Jueves, 1 de mayo de 1958
Hoy examino a mis alumnas, así que tengo que llegar pronto para apuntar las preguntas en la pizarra, pero antes quisiera dejar constancia en este cuaderno de un cambio de tono, de actitud, consciente: de pronto me he dado cuenta de que ya no soy profesora… Sí, todavía falta un mes y un día para terminar, pero del mismo modo que me convertí en profesora un mes antes de mi primera clase, a pesar de estar hecha un flan, ahora mis proféticos Pan y Keva ya son libres, y su insistencia en que me ponga de una vez por todas a escribir cada vez que la lectura de Marianne Moore, Wallace Stevens, etc., despierta mi afán de hacerlo, perturban mi equilibrio. De pronto ya no me importa que las clases sobre La tierra baldía salgan como sea: ya estoy en otro mundo, o entre dos mundos, uno muerto, y el otro muriéndose por nacer. Los profesores en plantilla del departamento nos tratan como si fuéramos fantasmas, como sombras de unos cuerpos que ya desaparecieron y carecen de futuro. Me olvido de las clases hasta el último minuto, quiero quitármelas de encima cuanto antes y me pregunto cómo soportaré las tres próximas semanas. Mañana faltarán exactamente tres semanas. Yo estoy inquieta, me muero por ponerme a escribir. Sin embargo, por muerta que esté, ahora mismo tengo que salir y representar el papel necesario para engañarlos y que me paguen el salario del próximo mes de espera, peligrosísimo.
Una conversación
9 de marzo de 1985
Charlotte se encuentra en Venecia... Estuvo enferma, por un problema psíquico... Y un buen día me dijeron que asistiría al baile del Comercio... Lógicamente, esa noche a las diez me puse el frac, y durante la maniobra mi hermano me contó que la bella Else Stoerk le había explicado el motivo de la enfermedad de Charlotte. ¿Y cuál era? Poco después de que yo visitara a los Heit en V., la madre de Charlotte dijo de repente a su hija, cuando ambas se encontraban en una habitación penumbrosa: "Estás enamorada de..." (aquí viene mi nombre). "Sí", respondió Charlotte. Tras esta respuesta demasiado sincera se produjo una discusión: que yo no era en absoluto la persona adecuada para ser su esposo, etcétera... Y la cosa continuó hasta que ella finalmente cayó en esa melancolía en que la encontré luego en el baile. Me resultó embarazoso... Una sonrisa triste y estereotipada en sus labios, una forma parsimoniosa y cansada de hablar, y lo más curioso: bailaba -sí, no se me ocurre un símil mejor- como una sonámbula. Mencioné este o aquel tema; las respuestas eran siempre tristes y parcas; muy de vez en vez, cuando me hallaba en la periferia de la sala, por ejemplo, y ella pasaba bailando junto a mí, una mirada llena de intimidad y melancolía, una mirada, en resumen, que Heine debería poner en poesía y Schumann en música. Yo no.
Hace uno o dos días se marchó a Venecia. Confío en que termine curándose y casándose, casándose y curándose, tan pronto como regrese a Viena. La idea de amarme eternamente sería desde luego demasiado ridícula. ¡Y las mujeres no son tan ridículas!
Por Sylvia Plath. Página 592 de Diarios Completos. Colección Vidas Ajenas, Ediciones UDP.
Por Arthur Schnitzler. Página 54 de Diarios.
Colección Vidas Ajenas , Ediciones UDP.