Los intrincados recovecos de la psicología humana pusieron a Valparaíso en el vórtice de la atención nacional por el macabro asesinato y desmembramiento del profesor quilpueíno Nibaldo Villegas (49 años) a manos de su aún esposa legal, 17 años menor y madre de una pequeña hija en común, y la nueva pareja de ésta. El caso, que conmocionó a todo un país, y que a muchos recordó la desesperanzadora historia del malogrado y descuartizado Hans Pozo (Puente Alto, año 2006), resulta aún más incomprensible -en términos sociológicos- si se tiene en cuenta el nivel de premeditación y maldad con el cual actuaron los hoy responsables confesos, quienes arriesgan cadena perpetua tras ser formalizados por parricidio y homicidio calificado, respectivamente, además de uso malicioso de una tarjeta de crédito de la víctima, cual es el caso del implicado.
La mente humana, siempre tan compleja y ambivalente, llevó a diversas teorías sobre el hallazgo del torso de la víctima en el Muelle Prat. Incluso el intendente Jorge Martínez debió salir a desmentir haber implicado a bandas extranjeras en el delito (en rigor, y siendo justos, aun cuando la suya fue una frase muy poco feliz, jamás inculpó a nadie). Pocos entendieron por qué, tras la certificación de su identidad después de un examen de ADN, el profesor Villegas, un tipo querido y respetado, podría correr tal suerte. Aún más, los testimonios de su entonces desconsolada esposa -hoy, irónicamente, viuda y asesina a la vez- en televisión y redes sociales, hicieron aún más incomprensible el misterio.
Con todo, la mente humana también falla y comete tropiezos, como querer fotografiar un cadáver con un teléfono celular, ocupar una tarjeta de crédito de un muerto para girar 35 mil pesos de un cajero y otros detalles que la PDI no tardó en dilucidar y atar así los cabos faltantes.
¿Dónde está el límite entre el bien y el mal? ¿Qué demonios lleva a alguien a cometer un acto tan abonimable como éste? ¡Por Dios que se ha escrito sobre eso! En 1866 Dostoyevski publicó por folletines la historia del joven estudiante Raskólnikov, quien -suponiendo justicia más que venganza- asesinó a una vieja usurera y su hermanastra, tras lo cual fue intensamente castigado por sus remordimientos hasta terminar confesando el crimen. Tras ocho años y medio en una cárcel de Siberia, el amor de su novia logró convertirlo en un hombre nuevo.
En este caso, de todas formas, no fue remordimiento, sino la agudeza, rapidez y larga mano de la justicia la que terminó por poner a los victimarios tras las rejas.
¿Algún día comprenderán realmente lo que hicieron?