La pelota no es la patria
El descenso a Primera B de Santiago Wanderers debe dejar una reflexión más profunda que el incontrolable deseo de hallar culpables. Explicar todos los males del club apuntando con el dedo al contrato de concesión que entregó por 30 años la administración de la rama del fútbol profesional es demasiado facilista.
El extraordinariamente peculiar fin de año vivido por Santiago Wanderers, con su entronización como campeón de la Copa Chile y la consecuente clasificación a la Copa Libertadores de América y el pesadillesco descenso a la Primera B sufrido el último jueves en su cancha ante Unión La Calera, debiese -al menos- generar una reflexión un tanto más pausada que las que se han oído hasta el minuto, comprensiblemente nubladas por la pasión y la pena propia del fanatismo y la entendible desazón del hincha.
Lo primero es intentar entender por qué se llegó a esa instancia (más allá de que les marquen un gol en el minuto 92 producto de un blooper de antología en el área chica) con un plantel que, si bien no será de lo más granado y millonario del fútbol profesional, no tiene tanto que envidiarles a otros que lucieron campañas evidentemente superiores (Deportes Temuco, Everton de Viña del Mar, Antofagasta, entre ellos) y que supera con largueza a elencos humildes como Curicó Unido, que consiguió zafar del fantasma del descenso en base a un estupendo sprint final en el torneo.
Explicar todos los males de Santiago Wanderers apuntando con el dedo al contrato de concesión que entregó por 30 años la administración de la rama del fútbol profesional del Decano a la inicialmente llamada Joya del Pacífico S.A.D.P., y hoy Club de Deportes Santiago Wanderers S.A.D.P. (controlada por el empresario Nicolás Ibáñez Scott a través de la Fundación Futuro Valparaíso) es demasiado facilista, incluso de parte de quienes entran en la crítica administrativa, con la suba de los pasivos y el increíble aumento de la deuda previsional, antes de su saneamiento.
La mediática disputa con ídolos caturros como Jorge Ormeño y David Pizarro tampoco colaboró mucho en la vinculación que la S.A. intentó construir con Valparaíso y su gente, pero una derrota -por dura que ésta sea- no debe nublar la razón. Quizás sí exista ese sesgo de soberbia en la actual administración que tanto critican los hinchas y cercanos al club, pero tal como le ha ocurrido al presidente Jorge Lafrentz en el pasado (con su auto zamarreado por fanáticos) o los rayados e insultos en contra de Ibáñez y Miguel Bejide, cargar contra ellos o el propio director técnico Nicolás Córdova no es el camino a seguir.
Aunque hoy nadie lo crea y a pocos les importe, en el directorio y la administración del club existe gente decente, trabajadora y que hoy sufre más que nadie con lo que está ocurriendo. Dos ejemplos de ello son el historiador Gonzalo Serrano del Pozo y el gerente general Jorge García, quienes estuvieron, están y seguirán estando dispuestos a los mayores sacrificios y pruebas de humildad por Wanderers y su gente. Lo mismo se puede decir del propio Lafrentz.
A veces, como en la Copa Chile, se gana. Otras, las más, se pierde. Así es el fútbol: la pelota no es la patria.