Los últimos días
Sobre el piso de madera estaba tirado el diario de Girona, que con grandes titulares comentaba las negociaciones entre el ministro de Asuntos Exteriores del dictador Franco, Serrano Suñer, y su colega alemán, Von Ribbentrop. En dicha reunión se debía preparar el encuentro entre Franco y Hitler, que tendría lugar en octubre de 1940. En esos días se hablaba sobre el inevitable pacto entre Alemania, Italia y España. La tensión era extrema: recién entonces Benjamin se dio cuenta de que había atravesado la frontera en el peor momento. Su falta de previsión no le había permitido dimensionar las consecuencias
Las arterias estaban a punto de estallar en su cabeza. Le atormentaba la idea de sufrir la misma suerte que su amigo, el artista Carl Einstein, quien cansado de ser perseguido por las tropas nazis, se había suicidado en un pueblo de los Pirineos, del lado francés. Encendió la radio. Lluís Companys, presidente de la Generalitat durante la República, había sido detenido por la Gestapo en Francia y entregado a las tropas de Franco. Le esperaba un juicio rápido y una pronta ejecución, según los comentarios noticiosos.
Benjamin miró por la ventana hacia la calle vacía. La brisa anunciaba la cercanía del mar. Sus amigos, que le esperaban al otro lado del Atlántico, no sabrían que había sido devuelto a Francia y a la Gestapo. Una y otra vez pensaba en la noticia de la radio y crecía en él la angustiosa convicción de un final inevitable. La radio dejó de transmitir. Benjamin pidió un té a la habitación, sacó unas hojas de papel y una pluma de su maleta negra. Con su desordenado estilo de escritura, trazó una carta para su amiga Gretel Karplus, quien junto a su marido, Theodor Adorno, lo esperaba en Estados Unidos. Pensó en escribir varias cartas de despedida, también una a su amigo Scholem, que en vano lo había estado esperando en Jerusalén durante muchos años. Las cartas debían tener un tono franco y directo, absolutamente despojado de nostalgia, en opinión de Benjamin
Mientras escribía fue ingiriendo, una tras otra, las tabletas de morfina, hasta vaciar el frasco: el suicidio era el desenlace más digno, la posibilidad de ejercer, finalmente, un acto autónomo y voluntario. Una polilla se coló atraída por la luz de la ampolleta que colgaba del techo. Benjamin, por un momento, se concentró en el sonido de sus alas. Después de una hora su brazo comenzó a sentir un gran peso. Su boca estaba seca. Bebió el resto de té y después tomó agua del grifo. Pero la sed no cedió. Se tumbó entonces, medio desnudo, en la cama y trató de fijar la vista en el color indeterminado del techo. Ya sabía que nunca más volvería a recorrer las ciudades del mundo con los ojos de un flâneur.
Patricio Salinas
Editorial Saposcat 176 págs.
$ 16 mil.
Benjamin pidió un té a la habitación, sacó unas hojas de papel y una pluma de su maleta negra.