En una demostración de sentido común, que como se sabe no es el más común de los sentidos, la mayoría de los estudiantes de la Región que este año se suman a la gratuidad ha preferido carreras técnicas. De 10.994 beneficiados que ingresan a la educación superior, 6.503 se han matriculado en institutos profesionales (IP) o centros de formación técnica (CFT). En el país, los jóvenes que este año se suman a la gratuidad son 99.473, y en ellos también se advierte una tendencia mayoritaria hacia esa línea docente.
Estas decisiones, positivas, tienen dos aspectos básicos. Por una parte, familias de bajos recursos logran que algunos de sus integrantes realicen estudios superiores y, por otra, es la sociedad en general la que se beneficia con la incorporación al mundo del trabajo de elementos con preparación técnico profesional de calidad.
Y en un mundo donde la tecnología es protagonista, esos nuevos contingentes sitúan al país en mejores condiciones de competitividad. Ello significa que nuestras producciones mineras, agrícolas o pesqueras y también nuestras ofertas de servicios, pueden subir de nivel con valores agregados para incorporarse en los mercados nacionales o internacionales.
Pero una cosa es la gratuidad y dentro de ellas el interés por los estudios técnicos y otra fundamental es la calidad de la docencia que entregan los centros de formación. Esa es una materia que siempre ha estado presente en todos los niveles del ámbito educacional, pero que debe mirarse con particular atención cuando se están inyectando elevadas cantidades de recursos públicos a la educación superior.
En el uso de esos recursos hay responsabilidades institucionales y también personales, pues la gratuidad, junto con entregar oportunidades, exige también esfuerzos de quienes reciben los beneficios y una tarea permanente de perfeccionamiento e innovación de quienes entregan docencia.
Otro aspecto de la formación técnica, con o sin gratuidad, es la necesidad de incluir en sus contenidos valores éticos y, además, motivar al estudiante para recorrer caminos propios con emprendimientos donde lo esencial no es el gran capital, sino que la creatividad y la asociatividad.
La formación técnica en nuestro país, a la inversa de lo que se advierte en otras latitudes y culturas, no siempre ha sido bien apreciada, pese a que existen iniciativas pioneras como la Escuela de Artes y Oficios, hoy Universidad Técnica del Estado, y en nuestra zona la Universidad Técnica Federico Santa María, de reconocido prestigio.
Sin embargo ahora, como se advierte en la señalada preferencia, aparece una nueva realidad en sintonía con los desafíos de este siglo XXI.