"El Río"
Si la ciudad le debe el nombre al río, con no menor razón le debe su conservación y progreso. Accesible desde sus orígenes a los galeones que servían por el puerto valdiviano el comercio de la Imperial, Villarrica, Angol y Osorno, llegaría a convertirla en "la de más tracto y comercio de aquel reino y obispado". Durante sus buenos tiempos, a fines del siglo XVI era constante la concurrencia simultánea de varias naves que no solo traían hasta ella las más variadas y ricas manufacturas, sino llevaba de retorno a los más distante puntos del virreinato sus ricas maderas y productos agrícolas, y sobre todo, el famoso oro de Valdivia.
Pero no solo surcaban el río los grandes galeones; los cronistas nos refieren que todo el abastecimiento y comunicación de la ciudad se hacía por medio de canoas y embarcaciones menores. Sobre cien de ellas, nos refiere Rosales, alimentaban de pescado a los habitantes, mientras hermosos cisnes de cuello negro, como ánades, engalanaban la belleza de las aguas que entonces como hoy, admiraban.
Pero el río fue sobre todo escenario de hechos precisos que tejieron historia. De él partieron en 1553 y 1557 las expediciones de Ulloa, Cortés Ojeda y Ladrillero, en demanda del estrecho de Magallanes. A él regresaría en 1580 la del almirante Hernando Lamero, después de haber completado con éxito el trabajo de las exploraciones anteriores dando un gran paso en el avance de los conocimientos geográficos.
El mismo río vio en 1568 el regreso de la no menos importante expedición del mariscal Ruiz de Gamboa, después de haber partido de sus muelles a poblar Chiloé y que en el maremoto de 1575 ofreció el extraño prodigio de ver secarse sus aguas por efecto del simultáneo derrumbe de grandes cerros en el desagüe del lago Riñihue y del reflujo de las aguas del mar antes de desbordarse sobre la costa, con ímpetu análogo al visto cuatrocientos y tantos años más tarde.
El mismo río se conmovió en cada uno de los cinco terremotos que desde entonces hasta 1960 han devastado la ciudad, y sus aguas, reflejaron la llama de los nueve grandes incendios que desde 1599 a 1909 repitieron análoga y destructora tarea.
Pero por otra parte también presenció escenas de fiesta y regocijo: la primera que recuerda la historia fue el recibimiento del gobernador Francisco de Villagra en 1562: "a la boca de este río… atravesaron un navío sobre áncoras con mucha artillería que le hiciese salva cuando llegase…". Cuando en enero de 1651 don Diego Montero del Águila, gobernador de la ciudad, recibe a su colega de Chile, don Antonio de Acuña y Cabrera, lo hace "con todas sus embarcaciones, mucha salva, grandes festejos y agrados", y cuando en 2 de diciembre de 1796 viene desde Corral con el obispo Roa y Alarcón el gobernador don Ambrosio O' Higgins y su lucido séquito es saludado con salvas reales por la ciudad que treinta años antes fuera su primera residencia chilena. El despliegue de los recibimientos fluviales que la ciudad brinda a los mandatarios que la visitan se inscribe así entre una de su más viejas tradiciones.
(Páginas 26 y 28)
Adelanto del libro "Un Río y una Ciudad de Plata" (Ediciones Universidad Austral de Chile), de Gabriel Guarda.
"El mismo río se conmovió con cada uno de los cinco terremotos que desde entonces (1575) hasta 1960 han devastado la ciudad".