Los recorridos noctámbulos, los paseos bohemios, las caminatas por callejuelas oscuras y llenas de premoniciones, son parte de una construcción imaginaria de una narrativa europea de corte existencialista que marcó modelos de escritura. Justo ahora ando leyendo la novela de Patrick Modiano La Hierba de las Noches y cierta atmósfera me remitió al poema de Neruda Walking Around en donde ronda ese sujeto existencial, a quien el mundo le llega como una sorpresa y del cual incluso es víctima. Estamos ante un narrador obsesivo, un tomador de notas, que describe el París de mediados del siglo XX, sin los registros del turismo en donde la clave es el mundo como decorado. No es un flaneur melancólico (el del spleen). Eso ya pasó, porque ya han ocurrido las dos grandes guerras.
Paralelamente, leo un cuento de David Foster Wallace, en donde un narrador protagonista esquizofrénico construye imágenes de un mundo distorsionado que altera su modo de transitarlo y en el cual no sólo es un extraño, sino un sujeto rechazado, aquí el conflicto no está en la relación con los otros, sino consigo mismo. Son dos modalidades o dos subjetividades que nos permiten un contraste narrativo en donde lo humano exhibe esa fragilidad tan brutal, que nos puede poner tristes o cínicos, como lectores ya inventados por el narrador. Esas sensaciones tan potentes y tan productivas es lo que la práctica literaria y artística hace relevante para recordarnos lo que somos como engranaje humano.
La percepción de la realidad filtrada por los códigos de la lectura ad usum y/o de aprehensión del mundo a partir de una conciencia marcada por esquemas ya dados, leer es, también, haber sido leídos.
Y en ese mismo trance se me aparece otra lectura irremediable en un camino azaroso y desordenado, la noción de velocidad de Paul Virilio. Sobre todo porque uno que todavía está poseído por la sorpresa de la tecnología, por esa instantaneidad e inmediatez casi mágica que os proporcionan ciertos dispositivos. Y me surge ese concepto la llamada "sociedad veloz", que redunda en la paradoja del inmovilismo o en la tiranía de la tecnociencia, con todas esas prótesis que nos ponen el mundo a la mano, literalmente, desde la fotografía a la telefonía celular.
Y todo lo que esto implica a nivel de percepción y de transformación de la mirada. Y por cierto los cambios en los modos de narrar historias. Tengo algunos recuerdos de cuando los investigadores clásicos de la novela policial, Dupin y Holmes, tienen como referencia de información al periodismo escrito y su propia observación, aunque por otro lado asumen como universo la lógica deductiva, como coqueteo con la investigación científica. Lo concreto es que hay un tempo otro que depende de otro estatuto que rige la mirada y, por lo tanto, la construcción de imágenes.
No puedo dejar de imaginar que el modelo de percepción del mundo que nos proveen las redes sociales, por ejemplo, equivale a resumir varias décadas de banalidad televisiva y de cine espectáculo, y la maravillosa y vulgar vida doméstica, plena de matinales y situaciones coloquiales y de trabajo alienante, lo que ha redundado en modos estandarizados de conducta. Debemos asumir, además, que no más de 10 películas, entre las que podrían estar El Padrino, Rocky, Nueve Semanas y Media, Pulp Fiction y Terciopelo Azul, además del imaginario rockero de tres décadas, han definido los modos de hacer y de vivir la existencia cotidiana. Y han incidido en la producción editorial que ha intentado hacer de eso un espectáculo a la mano. Siempre siguiendo el modelo narrativo que inventó Hollywood para la ficción contemporánea.
Luego leo un texto medieval, para hacer un radical contraste, en donde el estatuto de la subjetividad me indica una mirada interna, hacia adentro, hay un canon moral religioso que dirige toda observación posible. Y como había una mirada ya fundada no había nada nuevo bajo el sol. Sí había el cuerpo y el pecado, y jerarquías muy estratificadas que definían toda la trama de la posibilidad de lo humano, que aparecía como insignificante. La percepción debe haber estado determinada por la relación del sujeto con la naturaleza y sus ciclos, mediatizada por una oscura divinidad.
Y la literatura posterior, la renacentista y la moderna, quizás, son una especie de engrosamiento de las posibilidades de observación y de cómo el cuerpo humano se ubica en el paisaje o en el nuevo espacio que genera la conciencia que se expande. El cuerpo es una clave, sin duda, de esa ampliación del estatuto de la mirada, además que gracias a la óptica (y a los pulidores de cristales) que amplían la visión del mundo, y a la brújula que posibilita los viajes interoceánicos se genera un nuevo modelo de construcción de imágenes del mundo. En esa línea se ubica la bitácora de Colón, hojeo el hermoso libro de Todorov al respecto, "La Conquista de América, El Descubrimiento del Otro." Ese fatal descubrimiento que se produjo gracias a la tecnología que mejoró el transporte marítimo y que amplió los registros de percepción.
Lo paradojal de todo eso es que todo ese sistema de desplazamiento de la conciencia, gracias a la tecnociencia, sólo apunta al inmovilismo omnipotente de la aldea global.
Marcelo Mellado
Escritor y profesor de Castellano.
Es autor de "La batalla de Placilla".