El memorioso rastreo genealógico de Costamagna
Alejandra Costamagna vuelve con una trama sacada de su propia sangre: "El sistema del tacto". En la vida -en el campo, en las fotos- de sus parientes encontró la historia del mundo circulando y explotando desde un lado al otro del charco. Agustín, Nélida, Bruno en los ojos de la La finalista del Premio Herralde.
Por petición de su padre, Ania Coletti cruza la cordillera para despedirse de su solitario tío Agustín, que agoniza en Campana. Y con este gesto, la protagonista de "El sistema del tacto" (Anagrama) cruzará también "hacia las fronteras difusas de la memoria", asistiendo a la extinción de su parentela italiana que emigró a Argentina a comienzo del Siglo 20, marcada por el desarraigo, los secretos, las sombras.
Las mismas que sumergieron a su tía abuela Nélida -madre de Agustín, figura marcadora en la infancia de Ania y a quien los padres enviaron al país trasandino en 1949 obligándola a casarse con un pariente- en "esa caverna oscura que era su mente". Con delicados saltos temporales que van desde los años 70 a las primeras décadas del siglo 21, la prolífica escritora Alejandra Costamagna (1970) indaga en su propia identidad y nos hace parte de la importancia del registro "que luego se hereda". Y de la fortuna de su hallazgo. Con una voz literaria tan tenue como potente, la finalista del Premio Herralde de Novela junta los pedazos de su historia familiar utilizando material complementario como novelitas de terror, manuales de comportamiento para migrantes, anotaciones de dactilografía y fotografías antiguas, para hablarnos de soslayo sobre el desarraigo, la pertenencia, las relaciones humanas, los recuerdos, los afectos, las raíces… y del tacto.
Trizaduras y pliegues
"¿Quieres un mate?, le ofrece Claudia. Ania acepta. Antes, cuando eran nietas, odiaban el mate. Ahora ¿qué son? Demasiado amargo para su gusto... Hay una culpa extraña que se le instala. Como si ella tuviera alguna responsabilidad en la extinción de la familia" (pág. 41).
-¿Qué gatilló que pudieras contar por fin una historia que buscabas hace años: la de tu familia paterna?
-Pienso en la trasposición de tres imágenes. O de una sola que se ramifica en tres. Mi papá, que es argentino, me hablaba de su abuelo piamontés, que había emigrado en 1910 y nunca había podido regresar. Y me decía que el viejo le hablaba de su terruño, de la casa sobre una colina, de un establo, de un caballo a lo lejos, del aire de la campiña, de las calles empedradas. Cuando el abuelo murió se perdieron todos los contactos. Muchos años después, mi papá viajó a ese pueblito del Piamonte, entró a uno de los pocos restaurantes que había y resultó que el dueño era su sobrino. Entonces llegó la parentela completa, con fotografías enviadas desde Argentina a mediados del siglo veinte por los abuelos de mi papá, intactas. Fotos que sobrevivieron el desplazamiento de un continente a otro, el rigor de las dos guerras mundiales, los incendios, los escondites y el polvo de un siglo entero. El momento clave fue cuando visitaron la casa en la colina. Era exactamente el mismo paisaje del relato oral del viejo. A la vuelta mi papá me contó cómo era el lugar y en ese minuto sentí que yo era él, escuchando el relato de su abuelo. Una imagen de una imagen. Y en 2011 hice la misma ruta, conocí a los parientes y les pedí que me llevaran a la casa. Cuando vi el establo y el monte y la casa intactos, pensé que el caballo estaba ahí desde siempre, comiendo el mismo pasto de siglo en siglo, con la vista fija en un paisaje atemporal. La idea de un pasado que lanza chispas hacia el presente fue como un sacudón. Pero pensé también que yo estaba ahí no para reconstruir la historia, sino para detenerme en los vacíos del recuerdo y observar, con atención quirúrgica, sus trizaduras y sus pliegues. Aunque ese momento puntual quedó fuera en la novela, estuvo en la base del rastreo. Y gatilló escribir la historia que ya venía masticando hace años, aunque por supuesto después se desvió y se ramificó completamente.
-Las anotaciones de dactilografía de Agustín, los extractos de la Gran Enciclopedia del Mundo de 1981, las fotos familiares que incluyes en el libro, componen una obra que va más allá de la novela, cercana a lo documental. ¿Era tu intención?
-Al inicio pretendía contar la historia sin ficción, con la idea de registro. A la referencia de estos primeros migrantes de 1910 se sumaba la de Nélida, a quien los padres enviaron a Argentina en 1949, comprometida sin su voluntad con mi tío abuelo. Pero en el camino me fui topando con esos materiales que mencionas, que sacudieron todo. Porque lejos de reforzar la idea del documento fidedigno, fueron alimentando el sentido de restos, de residuos, de vestigios. Apareció la inquietud no de restituirlos ni de recuperarlos como piezas de un pasado, sino de volver a hacerlos presente como fantasmagorías que no acaban hoy. Y entonces pensé mucho en esa reflexión de Walter Benjamin acerca de la articulación histórica del pasado que, dice él, no significa conocerlo tal como ocurrió, sino "apoderarse de un recuerdo tal como fulgura en el instante de un peligro". Diría que, a partir de ese momento, los documentos y la imaginación entraron en diálogo y se fue imponiendo una corteza ficcional que partió de la necesidad de encontrar un real sentido al presente de la narración.
-¿Qué fue lo que más te resonó cuando hacías este "rastreo obsesivo" sobre tu genealogía?, ¿qué hallazgo te impresionó?
-El cuaderno de Agustín fue un hallazgo que reorientó todo. Que estuviera fechado en 1976, que pusiera tanto empeño en marcar las claves de un oficio en desuso, que dejara tan en evidencia su carácter obsesivo, que fallara tanto. Detrás de ese tecleo torpe había un personaje genuino, que a veces coincidía y otras alumbraba desde otra esquina al sujeto real que había sido mi tío. Y luego, cuando di con la caja de Nélida, fue otro momento iluminador. Ahí estaba la síntesis perfecta de su vida expatriada: cartas de ida y de vuelta, pasaportes, recortes de diarios, libretas de notas. Había una carta de una amiga fechada en 1973, donde le decía: "Te recordi quando eravamo contenti?". Y luego rememoraba, uno a uno, los hitos de esa felicidad común, perdida entre un continente y otro. Estaba también un informe escolar con las evaluaciones en dactilografía, caligrafía y educación física, donde Nélida tenía un diez. En la asignatura de historia y cultura fascista, en cambio, tenía apenas un seis. Ese dato ayudaba a dibujar al personaje. Y por supuesto que en esa caja había muchas, muchísimas fotografías. Ya antes me había topado con decenas de fotos de mis abuelos, de mis bisabuelos y de mis padres. Y me impresionó esa necesidad compartida de dejar una huella, esa especie de consciencia del registro que luego se hereda.
-¿Cómo trabajaste los saltos temporales? Están delicadamente unidos por detalles poéticos…
-Al principio fui trabajando los tiempos por separado, como si fueran dos pistas de sonido. Y luego empecé a mezclarlos. A tratar de que uno entrara en el otro a través de las imágenes. Los tiempos empezaron a superponerse y a abandonar las posibles líneas secuenciales. Era como si la noción de tiempo y espacio de pronto explotara y entráramos en unas coordenadas más cercanas a una alucinación que a un reflejo de lo real. Eso me hizo pensar en que era desde el presente que estaba yendo hacia el pasado y no al revés, como creía al inicio. No es casual que las dos estructuras principales estén escritas en presente, justamente. Agustín y Ania narran desde un hoy que para cada cual es distinto, pero que al mismo tiempo contiene al otro en esta zona borrascosa", cuenta.
Un guión mal hecho
"De Agustín, hablan, de Nélida, de los que ya se fueron. De Nélida internada acá mismo, después de tragarse un frasco de astillas. De Nélida hablando de su sobrino de nueve años, muerto frente a ella, al explotar una granada que alguien olvidó desactivar después de la guerra" (pág. 42).
-El personaje de Nélida conmueve. Has dicho que es un personaje familiar que te persiguió desde la infancia ¿Qué te llamaba la atención de ella?
-Había algo que contrastaba entre su aparente vitalidad y la necesidad de recluirse. Algo que se fue acentuando con los años y que terminó inclinando la balanza hacia la reclusión. Lo que me inquietaba era esa zona oscura, esa especie de culto a lo no dicho que la rodeaba. Estaban el mito de su venida a Argentina, la bomba que le había estallado a pocos metros, la muerte del sobrino en sus brazos, las esquirlas en las piernas, el novio Bruno y sus otros pretendientes, de los que me hablaba a escondidas. Y, por otro lado, los tres idiomas que hablaba, el trabajo que había tenido en Italia en la Fiat, los amigos, los paseos, la libertad que parecía tener allá. Nélida era una mujer brillante, muy adelantada para la época. Y de golpe le cortaron todo, le truncaron la vida. Eso me llamaba la atención: ese guión mal hecho.
-¿Qué te pareció saber que le hicieron un matrimonio arreglado, que decidieran por ella?
-Me pareció tremendo. Al principio me preguntaba cómo ella no se había resistido, pero luego me di cuenta de que había mil cosas que desconocía, que nunca iba a saber. Nuevamente, los archivos que fueron apareciendo me dieron pistas, pero luego me las cerraron. Había un recorte de diario en la caja de Nélida, por ejemplo, con la noticia sobre una violación sin los nombres reales de los involucrados. ¿Era su historia? ¿Por eso la habían sacado de Italia? Después me encontré con la carta que el padre le escribió para que leyera arriba del barco, una especie de manual de instrucciones, donde decía: "Antes que nada ser brava. Cortés con todos pero reservada, no dar confianza a los jovencitos porque sabiéndote sola pueden abusar de ti. Sé feliz en Campana, hija mía. Ya vas a comprender y nos perdonarás". ¿Qué es lo que tenía que comprender? ¿Los perdonó algún día? Como sea, a Nélida le amputaron la voluntad y pasó de la tutela de un padre que la sube a un barco sin pasaje de regreso a la tutela de un marido que no la deja regresar a su tierra de origen. Pienso que ésta es una historia extrapolable a muchas mujeres de la época y del presente también. Pero es, sobre todo, una historia armada a partir de rumores, trazos sueltos y especulaciones que no pretende decir la última palabra.
-Hay tacto en la manera de describirla, delicadeza en mostrarnos su oscuridad sin tildarla de loca…
-Qué bueno que lo percibas así. Yo imagino que su conflicto, además de los horrores de la guerra, tuvo que ver con esta ruptura y esta amputación de un mundo que de un día para otro fue eliminado de cuajo. Y es como si ella hubiera puesto una cortina frente a sus ojos para hacerse la idea de que esto dolía menos. Y probablemente se encariñó con su presente y llegó a sentir una pertenencia a este lado del charco. Entonces su oscuridad es muy sutil, aparece de a poco. Es, por así decirlo, "digna". Pero cuando estalla, aparece como la misma bomba que le estalló en las piernas. Y ya no hay cómo ocultarla. Yo traté de no hacer la caricatura gruesa de la loca de la guerra. Qué triste y qué plana hubiera sido esa imagen. Por lo demás, creo que todos a su alrededor están un poco tocados, un poco perdidos también en sus mundos de cristal.
-Nélida es una madre trasquilada por el desarraigo y Ania no quiere reproducirse en nadie…¿Hubo una reflexión acerca de la maternidad en el proceso de escritura?
-No sé si hubo una reflexión consciente, pero no es casual que sean mujeres que experimentan el deber ser de manera problemática, cada una con las resonancias de sus propios presentes. Nélida intenta adaptarse a las condiciones impuestas y termina aniquilada por su propio desarraigo. Y Ania no se acomoda a los parámetros de lo que es ser una buena profesional, una buena hija, una buena novia, una cabeza de familia, una madre, un sujeto útil para la sociedad. Ella se resiste a hacer un nido, a formar una familia con todas las de la ley, a reproducirse, en fin, a integrarse a la manada. Claro, cada una en su tiempo manifiesta las tensiones que acarrea ese deber ser, más allá de que terminen o no rebelándose frente a ello.
Espejo distorsionado
"Juntar las manos, bajar la vista y donar sus lágrimas a un muerto desconocido. Reemplazar a los otros, como ya es costumbre. Como en el cumpleaños de su padre: asistir a una ceremonia ajena. Fingir que la felicidad o la tristeza circulan por sus venas. Ania tiene las ideas un poco sueltas y los recuerdos llegan a ella sin que los busque" (pág. 70).
-Ania y su tío Agustín se asemejan: los permanentes ruidos mentales, la sensación de no pertenecer, de no encajar en un rol, las ganas de huir ¿Lo viviste así?
-Eso fue apareciendo cuando le di más visibilidad al presente. Al tomar fuerza la voz de Ania, me di cuenta de que estaba dialogando con Agustín todo el rato, que estos personajes se volvían espejos de una situación que alguna vez pudo relatarlos. Pero era una especie de espejo deformado, en que cada cual actualizaba sus semejanzas y sus disonancias. El deseo de huida, el percibirse como "otros", el no sentirse parte de un rol asignado, el no hallarse eran parte de esas semejanzas. Los brazos de un mismo árbol de ramas resquebrajadas. Pero a veces, más que como personajes, los veía como rumores de algo que había quedado dando vueltas. Como voces que encarnaban la herencia de unas heridas ajenas. Y eso volvía a unirlos en este espejo distorsionado.
-Sostenerse dentro de un sistema familiar requiere mucho "sistema del tacto", como la dactilografía. ¿Cómo te ves a ti misma en esta metáfora?
-Dentro de un determinado modelo de familia hay que tener tino, cautela, andar con precaución. Yo, naturalmente, no encajó ahí. Para las mujeres mayores de cuarenta no tener hijos es visto como ser un bicho raro, una "otra", un ser incompleto. Ese mandato de la maternidad, esa idea del instinto y de la realización como seres completos al ser madres me repele. Y tiene mucho que ver con una palabra que me patea igualmente cuando la escucho en relación con los vínculos afectivos: "proyecto". Si no hay un proyecto, todo parece fallido. Y no pues, para mí las relaciones humanas no se mueven por proyectos.
alejandra costamagna fue al piamonte a entender la historia de su familia que emigró a argentna durante la guerra.
fotografía sacada a nélida después de lavar los platos en italia en el año 1973.
Aroldo, nélida, agustín y bisabuelo de ania.
El sistema del Tacto
Alejandra Costamagna
Ed. Anagrama
192 páginas.
Nélida fue una de las mujeres más fuertes de la familia de alejandra costamagna.
Por Alejandra Delgado
Gonzalo Donoso
archivo familiar
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"Nélida era una mujer brillante, muy adelantada para la época. Y de golpe le cortaron todo, le truncaron la vida".
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