La reiteración de los rayados en los vagones de Merval es un hecho grave, pero más grave aún es que nos acostumbremos a estos hechos vandálicos que son, simplemente, actos delictuales. La rutina es la misma: encapuchados armados de latas de aerosol con pinturas de diversos colores rayan el exterior de un convoy detenido que muchas veces ellos mismos han paralizado accionando el sistema de frenos de emergencia.
Rayan, en ocasiones algunas consignas, y huyen. Generalmente son filmados, pero poco se hace con esas pruebas. El caso se denuncia, queda archivado, Merval retira los coches afectados y debe gastar varios millones pesos en repintarlos para borrar el daño. Sin embargo, en el ataque producido en la mañana del domingo en la estación de Peñablanca hay algunos hechos nuevos: dos detenidos y el ataque con lesiones a un pasajero que intentó contener a los vándalos.
A partir de esa realidad se debería emprender una acción consistente de investigación, sanciones contra los responsables y, avanzando más, ir tras la identificación de los grupos que actúan contra los trenes y las estaciones mismas de Merval, bienes que prestan un importante servicio como transporte público para miles de personas, pero que ven limitada su capacidad debido a los daños que obligan a retirar parte de los coches.
Por otro lado, sería procedente que las municipalidades de comunas atendidas por el Metro Regional, como representantes de la comunidad, iniciasen acciones judiciales contra los responsables de estas acciones que afectan, justamente, a gran parte de los residentes de esas localidades.
Todo lo anterior buscando sanciones a los responsables y el pago del daño causado.
Pero en lo general la sociedad no se puede acostumbrar a esta verdadera dictadura de los encapuchados, que un día rayan la ciudad y dañan el tan celebrado patrimonio; otro dañan los medios de transporte público o, protegidos por la oscuridad, atacan un templo, como ocurrió el sábado pasado en Santiago. Tras estos hechos se pueden encontrar múltiples y opinables explicaciones en la sociología y hasta en la psiquiatría, pero las teorías no pueden dejar a la comunidad, a sus instituciones, instalada en la indiferencia o la resignación.
Frente a una epidemia se aplican vacunas preventivas, pero a la vez se actúa ante las enfermedades en desarrollo.
Ante a estos reiterados ataques cabe una tarea de pedagogía social, pero también, en lo inmediato, la realidad exige una reacción disuasiva y ejemplarizadora. Lo peor de todo es acostumbrarnos a vivir con esa epidemia que significan vándalos encapuchados eternamente impunes.