Themo Lobos (1928-2012) es, junto a Pepo ("Condorito") y Guido Vallejos ("Barrabases"), de las figuras más importantes de la historieta chilena. Es habitualmente conocido por la adaptación que hizo el "Jappening con Ja" de su personaje "Alaraco" o la saga de "Mampato", publicada con tirajes de miles de ejemplares en la edad dorada del cómic chileno.
El periodista Rafael Valle (1970) reconstruyó la vida desde el nacimiento del historietista, cuando su nombre de pila era Temístocles, en "La gran aventura de Themo Lobos" (Editorial Sudamericana), un libro hecho en base a conversaciones, pero también a partir de testimonios de todo tipo, incluyendo sus compañeros de trabajo, como la escritora Isabel Allende, que en algún momento fue su editora.
Para Valle, la lectura define a Lobos desde el encuentro con dos libros en la infancia: los dos grandes tomos de "Los tres mosqueteros", de Alejandro Dumas, que le regalaron para una Navidad; y "El llamado se la selva", de Jack London, que un librero le vendió a lo que tuviera en los bolsillos. El biógrafo afirma: "Es decidor que Themo entra por los libros a contar historias. Obviamente dibujaba y todo, pero primero era un gran lector. Él no podría haber hecho 'Mampato', que es súper rico en contenidos históricos, culturales, en narrativa, sin ser un gran lector. No es del tipo que dibuja y dibuja. El libro es un tema importante".
La vocación de Lobos apareció pronto en su vida, al punto que obtiene un concurso de la revista "El Peneca" a los ocho años. Eso le dio algo de dinero y publicó su primer dibujo. En la misma revista, ya siendo adolescente, circularon sus primeros trabajos como autodidacta. Su familia le consiguió una beca en el Escuela de Bellas Artes, que él cambió por la Escuela de Artes Aplicadas. Con veinte años trabajó en publicidad e ilustración, a veces logró publicar tiras de sus propios personajes. Parte del aprendizaje fue también la relación con otros ilustradores en las oficinas de Zig-Zag. Lobos se formó entre la indiferencia y aliento de varios de ellos.
Se puede observar un devenir dinámico en su historia hasta que se topó con Eduardo Armstrong, creador de la revista "Mampato", y del personaje homónimo, junto al ilustrador Oskar. Luego de tres números, Lobos tomó el control del personaje.
A Armstrong, Lobos lo consideraba su mejor editor. Incluso le recibía las aventuras fuera de plazo. Valle explica que "era muy ilustrado, a su manera. Tenía una formación enciclopédica, era súper meticuloso que lo que él sabía. Si alguien iba a hacer algo con su trabajo no le gustaba que las cosas fueran inexactas. Era bien quisquilloso con eso. Para hacer cualquier capítulo de 'Mampato' era igual. Para el de los vikingos estuvo dos meses leyendo libros, historias, costumbres, mitologías, buscando fotos y referencias. Él hablaba de documentarse para hacer historietas".
Lobos, pepo y vallejos
Junto a otros historietistas, Themo Lobos frecuentaba bares y otros lugares de la noche que probablemente inspiraban los trabajos en revistas de adultos que varios de ellos debían realizar para llegar a fin de mes. Lobos atravesó las distintas épocas del cómic en Chile, donde el sentido industrial entraba y salía del denominado noveno arte. Fue una época dorada que incluso lo llevó a convertirse en su propio editor, lo que abandonó luego por cansancio. La necesidad de trabajar lo mostró en publicaciones para empresas estatales, la iglesia católica, portadas de libros, como un artista sumamente flexible, adaptado a las necesidades del cliente. De ese abanico Valle destaca el trabajo que hizo con "Los Pitufos": "Themo Lobos se convierte en el dibujante oficial en Chile, mucha gente no tenía idea. En los años ochenta fueron un boom, estaba el álbum, las calcomanías. Trabajando con Salo, el belga Peyo, creador de 'Los Pitufos', le dio el visto bueno a que los dibujara. Es curiosa la dinámica del artista, porque después Themo estaba preocupado que se le pegaran las manos de "Los Pitufos" a sus personajes.
Lobos contaba con la ayuda de su esposa en el trabajo de la viñeta. Es una historia humilde, porque, como dice Valle, en el epílogo de este libro, al compararlo con Pepo y Vallejos, "Themo nunca se queda en la rentable comodidad de una gran franquicia conocida. Pese a convertir a 'Mampato' en un personaje popular, no es su creación ni su propiedad, aunque lo termina haciendo suyo al darle una personalidad, una moral y un mundo, y al retomarlo cuando otros lo dejan en un limbo, recordando por qué hay lectores que lo atesoran tanto". A las horas de conversación con Lobos, Valle suma su propia experiencia de lector: "Yo fui de esa última generación que el papá llegaba con el 'Mampato' a la casa. Salía los miércoles en esa época, era el verano de 1977. En 1978 dejó de salir. Fue desconcertante, porque quedó con el continuará".
Con el reconocimiento, llegaron momentos en que no había trabajo y algunos editores tomaron el legado de Lobos y lo mantuvieron en circulación hasta la actualidad. Valle declara que esta biografía "tenía un doble propósito, que fuera un libro muy visual. Cuando hablé con Themo, él pidió un poco eso, que estuviera profusamente ilustrado. Era hacer también una memoria gráfica. Traté de que fuera un libro entretenido, que se pudiera involucrar hasta el neófito. Vi la historia cinematográfica: el cabro chico que sueña ser aviador, que se topa con gente importante como Isabel Allende y el actual Presidente Sebastián Piñera. Que se viera el ser humano, la gente haciendo historietas".
-¿Por qué, dentro de la gran cantidad de trabajos que hizo Lobos, "Mampato" es el más icónico?
-Tiene que ver con cantidad. No nos olvidemos que "Mampato" alcanzó a vivir la última parte de la era dorada de la historieta, como la llaman algunos estudiosos. En los años setenta llegó a vender cien mil números por ejemplar. Era una revista masiva en el tiempo que todas las revistas eran masivas, por una cosa obvia: todavía la tele no entraba con tanta fuerza. Me acuerdo que en muchos barrios existían negocios de "compro y cambio revistas", se vendían tantas que se cambiaban. En la casa estaba el "Vea", "Mampato", las fotonovelas, etcétera. Por otro lado, tiene que ver con los personajes fueron muy transversales, lo podía leer desde un cabro chico hasta un adulto. Por el mismo hecho que fuera una revista muy vendida se conocía el "Mampato" en todos los estratos.
-Fue generacional.
-Marcó una generación. Yo creo que esa generación le agarró cariño a "Mampato", esos mismos fans o admiradores lo traspasaron a sus hijos y así se mantuvo en el inconsciente colectivo. Eso explica que en los noventa haya tenido tanto éxito la reedición de los álbumes. Eran muchos adultos que habían crecido leyendo "Mampato" y que lo compraban para los hijos. Otros personajes estaban encasillados, "Máximo Chambónez" estaba en "Barrabases", que era una revista deportiva, "Alaraco" en una época estaba en "El Pingüino", que era una revista de humor para adultos.
-¿Cómo era la relación con los otros grandes historietistas chilenos?
-La relación con Pepo estuvo marcada por un impasse. Nunca llegaron a ser enemigos declarados, pero claramente después de lo que pasó, tampoco eran amigos. Compartieron mucho, porque había una suerte de gremio que se juntaba, había mucha vida bohemia. Guido Vallejos era un dibujante y empresario, con él tuvo una relación bastante particular. Se peleaban, Guido Vallejos lo echaba, después lo llamaba para pedirle disculpas, Themo le reclamaba que le debía plata. Era casi como de gag de historieta de "Máximo Chambónez". El medio es tan chico que obviamente estaban relacionados, todos coincidían de alguna manera.
-¿Cómo fueron los últimos años creativos de Themo Lobos?
-Nunca iba a dejar de inventar personajes, siempre estaba craneando algo. Tenía ochenta años y me decía que le gustaría hacer un libro ilustrado de canciones tradicionales chilenas. Siempre estaba con ideas, porque ya estaba con esa mecánica de que inventando se para la olla.
-¿Cómo fue tu relación con Themo Lobos?
-Era muy chileno, amigo de los amigos. El chileno tiene esa cosa exageradamente amistosa. Hasta el final fue así, porque era la forma de tomarse una copita de vino, de fumarse unos puchos. En el último cajón del escritorio siempre tenía un paquete medio arrugado y ofrecía un pucho. En los últimos años estuvo cada vez más complicado de los pulmones.
-¿Crees que seguirá leyéndose?
-La aventura no pasa de moda. Lobos es atemporal, porque uno puede pasar desde esta época hacia el pasado o el futuro. Están tan bien escritas, tan bien dibujadas. Por eso el Themo es tan inspirador. Lo que hace Francisco Ortega con Gonzalo Martínez en "Álex Nemo" es un homenaje. Lo mismo Gabriel Rodríguez, que está dibujando en las grandes editoriales en Estados Unidos y cuando se ganó el premio Eisner se lo dedicó a Themos Lobos. Creo que marcó a mucha gente, a Álvaro Bisama, Jorge Baradit y Pedro Peirano, que son admiradores o al menos buenos conocedores de la obra de Themos Lobos.
Rafael Valle
Editorial Sudamericana
160 páginas
$16.000
"La gran aventura de Themo Lobos"
Boceto para el primer álbum de "las aventuras de ogú, mampato y rena", con ayuda del dibujante porteño pato gonzález.
el periodista rafael valle.
Themo lobos.
El rescate de la primera
novela de Germán Marín
Llevó varias veces las manos a su cara sedienta y, al incorporarse ahora, advirtió por el espejo de bordes irregulares los jirones de un afiche pegado contra la pared de los excusados. Se dio vuelta entonces. Leyó con mayor claridad lo que señalaban estos jirones de papel. Decían con letras muy rojas: Frei, un poco más abajo, en azul: Revolución en Libertad, eso era todo. Mientras tanto, con la ayuda de un pañuelo a cuadros se secaba el rostro sombreado. Ahora se sentía mejor y apretó el nudo de su corbata, pintitas verdes sobre un fondo gris, más al fondo esa camisa blanca, ligeramente gastada por el cepillo de lavar. El timbre estaba ahora resonando en el vestíbulo del cine.
El mismo sonido insistente y perentorio de la campanilla eléctrica que escuchaba en los desolados patios del internado. De improviso, había asociado una cosa a la otra. El patio La Siberia a este momento, anteponiéndose el rápido paso del profesor Gallardo en una fugaz sombra. Sí: sombras nada más, como en el tango. Cualquiera tarde después de abril, de mayo, ocho o diez años atrás, fumando a escondidas en la oscuridad amoniacal de los baños. El sonido presente se mezclaba al seco, pesado, alocado batir de las palomas sobre los techos manchados de excrementos, negros y secos debido al tiempo transcurrido. Más tarde tenía que juntarse con Maldonado en los billares de Ahumada y, a veces, Torres también se aparecía por allí. Éste hablaba de una novela inconclusa que tenía en el cajón y, como acostumbraba, solía hablar también de política, de la frustración nacional y mencionaba, además, al Che Guevara. Cierto, no otra cosa, como si estuviera efectuando una dolorosa masturbación frente a los hechos que lo rodeaban. Las relaciones con Maldonado eran más fáciles: lo que pasa es que entre ustedes existe cierta complicidad. Pero esas gruesas letras decían Frei y el año anterior el país parecía estar a punto de estallar. Perderemos lo único que nos va quedando, hijo. Sobre todo esto. Igual a lo que había ocurrido en la Cuba de Fidel Castro a partir del año cincuenta y nueve. Pero Torres desafiaba que aquí no iba a pasar nada porque faltaba el frenesí: Venezuela, Uganda, Colombia. Eso: no iba a pasar nada. Por un lado el oficialismo de turno, por otro las buenas conciencias: cara o sello, señores, a jugar que ya no va más. Era preferible, entonces, elegir la muerte, además soy un pequeño burgués, porque aquí reina la blandura y la ingravidez de las grandes palabras. El país era víctima de una complacencia generalizada que como la caspa caía sobre los hombros. Y agregaba: todos somos cómplice de algo en este país, basta mirarnos a los ojos.
Rostros amados y horribles, repetidos en un gastado celuloide.
Una caspa que caía en todos por igual, porque aquí, no en otra parte, se prefería la explicación de que nadie resultaba una porquería si lo éramos todos. De esta manera, la sangre del país se estaba convirtiendo en un líquido inútil. El timbre del foyer había cesado bruscamente y el silencio pareció brotar o regresar de esas paredes pintadas a la cal. La caída automática del agua bañaba a cada momento los urinarios y el silencio cedió ante el rápido zunzún. Miró de nuevo las puertas semiabiertas de los excusados, tatuadas a punta de lápiz y de cortaplumas debido a la oscura necesidad que se les creaba a algunos mientras aliviaban el cuerpo. Comunicación secreta u hostil o acosada, celebrada de macho a macho, los pantalones caídos sobre los zapatos y las piernas desnudas e indefensas, resoplando tras la puerta, mientras la mano corregía el dibujo de un glande y después otra mano agregaría: para tu hermana. El individuo abrochó su chaqueta y se dirigió hacia el vestíbulo. Las paredes del foyer estaban cubiertas de fotografías corcheteadas y, desde la planta de arriba, se escuchaba venir el ruido secreto y monótono de las máquinas proyectoras. Runruneaban sin espacio, sin pausa, hamacando la oscuridad que yacía en la sala, desparramándose luego a través del foyer como unos ecos cansados y espesos. El sol no había desaparecido aún. Pasó en ese momento un automóvil color verde y dejó en el aire un polvo granulado por el sol de la tarde. Otra vez su mirada fue hacia la calle y frente al teatro Marconi había un edificio de departamentos en construcción. Los andamios trepaban por el frontis y se veía uno que otro albañil teñido de yeso, cuello estirado hacia una ventana, allá otro manejando una espátula, frágiles bajo el peso del cielo.
Al lado de los escupitines llenos de arena, en las esquinas del foyer, permanecían los afiches de las películas que exhibirían la próxima semana, títulos atrasados que se darían a falta de otra cosa, atiborrados de cortes, rollos cambiados, fallas de sonoro frente a los cuales la platea sabría responder con pifias y gritos de cojo, cojo, cojo. Observó ahora la fotografía de Marilyn Monroe, rutilante e inasible, cubierta con una estola de visón, más allá estaba Brigitte Bardot y, como fondo, la eternidad del mar en un perpetuo movimiento. A continuación seguía Elizabeth Taylor, bajo unas primorosas nubes celestes y coloradas, después Sophia Loren, destacada por una inflada blusa arriba de una góndola veneciana. Entiéndalo, veterano, la inmortalidad hace ya rato que no existe, le había gritado, perdiéndose su voz en el polvo acumulado en las cortinas del salón, mientras el padre, su señor padre, acariciaba los pliegues de la manta escocesa desesperada y lentamente como en las pesadillas, viejo animal de zoológico frente a su hijo, cara al tiempo, donde a partir de un color amarillo como el movimiento de una sonrisa enferma, continuaba repitiendo las mismas palabras que volvía a llenar con una voz pastosa que se distribuía en torno al sillón. Las palabras: nupcias, hornacinas, jardines.
La jornada parecía ya terminar, pervertida, trastornada en sombras.
Después, los pasos de la pobre huasa bruta, hasta oír la frase habitual tras la puerta, la comida está lista, señalaba que la sopa de fideos estaba enfriándose, servida en la mesa del comedor. De acuerdo: el día ya se había ido. A continuación, sentado ante el plato de bordes azules, observando la ausencia de comensales en las sillas de caoba, rodeado por los queridos fantasmas de sus correligionarios y amistades le imploraba a Dios, en su bienhechora ilusión, que lo aproximara a ellos, alegres, rituales y pálidos en un mundo de luz, formado de perfumes franceses, escotes espumosos y abundantes, conversaciones bilingües, bigotes en alto, brazos lechosos, caballeros todos, ay, qué risa, derroche de porcelanas, recuerdos sobre la Cavalieri, lindas también las otras señoras, ceniza de habanos, botellas ya vacías, servilletas arrugadas, dejándolo así para siempre en el cielo o en el infierno, porque ya no había nada más que hacer excepto morir, cacique acodado al mantel bordado por las monjas pasionarias.
Pero mejor basta, le gritó el hijo, no sueñe más, borrando los rumores alrededor de la mesa.
Vaciló ahora marchito y con la cuchara de plata en alto murmuró amén después de la oración, arrastrando la letra última hasta el borde ésta, mientras afuera la noche seguía creciendo sobre Santiago y ahora vio los fideos que el viejo cadáver, lleno de costumbres, engullía haciéndolos silbar.
"Fuegos artificiales"
Germán Marín
Lecturas Ediciones
184 páginas
$10.000
Por Cristóbal Gaete
"Themo nunca se queda en la rentable comodidad de una gran franquicia conocida.Pese a convertir a 'Mampato' en un personaje popular, no es su creación ni su propiedad"
MIGUEL CAMPOS
FOCO
Adelanto del libro "Fuegos artificiales" (reedición de Lecturas Ediciones), de Germán Marín.
"El sonido presente se mezclaba al seco, pesado, alocado batir de las palomas sobre los techos manchados de excrementos, negros y secos debido al tiempo transcurrido"
"El país era víctima de una complacencia generalizada que como la caspa caía sobre los hombros. Y agregaba: todos somos cómplice de algo en este país"