Según el Índice Mundial de Innovación elaborado este año por la Universidad Cornell de Estados Unidos, la escuela de negocios INSEAD y la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), Chile se encuentra en el lugar 46 de un total de 127 países, dos puestos más abajo en comparación a 2016.
Aunque pese a este leve descenso nos hemos mantenido como líderes en Latinoamérica, es importante encontrar la forma de ir escalando posiciones, mejorando el nivel de innovación que se desarrolla en el país, con objetivos y metas mucho más ambiciosas. En el mediano plazo deberíamos apuntar a estar dentro del top 35, meta realista considerando que los 25 primeros puestos están ocupados por países que ostentan un mayor ingreso. Por ende, si Chile se involucra más con la innovación y es más eficiente en la utilización de sus recursos, debería ir acercándose a ese grupo.
Pero el punto central de esta discusión es cómo lo hacemos. Primero que nada, debemos ser autocríticos y tras una exhaustiva autoobservación, definir qué es lo que no estamos haciendo bien para encontrar la mejor forma de solucionarlo.
Si revisamos lo que tiene relación con capacidad intelectual, recurso humano e incluso tecnología y comunicaciones, tenemos buenos indicadores, creo que, en ese sentido, se puede concluir que el porcentaje de inversión en investigación y desarrollo (I+D) es uno de los puntos que se debería reforzar y donde actualmente estamos al debe. Lo que falta es mayor motivación y uso de lo que existe. Y para mí, eso se traduce en mayor inversión en I+D.
El Estado está llamado a destinar más recursos en esta área, pues actualmente el porcentaje asignado a impulsarla es claramente insuficiente. Sin embargo, esta no es solamente tarea del Poder Ejecutivo; son los privados quienes tienen que agregar más valor a sus productos o servicios a través de la investigación en innovación. Además, en pos de conseguir el objetivo planteado, deben trabajar en conjunto con las universidades, tomando en cuenta que se trata de una competencia nivel global y en la economía actual quienes no innovan, mueren.
Por otra parte, educar sobre innovación es otro de los temas pendientes; si el desafío es lograr que sea parte inherente de nuestra idiosincrasia debería ser un contenido que se imparta dentro del currículo escolar. Por su parte, las universidades tienen que seguir fortaleciendo la innovación de forma transversal en todas las carreras, una labor que ya se está realizando a través de distintos proyectos como, por ejemplo, Ingeniería 2030, implementado por nuestra universidad.
Todas estas medidas pueden no tener un resultado inmediato, pero si pensamos en el mediano y largo plazo, deberían traernos importantes frutos. La innovación es el motor de esta nueva economía y, por lo mismo, debería estar en el centro del debate.
Werner Kristjanpoller
Director Instituto 3IE-USM