda urbana a sus preocupaciones particulares, presionando para priorizar aquellas temáticas que declaran representar. Por su parte, en el interior del Estado, existen cofradías tecnocráticas que, aferradas a sus metodologías, como un dogma inamovible, hacen caso omiso a los cambios de las dinámicas urbanas, empujando la inercia de proyectos que demostradamente se han vuelto obsoletos.
Es esta lógica la que también se encuentra tras tres ejemplos de discusión contingente: Primero, sobre los edificios en altura, donde algunos actores ven como el principal problema de las ciudades, la proliferación de torres, invisibilizando otras urgencias como son los campamentos, el transporte público, los barrios deteriorados, el acceso a la vivienda de clase media o los desafíos medioambientales y de cambio climático. Es esta lógica la que, frente al problema de los guetos verticales en la comuna de Estación Central y el necesario debate sobre el bien densificar, equipara su desregulada proporción con todo proyecto de renovación urbana, olvidando que la política de repoblamiento de Santiago Centro, permitió revitalizar esta área, atrayendo a miles de hogares periféricos.
Segundo, la caricaturización del sistema de concesiones, por cierto perfectible, solo porque había lucro, olvidándose de que su implementación permitió reducir velozmente el déficit de infraestructura pública existente, incrementando el patrimonio futuro del estado en millones de dólares, sin que haya importado además que el sistema permitiera que los automovilistas sinceraran el costo que tiene el uso del vehículo privado, financiando la misma infraestructura que demandaban.
Tercero, en ciertos enclaves del sector público se insiste con soluciones de transporte que ya no responden a la complejidad multimodal de la movilidad en la ciudad. En efecto, seguir insistiendo en un sistema de transporte público basado principalmente en buses y subsidios, a pesar de que por su calidad deficiente pierdan usuarios y la evasión alcance ya a un tercio, evidencia una tecnocracia distante de la realidad. En este caso cabe citar, la oportunidad de corrección que se abre con los nuevos Gobernadores Regionales y sus atribuciones, dará mejores oportunidades de coordinación metropolitana, pero además una clara y necesaria posibilidad de descentralización.
Así, a pesar del intento por vestir un ropaje progresista, el puritanismo ha podido declinar en moralista y conservador. De esta forma, frente a un nuevo edificio en altura, el problema siempre será adjudicado a la maldad del especulador y no al Instrumento de Planificación que lo permite, justamente destinado a limitar los excesos individuales. Tampoco ahondará en las políticas de transporte que inducen densificación. He aquí la tarea permanente de actualizar y fortalecer confianzas con la Planificación Urbana.
El problema de fondo con esta forma dogmática de mirar la ciudad, es que reducir la complejidad de los problemas urbanos implica sumergir costos, que casi siempre los pagarán los más pobres, alejándose de soluciones que tienden al equilibrio y que aceptan que en las ciudades existen diversos matices. Entonces, la Política Urbana no puede ser secuestrada ni por extremos ni por dogmas. Se requerirán líderes y técnicos con capacidad y experiencia, que puedan lucir también la evolución de las normas, planes y diseños, para una ciudadanía más exigente, pero que es a la vez habitante del espacio al que optamos para la vida en comunidad.
Alberto Texido Z.
Marcelo Ruiz F. *
* Integrantes Corporación Metropolítica