Federico Assler acaba de llegar a Valparaíso con una formidable exposición de su obra escultórica. La muestra está en el Parque Cultural Valparaíso, un espacio que llevó tiempo y no pocas dificultades instalar en la calle Cárcel del Cerro Cárcel de Valparaíso. Algunos vieron en eso una señal negativa: no podría dársele un destino cultural apropiado a un sitio que había sido cárcel y en el que fue fusilado el mismísimo Emile Dubois, el primer asesino en serie de nuestro país. También en esto Valparaíso fue primero. Pero el Parque Cultural aparece ya asentado como tal, y la muy extendida aceptación que ha conseguido, así como la pertinencia y calidad de lo que en él ocurre, sacó por fortuna a este recinto, hace ya rato, de nuestras tan porteñas y por lo común negativas discusiones acerca de qué hacer con la ciudad y los lugares que ella ofrece. Debatir está bien, por cierto, pero las discusiones locales, en tanto se prolongan indefinidamente en medio de posiciones irreductibles, cada una de ellas dueña de la verdad y depositaria exclusiva de nuestro pasado, tienen por único efecto mantener paralizada a la ciudad en determinaciones que son relevantes tanto para su presente como para su futuro. Nadie quiere que decidamos mal, pero ¿hasta cuándo permanecemos sin decidir?
El material de Assler es el concreto, el hormigón, que él vacía completamente líquido en moldes enormes y también pequeños que ha construido previamente. La obra que resulta, sin embargo, no es pesada, sino orgánica, y el espectador ve en ella de pronto un hombre, de pronto un árbol, de pronto un tórax, de pronto un brazo que podría ser también un puente, todas cosas que Federico Assler dicen que son él mismo, de manera que se niega a hablar mucho de ellas. El día de la inauguración de esta exposición se mostró especialmente parco en la conversación que mantuvo frente al público con dos especialistas, y pidió una y otra vez que termináramos pronto y subiéramos a mirar las esculturas que aguardaban en el tercer piso.
Assler quiso traer esta exposición a Valparaíso porque Valparaíso le importa. Aquí cursó sus primeros años de estudiante universitario, desertando luego de la arquitectura y abrazándose acto seguido a la escultura, y su primera muestra pública como escultor, que hizo en Santiago en 1959, viajó ese mismo año a Valparaíso. Federico tiene ya 88 años y no se olvida de Valparaíso. ¿Quién se olvida de Valparaíso? A veces sus habitante nos olvidamos de él, cada cual encogido en su propia trinchera y sintiéndose poseedor de la bola de cristal que permite anticipar con seguridad cuál tendría que ser el destino de nuestra ciudad.
Si a Valparaíso le falta conversación -conversación y también decisiones-, una forma de conversar es a través del arte, de un arte como el de Assler, por ejemplo, de un arte contemporáneo, de un arte que en su caso muestra cuán concretos somos hombres y mujeres, hechos también de agua, arena y cemento, durables, en consecuencia, pero expuestos igualmente al frío, al viento, a la lluvia y a las manos que tanto nos forman como deforman.
Agustín Squella
Premio nacional de Humanidades y Ciencias Sociales