Las poderosas crónicas de un viajero en 10 lugares fascinantes
En su último libro, "Arenas blancas. Experiencias del mundo exterior", el ensayista inglés Geoff Dyer explora sitios y experiencias icónicas que van siendo degradadas por las expectativas y el turismo. El resultado es una obra inevitable, plagada de peregrinaciones luminosas y decepcionantes a la vez, que van desde un campo de relámpagos en México hasta la Ciudad Prohibida en China.
Al pasar las páginas de "Arenas blancas. Experiencias del mundo exterior" (Literatura Random House), del escritor inglés Geoff Dyer (1958), se hace más notoria la incapacidad que tendremos para definir un libro tan complejo, tan indescifrable. Cualquier intento de clasificarlo podría ser inoportuno. ¿Es un compilado de crónicas de viajes? ¿Memorias? ¿Ficción o no ficción? ¿Ensayos o crítica literaria y artística soterrada?
El mismo Dyer planta las dudas en una nota que abre el volumen: "Como mi éxito anterior, 'Yoga para los que pasan del yoga', este libro es una mezcla de ficción y no ficción (…) Lo principal es que el libro no exige ser leído teniendo en cuenta lo lejos que se considere que se sitúa de una supuesta línea divisoria, una línea que separa ciertas formas y las expectativas que generan. En este sentido, 'Arenas blancas' es tanto la figura en el centro de la alfombra como un espacio en blanco en el mapa".
Arenas blancas es quizás uno de los mejores libros publicados en 2017. En Chile está desde diciembre último. ¿Por qué viajamos?, parece preguntarse Dyer en las nueve crónicas en que recorre lugares o experiencias tan icónicas como degradadas por el turismo. Así, va en la búsqueda de los rastros de Gauguin por la Polinesia francesa, recorre la Ciudad Prohibida mientras siente atracción por una guía turística, vive la experiencia del "Campo de relámpagos" en Nuevo México o persigue la esquiva aurora boreal en medio del "puto agujero helado" de Noruega.
"Es la diferencia esencial entre la peregrinación religiosa y la secular: esta última siempre puede decepcionar", escribe mientras se siente desencantado ante un lugar en que vivió Gauguin. Y agrega: "Tras esta revelación llegó otra pisándole los talones: mi enorme capacidad de decepción en realidad suponía un logro, una victoria".
Así, Dyer va explorando cómo el tiempo y la memoria van pasando por ciertos lugares icónicos; cómo se ven afectados por la mercantilización del turismo, de las tradiciones y la belleza. Siempre con una mirada rápida, ácida, plagada de humor y de referencias literarias o artísticas.
"Vedder aún no había cumplido treinta años cuando pintó este cuadro. No había visitado Egipto, pero había visto ilustraciones de la Esfinge de Gizeh. Su cuadro parece emblemático de la clase de experiencias que van repitiéndose en este libro, a saber: intentos de entender lo que significa un lugar concreto, cierto modo de señalar el paisaje; lo que trata de decirnos ese lugar; por qué lo visitamos", anota sobre la obra "El que interroga a la Esfinge", de Elihu Vedder (1863).
-¿Qué tan importante es la experiencia para ti al momento de escribir?
-Eso depende. A veces escribo -o tomo notas al menos- a medida que la experiencia se va desarrollando porque la experiencia se tiene sólo para que se escriba. A veces hay una gran demora cuando me doy cuenta de que algo se vislumbra o tiene chances de transformarse en una historia.
-¿Cómo es tu proceso de escritura?
-Cada vez más tentativo e incierto.
-La escritora argentina María Negroni ha dicho que uno viaja para perderse y en el camino logra perderse de verdad. ¿Qué te pasó a ti con todos los lugares que recorres en "Arenas blancas"?
-Creo que disiento con esa observación. Me sorprende la forma en que habitualmente te encuentras en medio de una experiencia y lugar que te hacen pensar que estás en el medio de tu vida. Sientes que estás en el lugar que deberías estar. O, como lo dice D.H. Lawrence, hay una sensación de llegada.
-Cuando la gente viaja, ¿lee? ¿Con cuántos libros acostumbras viajar?
-Viajo con un número inconvenientemente pesado, porque todavía no he hecho la transición a leer en un dispositivo electrónico. Además, me pongo en contra de muchos libros con bastante rapidez, así que necesito tener un montón en reserva para asegurarme de que al menos funcionen uno o dos.
-¿Cuál fue el último libro que te hizo pasar un gran momento en un viaje?
-Fui muy feliz leyendo "The house in Paris", de Elizabeth Bowen, en los vuelos desde Cartagena a Los Angeles, aunque parece una elección bastante inapropiada.
-¿Qué libros de literatura de viaje deberíamos leer todos?
- "Black Lamb and Grey Falcon" de Rebecca West, porque es un libro sobre Yugoslavia y todo lo demás también; "Danube" de Claudio Magris, porque es discursivo como realmente un viaje; y "The Soccer War" de Ryszard Kapuscinski, porque, aunque es una compilación de despachos, es bastante inclasificable.
-"Arenas blancas" tiene muchos momentos en que la decepción se convierte en una experiencia. ¿Por qué estás tan abierto a enfrentarte a la decepción y por qué crees que en estos días nadie parece decepcionarse al viajar, o al menos no lo reconocen?
-Es una cuestión de honestidad, de incapacidad para fingir cosas y una muestra de cuánto espero del mundo: es una especie de forma negativa de ser esperanzado.
-En el libro pareces estar preguntándote constantemente "¿por qué viajamos?". ¿Lograste responder esa pregunta? ¿Por qué crees que lo hacemos?
-Sería tonto no hacerlo teniendo en cuenta que es un planeta increíble, en que hay una gran cantidad de cosas para ver y experimentar.
-En tus crónicas no falla el humor negro, el sarcasmo. ¿Qué tan importante es el humor en tu literatura?
-El humor está en el centro de mi ser. Graciosamente, mi esposa y yo cenamos el sábado con una persona básicamente sin sentido del humor: fue como una noche en compañía de los muertos vivientes. Son casi fascinantes estas personas sin humor. Quiero decir, ¿cómo toleran estar vivos?
-Pareciera que te interesa complicar los inventarios de las librerías, ¿en qué sección ubicarías "Arenas blancas"?
-Oh, estaría feliz si está ubicado en alguna parte. Cuando uno empieza a escribir piensa "¡qué bueno, podré ir a las librerías y ver mi libro!". Pero luego descubres que las librerías se han convertido en sitios de trauma y pérdida. Entonces: ¡en cualquier lado, siempre y cuando esté en algún lado! No es un mal título para un libro.
-En el último ensayo de "Arenas blancas" hablas de un derrame cerebral que sufriste hace algunos años. ¿El accidente cerebro vascular ha tenido algún efecto en la forma en que miras la escritura?
-Creo que eso fue algo bastante típico en relación a lo que te comentaba: mientras me sucedía, me di cuenta de que era una experiencia que valía la pena registrar, reflexionar, así que escribí sobre ella. Como me recuperé por completo rápidamente, ya no tiene ningún efecto en mi vida como escritor. Estoy más preocupado por mis problemas en el hombro y cómo están afectando mi tenis.
-¿Qué otros lugares del mundo te gustaría visitar pronto? ¿Chile, tal vez? ¿Qué sabes de nuestro país?
-Una de las ventajas de vivir en Los Angeles es que es mucho más fácil llegar a Sudamérica que cuando vivía en Inglaterra. En los últimos cuatro meses he estado en Perú, Colombia y espero visitar tantos otros países latinoamericanos como sea posible en los próximos años. Cuando pienso en Chile, pienso en un país en que un Presidente democráticamente electo fue derrocado por Estados Unidos. Y también un lugar donde, mientras los mineros estaba atrapados y luego fueron rescatados, se convirtió en el centro del mundo.
-Roberto Bolaño decía que a él la literatura le había servido básicamente para leer. ¿Para qué te ha servido a ti?
-Oh, mucho más que eso. ¡Ha sido un pasaporte!
en resumen
El británico Geoff Dyer suele ubicarse fuera de los moldes tradicionales de la literatura. Es un observador reconocido por su agudeza, ha publicado cuatro novelas, dos colecciones de ensayos y nueve libros, según él, inclasificables. Actualmente vive en Venice Beach, Los Angeles, Estados Unidos.
¿De dónde viene, adónde va?
«¿De dónde viene? -me preguntó el funcionario de inmigración en Papeete-. ¿Adónde va?» ¿Le habrían ordenado que hiciera esas preguntas -las preguntas que planteó Gauguin en su épico cuadro de 1897, las preguntas que yo buscaba responder en Tahití- como parte de las celebraciones del centenario?
Cuando Gauguin desembarcó en 1891, las lugareñas se habían congregado para reírse de aquel protohippie con sombrero de Buffalo Bill y melena por los hombros. Cuando yo crucé la aduana, no se reían, sino que sonreían dulcemente en la húmeda oscuridad de antes del amanecer y nos daban la bienvenida, a mí y a los otros turistas, con collares de flores que olían tan frescos como el primer día de la creación. Siempre es agradable que te reciban con aromáticas flores tropicales, pero al mismo tiempo tiene algo desmoralizador. Una bonita tradición de bienvenida se había mercantilizado y empaquetado tan a conciencia que, a pesar de que las flores eran naturales, silvestres y preciosas, parecían de plástico. Había algo que te minaba el alma en los conductores de los autobuses que esperaban para trasladar a los turistas al lujo brutal de los hoteles: con constitución de delanteros, programados biológicamente para aplastar a los ingleses en el rugby, habían quedado reducidos al papel de portamaletas supereducados.
Para cuando entré en mi habitación de lujo comenzaba a clarear con la rapidez propia del trópico, de modo que abrí las cristaleras, salí al balcón y contemplé la prístina vista. La maravillosa isla de Moorea se perfilaba contra el cielo a medio despertar. Una vista magnífica, siempre y cuando no girases la cabeza a la derecha y vieras los otros balcones geométricamente boquiabiertos y gurskyando al mar. Era un hotel grande y lujoso y, aunque la vista era fantástica, hasta el océano parecía arreglado, como si en realidad formara parte de un campo de golf acuático de acceso exclusivo para los clientes del hotel.
Antes de que la relación entre ambos se torciera, Gauguin y Van Gogh planearon montar en Tahití «el Taller de los Trópicos». Hoy día Papeete, la capital, recuerda a la clase de lugar adonde iría Eric Rohmer si decidiera rodar una película en los trópicos: una película en la que no pasa nada, en un lugar que recuerda a una pequeña ciudad francesa adonde jamás irías de vacaciones, que existe principalmente para conseguir que otros lugares resulten atractivos (en especial si tienes la mala fortuna de llegar en domingo, cuando todo está cerrado). De todos modos no hay mucho que ver, y en domingo, nada. Habría sido maravilloso visitarla en las postrimerías del siglo XIX, cuando Gauguin llegó por primera vez… o eso pensamos. Pero el propio Gauguin llegó demasiado tarde. Para cuando desembarcó, Tahití «tenía fama entre todas las islas de los mares del Sur,[2] de ser la más tristemente degradada por la "Civilización"»: un emblema, recordé que había escrito algún historiador del arte, «del paraíso y del paraíso perdido». Solo en el arte de Gauguin devendría el paraíso recobrado y reinventado.
Cuando llegó el capitán Cook, Tahití era asombroso: una premonición de la fotografía de un folleto turístico. Fui al lugar donde Cook -y el Bounty y sabe Dios quién más- había arribado, un sitio que se llama Punta Venus. Es la playa más famosa de Tahití (que, como Bali, no tiene grandes playas aunque sea famoso por sus playas) y había algunas personas tomando el sol y chapoteando. La arena era negra, por lo que parecía lo opuesto al paraíso, un negativo a partir del cual se imprimiría la imagen vacacional ideal. O quizá simplemente el jet lag lo había vuelto del revés.
-¿Son diez horas menos que en Londres o diez horas más? -le pregunté a mi guía, Joel.
-Menos -dijo. Nueva Zelanda, en cambio, va solo una hora por detrás… y un día por delante.
La ciudad prohibida, en china, ambienta uno de los relatos de "arenas blancas", donde el autor fue cautivado por li, una enigmática guía turística.
"Arenas blancas"
Geoff Dyer
Literatura
Random House 203 páginas
$12.000
Por Javier Correa
linda lynn
"Cuando pienso en Chile, pienso en un país en que un Presidente electo fue derrocado por Estados Unidos".
"Mi esposa y yo cenamos el sábado con una persona sin sentido del humor: fue como una noche en compañía de los muertos vivientes".
"Me sorprende la forma en que habitualmente te encuentras en medio de una experiencia y lugar que te hacen pensar que estás en el medio de tu vida".
Adelanto del libro "Arenas blancas" (Literatura Random House), de Geoff Dyer. Páginas 20 y 21.
"Siempre es agradable que te reciban con aromáticas flores tropicales, pero al mismo tiempo tiene algo desmoralizador".