Parquímetros, pero con transparencia
Permítanme partir por algo previo, cual es el muy mal uso que damos al automóvil, un bien accesible, enhorabuena, para un número cada vez mayor de personas. Pero se trata de un bien que se sobreutiliza, saturando calles y avenidas, ya fuertemente congestionadas por innumerables líneas de buses y taxis colectivos que, en el caso de las primeras, suelen ir con tres o cuatro pasajeros. ¿Quién autoriza tantos recorridos y tantos buses en cada uno de ellos? A mí me gustaría un Transvalparaíso, ojala público, aunque mejor hecho que el que tienen en la capital. La sobreutilización del automóvil es particularmente absurda en ciudades como Viña del Mar y Valparaíso, por las que es posible circular perfectamente usando para ello el transporte público, de por sí sobreabundante. Pero no. Nos subimos al auto a veces para trayectos de unas cuantas cuadras y entramos en la neurosis de la conducción: tacos, cruces, atochamientos, bocinazos, topones, colisiones, accidentes mayores, y las infaltables y por lo común groseras recriminaciones que los conductores se hacen unos a otros. ¿No nos hemos dado cuenta de la pavorosa contaminación acústica de nuestro tráfico vehicular?
Hay que celebrar los anuncios del municipio viñamarino. Ya era hora. La Población Vergara ha estado viviendo en estado de abandono, quizás porque en ella no hay tantos votos que aseguren la reelección indefinida de nuestras autoridades. Hay que reparar muchas calles y veredas, calles en pésimo estado que dañan los vehículos y veredas en tan mal estado que todos los que caminamos a diario por ellas somos permanentes candidatos a esguinces y fracturas mayores.
Otro atentado en contra de la ciudad es la difundida costumbre de los locales comerciales de tomarse las veredas e instalar toldos, mesas, sillas, cualquier cosa que sirva para poner en la calle lo que deberían vender puertas adentro. Fuentes de soda y negocios de venta de comida rápida -que no es más que otro nombre para comida chatarra- se adueñan de las veredas, dando un espectáculo visual y olfativo que no tiene nada que ver, por ejemplo, con los amables bistraux de París. Si a eso se suma que la otra mitad de las veredas está ocupada por el comercio ambulante, ¿por dónde circulamos entonces los peatones?
De acuerdo estoy también con vías especiales para los ciclistas, porque estos, víctimas de los automovilistas, se han transformado en victimarios de los peatones cuando avanzan a toda velocidad por las veredas. Hay un cierto fascismo urbano en el comportamiento de los automovilistas con los ciclistas, pero también lo hay en el de estos con los peatones.
¿Parquímetros? Están bien. Pero con valores razonables, no vaya a ser que las cuantiosas deudas de nuestros municipios se pretendan paliar en parte con los precios de los parquímetros. Y, como es lógico, licitación transparente del negocio de los parquímetros y firme control a la empresa que se los adjudique.
Agustín Squella
Abogado,
Premio Nacional de Humanidades