"La gente apuesta hoy a valores de seguridad; eso explica que surjan personajes como Bolsonaro o Trump"
Se vive una recesión de la democracia a nivel mundial. Esa es parte de la premisa que abordó la filósofa española Adela Cortina en la conferencia Inaugural "Ética y política: desafíos del siglo XXI" durante el VII coloquio de la Red Internacional de la Ética del Discurso, organizado por el Departamento de Filosofía de la UAI en el contexto de la inauguración de su magíster en Filosofía Política y Ética.
Creadora del concepto aporofobia, ganadora del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, doctora honoris causa por ocho universidades, catedrática de Ética de la Universidad de Valencia y la primera mujer en ingresar a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España, cree, como "kantiana" de convicción que es, que hay esperanza de una vida, una sociedad y una democracia más justa.
- Se le considera una activista de la ética. ¿Por qué?
- Yo asumí la defensa de la ética en el año 78, cuando España estaba dando el paso de la dictadura a la democracia. Se produjo un momento en que algunos de nosotros, yo por ejemplo, nos preguntamos si con este cambio pudiera haber una ética que fuera compartida por todos los españoles. Y aunque en ese momento me estaba dedicando a la metafísica, me pasé a la ética para ver si era posible esta ética desde el punto de la vida cotidiana y desde el punto de vista de la filosofía. Y una vez instalada en este tema, pues me parece de la mayor urgencia porque una sociedad que no funcione con un capital ético compartido de valores, no puede construir nada bueno. Me convertí en activista de la ética porque veo la necesidad de que los países pensemos cuáles son nuestros valores compartidos por los que queremos construir una mejor sociedad y para construir una buena democracia, una buena economía, una buena investigación. Sirve para todos los campos.
- ¿Ética mínima o ética cívica?
- Son lo mismo. Quiere decir que hay unos cuantos valores mínimos por debajo de los cuales no se puede caer sin llegar a la inhumanidad. Esos valores serían la libertad frente a la esclavitud, la igualdad frente a la desigualdad, la solidaridad frente a la insolidaridad, el diálogo frente a la violencia y el respeto a quien piensa de una manera distinta. No es una ética de rebajas, sino que se trata de encontrar valores que podamos compartir. Son mínimos de justicia que hay que asegurar. Lo de cívico se refiere a los ciudadanos que son los que viven en un país o comunidad. Las propuestas de ética mínima son propuestas de ética cívica porque une a todos los miembros de una comunidad política.
- ¿Los valores de justicia y felicidad son claves?
- En la ética hay una gran cantidad de metas, pero hay dos que son fundamentales: la justicia y la felicidad. La felicidad es a lo que todos tienden y que todos buscamos. Lo que pasa es que nuestros caminos para la felicidad son muy personales. Cada persona tiene ideales y proyectos y puede cumplirlos o no. Entonces, las opciones de felicidad son cuestiones muy personales, mientras que las cuestiones de justicia son comunes, son exigencias para todos. Si alguien dice que es injusto no estar atendiendo a los inmigrantes, no está dando una opinión personal, sino que es una exigencia de justicia y que tiene que ser cumplida. Por eso creo que la ética mínima estaría ligada a las exigencias de justicia. Un país debe lograr que todos tengan atención sanitaria, educación. Yo siempre distingo entre la opción de felicidad, que es personal, y los mínimos de justicia, que son totalmente exigentes.
- ¿Qué papel juegan los ciudadanos?
- Los ciudadanos tienen que deliberar sobre cuáles son esos mínimos y cómo llevarlos a la vida ciudadana. No es el Estado el que crea la ética mínima, sino que los protagonistas de la ética mínima son los ciudadanos. No hay parlamentos éticos, hay un parlamento para las leyes del Estado. Por lo tanto, si los protagonistas son gente desalentada, la sociedad se desmoraliza.
- La educación como mediadora, como vía para…
- Es fundamental. Creo que es el problema número uno de los países. Educación en las familias, en los barrios, en las escuelas y en el conjunto de la vida social, porque los medios de comunicación, los hospitales, las empresas también educan. Nos estamos educando continuamente, pero cuando hablamos de educación estamos pensando en el sistema formal que educa. Por eso siempre he defendido que debe haber una educación ética clarísima. Algo tan sencillo como una asignatura. No me gusta que se diga que la ética es transversal a todas las asignaturas, porque cada profesor está preocupado del programa de su asignatura y no de hacer transversalidades. Tiene que haber una asignatura de ética impartida por una profesora o profesor de filosofía, donde se deben exponer los valores que creemos que son los mejores porque es como nuestra herencia. A lo largo de la historia hemos ido aprendiendo que hay unos valores que son superiores a otros y se los queremos legar a nuestros descendientes. Entonces, hay que exponerles a los alumnos los autores que han trabajado estos temas y que luego ellos decidan. El legado de valores éticos serios es lo mejor que una generación le puede legar a otra.
- ¿Cómo se relaciona ética, poder y política?
- La relación entre ética y política es estrechísima. No hay buena política sin una base ética. Y aquí lo que más me preocupa es el fortalecimiento de la democracia. Hubo un momento en los años 70 en que hubo una ola de democratización y los países se van sumando a la democracia. En América Latina esto se produce en los 80 y se acaban los golpes de Estado. Sin embargo, en los 90 se produce una recesión de la democracia a nivel mundial y países que parecía se habían democratizado, están en estado autoritario increíble y a otros países ya no les interesa ser demócratas. Y lo que es curioso es que si bien hay un retroceso claro -veamos lo que está pasando en la UE, lo que ocurre en Francia con Marine Le Pen o en Italia con Salvini que están poniendo barreras a los inmigrantes, o lo que pasa con Trump o con Maduro-, pero nadie está dispuesto a decir yo no soy demócrata. Nadie propone sistemas alternativos y nadie dice "yo soy un autoritario", lo que quiere decir que la democracia atrae. Por eso, fortalecer la democracia es vital.
- La corrupción no ayuda a fomentar la democracia.
- No ayuda, desmoraliza, porque la gente se da cuenta de que sus representantes elegidos están llevándose con fines privados lo que son recursos públicos y eso es ilegal, inmoral y genera lo peor que puede pasar en un país: la desconfianza. La corrupción socava la confianza y va en contra de la democracia, porque la gente que se siente dolida se convierte en gente antisistema y lo complejo es que la gente antisistema después hace cosas muy extrañas.
- ¿Se debe legislar a través de las demandas callejeras?
- Me parece peligrosísimo, porque hay mucha gente que no se atreve a salir a la calle o no les parece que sea la medida y emplean otros métodos. Y si al fin la calle es la que manda, pues el que más grita es el que consigue que lo atiendan. Creo que no hay que atender a los que más gritan, sino que hay que atender a los que tienen razón.
- ¿Qué le parece el fenómeno Bolsonaro?
- Tremendo e incomprensible.
- ¿Por qué la gente vota por personas homofóbicas, misóginas, xenófobas, que son antivalores?
- Hay que analizar bien por qué la gente está decepcionada. Hay razones. La gente puede decepcionarse por los niveles de corrupción o en Estados Unidos la clase media se desmoralizó porque no prospera y de pronto se dan cuenta que hay un individuo que les dice que los va a fortalecer y llevar a las máximas cumbres y la gente se lo cree porque piensa "si esta persona ha llegado a ser millonario, quizás me ayuda a ser millonario también". En Brasil, al parecer, el miedo a la inseguridad es tremendo y eligen a un personaje que va a funcionar militarmente. Hay muchas razones que son las que tenemos que estudiar y tratar de encontrar alternativas. La gente se desmoraliza y busca que se le mantengan los valores mínimos: la vida, la propiedad, poder educar a los hijos y deja de lado valores como libertad e igualdad. Estamos volviendo a un periodo que creíamos era pasado, donde la gente apuesta a valores de seguridad y surgen estos personajes como Bolsonaro y Trump que aprovechan esa situación para no asegurar nada al final. Es un discurso para manejar y conseguir votos y donde el miedo es fundamental.
- Miedo a la pobreza, también, ¿no? ¿Cómo surge el concepto aporofobia?
- Se dice que hay partidos xenófobos y xenofobia quiere decir prevención contra el extranjero, pero hace tiempo llegué a la conclusión de que los extranjeros no nos molestan, porque con los de Arabia Saudita no hay rechazo porque tienen petrodólares, a pesar de las cosas terribles que sabemos hacen. Tampoco molestan los turistas. Son los inmigrantes pobres y los refugiados políticos los que molestan porque parece que no traen nada interesante más que problemas. A eso lo llamé aporofobia, que es el miedo a los pobres, y es un concepto que ya está reconocido por la Real Academia.
- ¿El miedo a los pobres se ha agudizado o siempre ha estado instalado de manera subyacente?
- Lo que nos está pasando es un fenómeno de aporofobia clarísimo que, por lo demás, es tan viejo como la humanidad. En mi libro, que saqué el año pasado, sostengo que, a mi juicio, la causa está en el cerebro y, por lo tanto, todos tenemos tendencia aporofóbica, o sea, dejar de lado a quienes creemos no nos van a ofrecer nada interesante y a juntarnos con quienes nos pueden dar dinero, votos, trabajo, etc. Lo que pasa es que todos somos vulnerables y necesitamos la ayuda de otros y por eso buscamos quienes nos puedan dar algo.
- ¿Se puede revertir? ¿Hay un contrapunto?
- Se puede superar con otras tendencias que también tenemos, como la tendencia al amor, a la simpatía, a la solidaridad, a la compasión. El siglo XXI tiene que terminar con la aporofobia. Todo ser humano tiene un valor, tiene que ser escuchado y atendido. Hay que agudizar la sensibilidad para ver esto, porque todo ser humano es valioso por sí mismo; y una democracia que deja de lado a un grupo de personas porque son pobres, es una democracia excluyente y las democracias deben ser inclusivas. ¿Cómo se hace esto? Preguntándonos, primero, si somos aporofóbicos y cultivar esas otras tendencias. Por eso que la educación es tan importante. Si desde la familia y la escuela se educa a los niños bajo esas tendencia solidarias y creando instituciones que intenten reducir las desigualdades, que es uno de los grandes problemas en la política y la economía de hoy, la cosa tiene solución.
- ¿La lógica kantiana sigue vigente?
- Kant ha puesto sobre el tapete el principio ético más importante de toda la edad moderna; la ética kantiana es clave desde el siglo XVIII, cuando afirma: "Obra de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, como un fin y nunca como un medio". Kant dice que el ser humano es un fin en sí mismo y no se le puede manipular. No tiene precio porque tiene dignidad. Entonces, Kant levantó filosóficamente el principio de la dignidad humana y su conclusión es que no se puede instrumentalizar al ser humano. La política, la economía, la universidad debe estar al servicio de los seres humanos. Y sigue absolutamente vigente; más hoy con los avances, pero la técnica debe estar al servicio de las personas.
- La pregunta es: ¿Hay esperanza?
- Cuando Kant piensa cuáles son las claves de la filosofía dice que son tres: qué yo puedo conocer, qué yo debo hacer y qué me es permitido esperar. En ese sentido, es un filósofo de la esperanza. Si actuamos bien, si hacemos bien las cosas, qué nos cabe esperar: una vida futura donde quienes han actuado correctamente pueden ser compensados con la felicidad.
"Vivimos un fenómeno de aporofobia clarísimo que, por lo demás, es tan viejo como la humanidad. Todos tenemos tendencia aporofóbica, o sea, dejar de lado a quienes creemos no nos van a ofrecer nada interesante""
"La gente se desmoraliza y busca que se le mantengan los valores mínimos: la vida, la propiedad, poder educar a los hijos, y deja de lado valores como libertad e igualdad. Estamos volviendo a un periodo que creíamos era pasado""


