Argentina incendiada en cuatro historias y un grito
La novela "El grito", de Florencia Abbate, recrea con cuatro historias los días de caceroleo y balas en el Buenos Aires de 2001, durante las revueltas y el corralito. Ella, que venía llegando de Canadá, halló todo destartalado. Con su lenguaje denso característico, el poeta penquista aborda "La Casa Devastada", su obra más reciente, que le tomó años de trabajo.
Con su novela "El grito", la escritora bonaerense Florencia Abbate se asoma a los vertiginosos días de diciembre de 2001, cuando la violencia social estalló en Argentina entre cacelorazos, saqueos y balines disparados en las calles alborotadas. Publicada en su patria en 2004, La Pollera Ediciones acaba de editarla en Chile.
Abbate cuenta que para diciembre de 2001 venía recién llegando de una corta estadía de tres meses en Canadá. Estaba haciendo una residencia para escritores gracias a una beca. "Cuando me fui, el país ya estaba mal, pero nadie preveía la explosión que ocurrió: fue como si todo se incendiara. En Canadá tenía una cabaña en el medio del bosque, buena calefacción, computadora e impresora y todo el día libre. Esa mixtura de libertad y confort me resultaba inusual, ya que siempre escribí ficción robándole tiempo a mis trabajos, como quien se niega a ser del todo utilizada por los engranajes del mundo. A través de la ventana de mi estudio veía alces deambulando entre abedules y las huellas que dejaban en la nieve. Me sorprendía que cuando enviaba mails a mis amigos porteños, recibía respuestas escuetas".
Algo tenso se sentía en el mensaje de un amigo que contestó diciéndole que no podía escribirle largo, porque estaba trabajando. "Horas extras por el mismo salario", le apuntaba en su nocturno mensaje en el que también le sugería quedarse un buen rato en Canadá.
"Cuando volví a la Argentina, comprendí todo: el malestar social de ese año se había agravado, había rumores de una devaluación inminente y despidos masivos, además del llamado 'corralito', por medio del cual el Estado y los bancos se apropiaron del dinero que muchos habían ahorrado durante años de esfuerzo y trabajo. El 19 de diciembre comenzó lo que sería el estallido de los días siguientes. Me impactaron muchísimo las imágenes: los saqueos en los supermercados, la violenta represión en pleno centro de la ciudad, los cadáveres de personas muy jóvenes, la renuncia del Presidente y su huida en helicóptero. Yo acababa de recibirme y veía cómo muchos de mi generación hacían fila en las puertas de las embajadas para tramitar ciudadanías europeas e irse del país", recuerda Abbate.
Cuatro voces
De esta manera, la crisis económica golpeó a editoriales, periódicos y revistas en las que trabajaba freelance y Abbate se quedó sin trabajo. "Entonces decidí encerrarme todo el verano a escribir una novela. Así se fue gestando 'El grito', cuatro historias que se cruzan, ambientadas en Buenos Aires en un clima de cacerolas y balas. A veces las mejores decisiones que tomamos en la vida ocurren por azar", cuenta.
Desgranando un poco la historia, la escritora presenta a Federico, "un joven noventoso con pretensiones de dandy, capaz de obsesionarse con 'El Suicidio' de Durhkeim como si reflejara todas sus frustraciones, o de tener la ocurrencia de ir al gimnasio el día mismo en que las calles estallaban de manifestaciones". También está Horacio, "un ex militante revolucionario que el 31 de diciembre llega a su casa y la encuentra vacía, porque su mujer acaba de irse con todo. Él hace gala de su melancolía repasando la historia de su vida a través de su exilio y sus fracasos amorosos". La historia que abre la novela es la de Peter, "un sufrido y sesentón decorador que abandona la ciudad y se refugia en una especie de arcadia new age donde evoca su vida junto a Óscar, un empresario sádico y su gran amor". Por último, también pudo ser Clara, "una escultora que está enferma de leucemia y se pasa los días mirando la calle desde su balcón, hasta que una buena tarde aterriza entre sus plantas un extraño chico amarrado a un arnés: Agustín, el estudiante de cine miope que lleva una cámara colgando del pecho y le explica que se acaba de lanzar de la azotea porque quería filmar una visión del abismo de la libertad".
Aunque la novela recorre un arco temporal que va desde los 70 y la dictadura militar, pasando por el retorno democrático en los 80 y los cambios de la década del 90, hasta llegar al 2001, la autora aclara que "no intenta reconstruir los contextos como algo externo, sino a través de las sensaciones íntimas de esos cuatro narradores unidos por lazos familiares y amorosos. Federico es el hijo de Óscar y el hermano de Agustín, y Horacio estuvo enamorado de la madre de Federico y Agustín fue amante de Clara".
-¿Por qué quisiste que la novela fuera coral?
-Mis ficciones tienen una estructura coral porque me gusta la idea de una unidad compuesta por una diversidad. No me gusta utilizar un solo tono a lo largo de todo un libro. Prefiero que suenen diferentes voces y que la unidad emerja como algo variado, dinámico y que tiene diferentes músicas. En "El Grito" hay cuatro tonos y cuatro miradas diferentes, bien distintas en cuanto a su pertenencia generacional, su orientación sexual, sus convicciones y sus creencias. Me interesa lo coral, lo fragmentario y lo diverso, porque esa es la manera en que percibo al mundo actual. No creo en el discurso único. Como escribió Alejandra Pizarnik: "Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo".
-¿Cómo surgieron las voces de los personajes y sus historias?
-Siempre parto por los personajes, a partir de ellos surgen las tramas. La narrativa es, entre otras cosas, mi excusa para pasar una temporada en compañía de ciertos personajes, encarnarlos y divertirme todos los días un rato arrojando a la basura mi yo: vestir otras pieles, otras vivencias, otras sensaciones. Algo mezquino de la vida es que tengamos una sola, un solo viaje, que cada mañana amanezcamos los mismos, que no nos sea posible llevar adelante diferentes existencias a la vez. Tal vez sea que escribo por los mismos motivos que viajo.
-¿A cuáles les tomaste más cariño?
-Les tomé mucho cariño a Clara y Agustín, me parece que son los más esperanzadores. Entre ellos se produce un encuentro espontáneo y genuino, una amistad profunda y sutil, con tintes amorosos. Es como un matrimonio medio absurdo entre el mirar y el hacer: el mirar de Agustín y el hacer de Clara. Unión conmovedora en tanto es el mirar de un chico miope que hace videos y el hacer de una escultora cuyo cuerpo está enfermo y le faltan incluso las fuerzas para alzar el cincel. Su encuentro condensa el amor y la risa, una especie de amistad que hermana los cuerpos y las almas y que es también una forma de la dignidad. Esa peculiar dignidad de la que sólo son capaces los desamparados. Al final, cuando deciden juntos adoptar un perro, se abre una puerta al futuro, como un amanecer después de la tormenta. Ante las atrocidades, la historia de ellos propone la ternura como respuesta y salvación.
-Has sido parte del movimiento Ni Una Menos. ¿Qué te impulsa a estar allí?
-Me impulsa la convicción de que la violencia machista es un problema muy grave en nuestras sociedades latinoamericanas; y la esperanza de que podemos construir un mundo más justo, menos violento, más libre, que nos permita desarrollar vidas más plenas a todas las personas; y la creencia de que es necesario que nos involucremos activamente en ese cambio y empecemos a transformar esa matriz cultural en nuestra vida cotidiana (...) Mejor todavía si podemos hacerlo como parte de un movimiento muy amplio y colectivo, que desborda las fronteras nacionales.
florencia abbate es una periodista, investigadora y escritora argentina.
Paro nacional
Hoy hubo paro nacional y tormenta. Miré por el balcón; la calle estaba quieta. Cuando salí a sacar la basura al pasillo, me crucé con la vecina. Me habló del default y la injusticia de que no le permitieran disponer libremente de los fondos de sus cuentas. Asentí pero en el fondo no sentía la menor afinidad con su manera de mirar las cosas. Últimamente después de ese tipo de charlas de rutina, me queda un amargo desagrado por mis propias palabras, la sensación de que ellas nos obligan a tomar continuamente compromisos vergonzosos. En esos momentos más que nunca tengo la necesidad de volver a esculpir: estar frente a la materia en bruto, alisar su superficie, escucharla, ir al encuentro de esa forma que espera liberarse, perderme en el ritmo que le marca a cada golpe su grito, desaparecer en un estado de absoluta entrega física, mental, emocional, para ver si así puedo expresar algo más mío que todo lo que digo cuando hablo.
Casi como si fuera un reflejo, si llueve Agustín pone música. Hoy llegó con un disco de Pato C que acababa de comprar en una feria de usados. Era muy cómico invitándome a bailar con la ropa empapada, los cordones sueltos y esa forma torpe de moverse que la agrava la altura. Resultó todavía peor de lo que había supuesto. Bailamos cuatro temas y a pesar de los cambios de ritmo, seguía sacudiéndose como si tuviera convulsiones. Yo no sé cómo bailé pero sí que pasó algo extraordinario: fue como si durante ese rato me hubiera reconciliado con mi cuerpo, me olvidé completamente que está tan lleno de esos linfocitos malos.
Ayer, en mitad de una canción, a él se le cayeron los anteojos. Se agachó para alzarlos del suelo pero yo me adelanté. Los pisé. Solté una carcajada y me tiré sobre la cama. Lo llamé al lado mío y en voz baja le propuse que se compre unos lentes de contacto. Después le pedí que me dejara filmar su rostro sin anteojos. Y después por el visor miramos juntos esa imagen que había grabado, y le dije que la cámara captó cierta expresión que tiene a veces, de absoluta ternura y absoluta gravedad, como si sus ojos pudiesen atravesar la apariencia y ver las almas.
Papá llamó para contarme lo que estaba pasando en el país. Me sugería que pusiese la radio o que fuera a mirar televisión a algún lado. Me decía, una y otra vez, "La gente se les fue de las manos". Pensé que exageraba pero hoy veo que me equivoqué.
Florencia Abbate
La Pollera Ediciones 198 páginas
$8.000
"El grito"
La casa hiperconectada
de Carlos Cociña
"La Casa Devastada" abre con una urbe que se habita extrañada, para después contrastar con la idealización de la vida del campo, intervenida por los estímulos de la red digital que nos conecta. La propia experiencia de habitante de Cociña se sintetiza así: "Escribí en determinados momentos 'la añoranza de aldea citadina, la añoranza de ciudades campesinas'. He vivido toda mi vida en ciudades, empezando por Concepción. Eso me marcó mucho, porque su espacio es citadino, con industrias, con pescadores, con mineros, una ciudad no quebrada que tenía esos elementos tan propios y tan importantes como la cordillera y el paisaje. Los espacios imaginarios se construyen a partir de los espacios concretos".
-El libro termina un trabajo largo con una escritura cerrada que se puede reconocer a lo largo de su obra. ¿Cuándo da por terminado un texto?
-El mismo texto me lo indica, se vuelve ajeno a mi propia dirección. No soy propietario del texto, estoy inmerso en él. Por eso me demoro muchos años, porque dejo que el texto comience a elaborar sus propias redes y, cuando ya las empieza a construir, no tengo nada que hacer. No da más el propio texto, no es que sea yo el que no da más, el que desaparezco. En "La Casa Devastada" hay variaciones, porque cuando quería intervenir un texto y no podía, le hacía una especie de comentario.
-En su obra se observan varias disciplinas que habitualmente no están explícitamente presentes en la literatura. ¿Cómo es su relación con el conocimiento?
-Me sorprende y me atrae, y no pretendo imponerle un código de la literatura, sino que recupero los códigos propios de cada una de las disciplinas: la sociología, la ciencia, etc. Me adapto a lo que el propio código está dando, lo tomo y lo muevo de manera distinta a como se mueve dentro de su propia lógica. Mis referentes son literarios, pero también lo que escucho y lo que leo, por lo tanto, en algún momento puedo tomar algo que escucho en la micro y un texto de ciencias acerca del funcionamiento del cerebro. Cuando uno usa las palabras ellas siempre hacen referencia a algo que no se puede referir, por eso usamos metáforas al hablar en el lenguaje cotidiano. Como operador, lo que hago es registrarlo y combinarlo de distintas maneras, no inventar nada.
-¿Para qué sirve internet a un escritor?
-Primero, como información y, segundo, para perderse. Hay miles y miles de personas diciendo cosas aunque sea con "like". Puedes darte cuenta que el espacio que manejas es reducido, dentro del cual el ego puede funcionar con respecto a los que te quieren y dos o tres amigos del barrio. Internet te permite darte cuenta que el barrio es mucho más amplio, aunque sigue siendo barrio. Es interesante, porque ha cambiado la estructura de organización de los relatos, que desde los griegos tienen un comienzo y un fin, eso se empieza a romper sobretodo en el siglo XX con el flujo de conciencia antes del surrealismo. Lo que hace internet es una muestra de eso, puedes tener un horizonte, pero no una ruta, siempre te vas desviar y eso es bueno.
-Usted además tiene obras online de libre acceso.
-Subí cosas desde el año 2003 hasta el 2005 y siempre aparecen en internet. Me encontré con un medio muy potente, que estaba cambiando algunas formas de percepción y de acceso a la información. Me interesó trabajar la poesía en un espacio que no fuera necesariamente secuencial, que tiene motores de azar. Tiene que ver con la forma de navegación y que no fuera un sustituto del libro de papel. Lo que hay en internet es otra cosa, ocuparlo igual sería como que la imprenta haya reproducido manuscritos. El libro de papel va a seguir funcionando sin ninguna duda, pero existen otros medios.
-Lo hizo muy adelantado.
-No tenía ninguna conciencia de estar adelantado. Me interesaba lo que estaba trabajando, simplemente fui de los primeros en ocuparlo en América Latina, según lo que me han dicho. Da lo mismo ser el primero, lo fundamental es el entusiasmo y gozar.
-¿Todavía escribe con la pantalla de la televisión prendida?
-Fue un ejercicio en el que oía fuera de contexto la televisión. En la literatura el que pone el contexto es quien lee o mira y por eso crea la obra. Ahora, uno es responsable de lo que puso ahí y de ciertos códigos mínimos. Si digo mesa, muchos entenderán que significa mesa, pero qué mesa va a ser, seguramente con la que chocó el lector la primera vez.
-Una anécdota de su trayectoria es que Nicanor Parra le sugirió el nombre de su primer libro, "Aguas servidas", de 1981.
-Fue en la casa de Isla Negra, la que tenía hacia el bosque, no hacia el mar, detrás de la casa de Neruda. Había estado varias veces con Parra y le mostré el libro listo. Le conté que iba a publicarlo, él lo leyó y me dijo "no entiendo nada". La mañana siguiente, al desayuno, dijo que era un problema de ritmo en la lectura, que lo había cambiado y le gustaba, pero había una cosa que no le funcionaba: el título. Le pregunté cómo tiene que llamarse y me contestó "Aguas servidas". Eso lo consigné en el colofón del libro. Me emocionó mucho su partida.
el poeta carlos cociña fue premiado con tres distinciones el año pasado.
"La Casa Devastada"
Carlos Cociña
Editorial Alquimia
112 páginas
$12.000
Por Amelia Carvallo
"La narrativa es mi excusa para pasar una temporada en compañía de ciertos personajes, encarnarlos y divertirme todos los días un rato".
Adelanto del libro "El grito" (La Pollera Ediciones), de la escritora Florencia Abbate.
"Papá me llamó para contarme lo que estaba pasando en el país. Me sugería que pusiese la radio o que fuera a mirar televisión a algún lado".
Por Cristóbal Gaete
El año pasado fue uno de los más significativos para el poeta Carlos Cociña (Concepción, 1950): recibió el reconocimiento a la trayectoria en el Festival de Poesía de La Chascona, fue publicada su antología "Poesía cero" (Descontexto Editores) y el Círculo de Críticos de Arte consideró "La Casa Devastada" (Editorial Alquimia) el mejor libro de poesía del año 2017. En el fallo señalaron: "Es un desafío, una propuesta tremendamente original. La poesía de Cociña es un caso singular y aislado en la tradición de la poética chilena. Un poetizar analítico, renovador del lenguaje y de sus recursos formales, cuyas fuentes hay que pesquisar a menudo más allá de la literatura". Cociña toma los reconocimientos con calma: "Sigo aquí, trabajando. Los reconocimientos son a una obra, no a una persona".
Archivo Cociña