Educar implica formar personas
Un buen ciudadano no es sólo quien posee vastos conocimientos, sino quien sabe utilizarlos en beneficio de su comunidad.
Últimamente hemos sido testigos de un preocupante número de casos de violencia y maltrato escolar en la región. Estos reflejan un problema social: el Instituto Nacional de la Juventud habla de un 61% de jóvenes que han sido víctimas de algún tipo de maltrato en la escuela y de un 84% que ha presenciado casos de bullying. La convivencia escolar requiere atención prioritaria, pero aún se mantiene a nivel de diagnóstico y de iniciativas que, más allá de las buenas intenciones, constituyen un asunto marginal frente a las definiciones educacionales que hoy son objeto de discusión y reforma.
El debate sobre cuál debería ser el propósito último de la educación es de larga data. Hace más de 2.400 años, Aristóteles decía: "Aún no se sabe a qué debe darse preferencia, si a la educación de la inteligencia o a la del corazón. El sistema actual de educación contribuye mucho a hacer difícil la cuestión. No se sabe si la educación debe dirigirse a las cosas de utilidad real o ser una escuela de virtud, o si ha de comprender las cosas de puro entretenimiento" (Política V). Después de tantos siglos, aún no damos con la respuesta. Más allá de los discursos, no está claro si nuestra educación forma personas o entrega conocimientos. En nuestro sistema, prima lo segundo. Prueba de ello es que el nivel de los colegios se mide por resultados académicos, y no por la calidad de las personas que egresa de ellos.
La educación suele entenderse como un proceso de instrucción intelectual, por medio del cual los estudiantes acumulan conocimientos medibles a través de pruebas estandarizadas. Sin embargo, esta definición olvida que las personas -especialmente niños y adolescentes- son también sujetos emocionales, que deben aprender a conocerse y a desenvolverse en función de ello. Las emociones son determinantes para el desarrollo personal y social, y no pueden ser ignoradas en proceso formativo o experiencia de aprendizaje alguno. Mientras estos ámbitos no sean prioridades educacionales evidentes, es difícil que la situación actual de violencia y bullying cambie. Las escuelas seguirán actuando con iniciativas de contención, campañas preventivas o medidas reactivas, y ello no basta.
El enfoque academicista impacta en el modo de abordar potenciales soluciones a la convivencia escolar, reduciéndose muchas veces a su enseñanza en asignaturas como Orientación o, de aprobarse, Formación Ciudadana. Sin embargo, el desempeño de los individuos en sociedad no puede pretenderse objeto exclusivo de un curso. Debe ser materia transversal a toda asignatura y espacio de la vida escolar. Son asuntos que no se enseñan: deben formarse en las dinámicas del colegio; en espacios de participación política; en metodologías que propicien el diálogo y la colaboración; en evaluaciones que busquen mejorar aprendizajes y no distinguir mejores y peores alumnos; o en premiaciones que no destaquen las notas como únicos logros, sino que reconozcan a quienes más y mejor aportan a su comunidad. Educar implica formar personas para una sociedad y sus logros no pueden estar completos si sólo relevamos la instrucción intelectual. Un buen ciudadano no es sólo quien posee vastos conocimientos, sino quien sabe utilizarlos en beneficio de su comunidad.
María Gabriela Huidobro
Decana Facultad de Humanidades y Educación, Unab