Pinceladas de la migración en Chile
¿Por qué llamamos migrante a quien llega de Latinoamérica y extranjero a quien viene de Norteamérica y Europa?
La migración es un fenómeno que desde los orígenes de nuestra historia ha estado presente con distintas y no muy felices representaciones. Algunas de ellas: migrantes extranjeros que llegaron a colonizar nuestro país y migrantes chilenos que involuntariamente lo abandonaron en los años setenta, dispersándose por el mundo.
Pero hoy, en los últimos cinco años, pareciera ser que la migración como fenómeno mundial e interno alcanza mucha más visibilidad, no sólo porque las cifras indican que efectivamente ha aumentado, sino porque las condiciones sociales en que viven y sobreviven los migrantes son mayoritariamente inhumanas.
Esto exige a distintos actores hacer algo al respecto para disminuir las brechas de desigualdad entre migrantes y no migrantes, y es aquí donde al Trabajo Social, al Estado y a la sociedad civil se les exige mayor protagonismo para asegurar el derecho natural que todos tenemos a migrar. Regulando, sí, pero también solidarizando; organizando, sí, pero no sólo excluyendo.
Si pensamos en las motivaciones que alguien puede tener para migrar, las respuestas son innumerables, más todas ellas confluyen en la búsqueda de mejores condiciones de vida. Sin embargo, cuando develamos la vivencia sensible de ser migrante en el Chile de hoy, no todas las historias reflejan que las expectativas han sido cumplidas. A modo ilustrativo, sólo apreciar las condiciones habitacionales, laborales, de salud y educación de los migrantes y sus hijos, nos transporta bruscamente a algunas imágenes de inicios del siglo XX: la vida en las salitreras, en los cordones de pobreza, en los conventillos. En los casos más extremos la migración actual puede transformarse en una postmoderna esclavitud o nuevo rostro de la pobreza, donde el migrante hace el trabajo que el chileno en su blancura imaginaria no está dispuesto a hacer.
Esto puede parecer extremo, pero sí ocurre, como también es cierto que efectivamente muchos migrantes han encontrado en Chile "la copia feliz del Edén", donde pareciera ser que sus expectativas han sido satisfechas, pero ello pese al costo del desarraigo familiar, territorial y cultural.
Las interrogantes son muchas, por ahora sólo dejo algunas: ¿qué tan preparados estamos los chilenos para dejar de ser una sociedad tan exclusiva y excluyente?, ¿por qué llamamos despectivamente migrante a quien llega de Latinoamérica y extranjero a quien viene de Norteamérica y Europa? Es decir, ¿qué tanto queremos en Chile al amigo cuando es forastero?
Dra. Verónica Rubio Aguilar
Directora Escuela de Trabajo Social, UST Viña del Mar