En junio de 1966, Neruda asistió en Nueva York al XXXIV Congreso del Pen Club Internacional, la asociación de poetas, dramaturgos, editores, ensayistas y novelistas, creada en Londres en 1921 por Bertrand Russell, con la idea de fundar un centro de escritores en pro de la libertad de expresión y la paz mundial. El vate había sido invitado por Arthur Miller, su máxima autoridad, quien se encontraba en campaña de integrar al mundo socialista a la organización. El canciller Gabriel Valdés se involucró en los trámites para que Neruda pudiera asistir y, después de renovar el pasaporte del poeta, le escribió comentándole: "como usted ve, los demócrata cristianos no somos tan cavernarios como los imagina".

El encuentro de Nueva York reunió a unos 600 escritores y poetas de 56 países. Entre los asistentes estuvieron Nicanor Parra, Mario Vargas Llosa, Victoria Ocampo y Carlos Fuentes. Gran sorpresa le causó a Neruda el "eco que mis poemas, violentamente antiimperialistas, despertaban en esa multitud norteamericana". Junto con las actividades propias del Congreso, Neruda se dejó agasajar por Nemesio Antúnez, Agregado Cultural de Chile en este país, quien se encargó de mostrarle la vida neoyorquina. Según Mario Vargas Llosa, Neruda se convirtió en el centro del evento: "el Congreso del PEN prácticamente giró alrededor de él… la verdad es que Neruda se desplazaba como una especie de divino, con una naturalidad de emperador, dentro de una masa de fotógrafos". Después Neruda continuó su periplo en Washington, donde grabó poemas para la Biblioteca del Congreso y después visitó la Universidad de Berkeley en California, lugar en el que dictó una conferencia para más de 2.000 personas. Ahí se encontró con Fernando Alegría, autor de varias obras de historia de la literatura y quien hacía clases en dicha universidad.

Durante su viaje de regreso a Chile, Neruda visitó Perú, lo que aumentó más las iras de los cubanos y de parte de la izquierda latinoamericana, debido a un almuerzo que sostuvo con el presidente Fernando Belaúnde, al cual Neruda consideraba "mi amigo y lector" y quien lo condecoró con la Orden del Sol: fue acusado de traición por recibir condecoraciones y almorzar con un presidente que reprime guerrillas. Neruda rechazó estos argumentos y, por el contrario, declaró sentirse honrado por recibir una distinción creada por San Martín en 1819, lo que a su juicio, reforzaba la amistad entre Chile y Perú.

Neruda pudo controlar fácilmente las críticas en Chile, que no pasaron a mayores. No ocurrió lo mismo con sus "amigos cubanos", quienes, en julio de 1966, le enviaron la "Carta abierta a Pablo Neruda", que fue publicada en el Granma, órgano oficial del régimen castrista, donde lo acusaban de traición a la causa revolucionaria y de "lacayo del imperialismo". Inicialmente llevaba la firma de 67 escritores e intelectuales cubanos, entre los que se contaban Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Heberto Padilla. En agosto las adhesiones subían a 150 personas. El vate consideró que las acusaciones eran infamias infundadas, dado su compromiso con el comunismo y resolvió nunca más dar la mano a ninguno de los firmantes.

En cuanto al asunto de los cubanos, Neruda exigió fidelidad total a su entorno, y la menor concesión a alguno de los firmantes de la carta provocaba sus iras. Uno de sus más cercanos estudiosos, Hernán Loyola, estuvo alejado de Neruda por un tiempo, por haber escrito un artículo sobre Roberto Fernández Retamar, uno de los redactores de la carta. El propio Padilla sufriría también años después las consecuencias del totalitarismo del régimen de Castro, lo que provocaría las primeras grietas en la férrea adhesión de los escritores latinoamericanos a la causa revolucionaria.

La carta de los cubanos también le trajo al vate consecuencias en la disputa del Premio Nobel de 1966. Esta vez la dictadura de Castro se volvía contra uno de los suyos, algo inaudito, aunque previsible desde las primeras etapas de la Revolución Cubana, pero que la izquierda no quería reconocer. Algunas prohibiciones decretadas por el gobierno indicaban, en palabras de Jorge Edwards, "en forma clara, para entendedores lúcidos, el rumbo que iban a tomar las cosas". Cuarenta años después, el escritor reflexiona sobre la lentitud de los intelectuales para entender la situación:

"Mi impresión actual es que los intelectuales de afuera, los de las capitales de la lengua española, los de París, fuimos demasiado lentos para sacar las consecuencias de esa situación. El entusiasmo con el castrismo fue persistente, prolongado, resistente al análisis. La comparación de lo que pasaba en Cuba con lo que había pasado décadas antes en la Unión Soviética era decididamente mal vista".

Para la competencia por el Nobel en 1966, el gobierno chileno decidió apoyar la candidatura de Neruda. La Cancillería comisionó personalmente a Jorge Edwards, Primer Secretario de la Embajada de Chile en Francia, para que se trasladara a Estocolmo, con la finalidad de realizar la promoción de Neruda en Suecia. Había que traducir varios de sus libros al sueco y preparar una exposición sobre su obra. Edwards no estaba muy de acuerdo con esto, por considerar que tendría poca influencia sobre la Academia, ya que no les gustaban las interferencias directas y, por lo demás, Neruda a esas alturas ya era lo suficientemente conocido para el jurado. Como tenía buenas relaciones con Arthur Lundkvist, miembro de la Academia, se reunió con él para tantear terreno. Al visitarlo en su oficina, pudo comprobar que la carta de los cubanos había llegado antes que él cuando este le comentó, entre otros aspectos, la gran calidad de Miguel Ángel Asturias "como novelista del mundo hispanoamericano", junto con su "honestidad política, y parecía, en sus palabras, que esa honestidad contrastara de algún modo con las [noticias] recientes de Neruda". El mensaje era evidente.

Para Edwards, la carta de los cubanos era "absolutamente inconcebible que haya sido hecha sin órdenes de Fidel. Yo creo que no sólo con el consentimiento de Fidel: Yo creo que fue ordenada por Fidel". Según Edwards, Neruda pensaba que la represalia "era un ataque a la política no guerrillera del Partido Comunista chileno".

El escritor Jorge Edwards ha afirmado en numerosos escritos sobre Cuba y el comunismo que Neruda manifestaba una dualidad en sus últimos años, puesto que solía estar de acuerdo con la crítica en privado y callaba públicamente. "Era un disidente institucional, un cardenal ateo".

El crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone, no creía en el comunismo de Neruda y así lo afirmaba directamente: "¿Creía Neruda en Marx, en Lenin, Stalin, etc.? Mi impresión personal, directa, física, es que no creía en nada, que todas las doctrinas de ese tipo lo dejaban indiferente".

Un escritor internacional que tuvo dificultades con el régimen cubano fue Mario Vargas Llosa. La ocasión se presentó cuando el escritor peruano obtuvo el importante premio Rómulo Gallegos, por su novela La Casa Verde. La embajada de Cuba en Londres y Alejo Carpentier, en persona, le propusieron que entregara el dinero como contribución a la guerrilla del Che Guevara, lo que fue terminantemente rechazado por el joven escritor. En esas circunstancias, el primer llamado de apoyo que recibió fue el de Neruda. Edwards piensa que se estaba gestando

"el germen de una disidencia y de una crítica de los métodos del castrismo que se incubaba en el interior mismo de la izquierda latinoamericana. De hecho, la carta contra Neruda y el episodio del Rómulo Gallegos señalaron el principio de una evolución que ya no tendría vuelta".

Tomo 4, Página 97

el escritor Arthur Miller junto a Pablo Neruda frente a una librería de Nueva York en el año 1966. La foto fue tomada por Matilde Urrutia.

Historia de Chile. Tomo 4.

Dirección: Alejandro San Francisco

Editorial CEUSS

U. San Sebastián 602 págs

$ 33 mil.

Otro de los poetas de esos años que se enfrentó a los cubanos fue Nicanor Parra. El episodio se produjo en 1970, pero encuentra sus antecedentes en el año anterior, cuando Parra asistió en Nueva York a una reunión que versó sobre "La ciudad del futuro". En esa instancia coincidió con Jorge Luis Borges, que dictó una conferencia titulada "Literatura y Mundo", calificada por los asistentes como brillante. Todo iba bien, hasta que se le ocurrió concluir su intervención con la siguiente frase: "el que ha hablado, es un conservador argentino", lo que produjo un gran desconcierto entre el público y "un silencio incómodo". Parra tomó el micrófono y le preguntó a Borges:

"Señor Borges, quiero preguntarle, qué piensa un conservador argentino de la guerra de Vietnam. Qué piensa que este Congreso se esté realizando a metros del ghetto de Manhattan. Qué piensa de la política llevada adelante por el imperialismo norteamericano".

El escritor argentino, con cierto desprecio, le preguntó: "¿No sé quién me hace estas preguntas?". Parra responde, "Nicanor Parra". "Bien, señor Parra, qué quiere que le diga de Vietnam si yo nunca he estado allí". Lo que fue seguido de una ensordecedora rechifla por parte del público y en forma inesperada un estudiante se abalanzó iracundo sobre Borges gritando: "Yo a usted le rompo la cara con un ladrillo". Borges, sospechando un ataque, movió su bastón tratando de defenderse de invisibles agresores. Parra, previa consulta del nombre del estudiante, tomó el micrófono y le gritó: "Miguel, basta". Lo que hizo que el joven se detuviera.

Este episodio anecdótico, que muestra lo incisivo de Parra, no se condice con lo vivido al año siguiente por el chileno. Las visitas de Nicanor Parra a Estados Unidos fueron numerosas, pero ninguno de sus viajes tuvo tanta repercusión como el de mayo de 1970 cuando participó en un encuentro internacional de poesía en Washington, evento que contaba con el patrocinio de la Biblioteca del Congreso y que contemplaba una visita a la Casa Blanca.

En el contexto de esta visita se produjo un hecho que causó un revuelo enorme. Parra asistió a una actividad social ofrecida por Pat Nixon en los salones de la Casa Blanca. De esa actividad circuló una fotografía en la cual se ve al poeta entregando un libro de regalo a la primera dama. La Nación publicó la foto señalando que Parra había sido "uno de los ocho poetas extranjeros invitados a un té". Esta reunión se produjo al mismo tiempo que los norteamericanos invadían Camboya. La reacción no tardó en producirse. Cuba le canceló una invitación para participar como jurado de un concurso de poesía de la Casa de las Américas y en Chile la izquierda levantó una ola de críticas y enjuiciamientos morales por su té con Pat Nixon.

Existe un testimonio de Javier Pinedo, que en esos años era un joven estudiante de literatura, quien da una versión distinta de los hechos, entregada a él por Parra. Según esta, el poeta paseaba por la Casa Blanca cuando se abrió una puerta y apareció Pat Nixon, quien lo invitó a tomar té. Sin embargo, la fotografía que ilustra esa situación con la primera dama norteamericana parece desmentir la casualidad del encuentro.

El hecho fue recogido por la prensa chilena, que publicó numerosos artículos y entrevistas durante el mes de junio. "Nicanor Parra, el antipoeta chileno, es antichileno poeta", tituló Clarín, mientras El Siglo señaló "Nicanor Parra en tela de juicio". El Sur de Concepción decía: "Escritores lo enjuician. Nicanor Parra: ¿beatería o justicia revolucionaría"; El Mercurio, por su parte, tituló: "Dice poeta Nicanor Parra: al marxismo ya no se le pueden sacar más chispas".

El poeta, en su estilo, respondió con un verso:

"Si el Papa no rompe con USA

Si el Kremlin no rompe con USA

Si Luxemburgo no rompe con USA/ Por qué demonios voy a romper yo."

Javier Pinedo relata un segundo encuentro con el poeta:

"El asunto del té [con Pat Nixon], sin embargo, no concluyó ahí, pues unos días después, en ese invierno del 70, encontré a Nicanor en los patios del Pedagógico sentado en un escaño… con una reproducción de la famosa foto de la aldea de Vietnam en la que unos niños corren para salvarse de las bombas de Napalm que incendian sus casas de paja.

Nicanor estuvo horas con esa foto, aumentada al tamaño de un afiche, en sus rodillas. Lo veo como un hombre serio, pétreo, abstracto, mudo, interferido, queriendo decirles a los estudiantes que pasaban que él tenía su corazón, que no era un traidor a la izquierda ni a nadie, pero que le parecía que el mundo de la Guerra Fría era absurdo y no duraría. Que no apoyaba esa guerra ni ninguna otra. Yo le creí".

Tomo 4, página 102.

Varios Autores.

"Neruda se desplazaba como una especie de divino, con una naturalidad de emperador, dentro de una masa de fotógrafos"

archivo fundacion pablo neruda

"¿Creía Neruda en Marx, en Lenin, Stalin, etc.? Mi impresión personal, directa, física, es que no creía en nada".

El té del antipoeta en la Casa Blanca