La España moderada
El pueblo español demostró una vez más, como ha hecho desde las primeras elecciones de 1977, que la crispación es básicamente obra de dirigencias políticas a las que las mayorías rechazan. Claudio Oliva Ekelun, Profesor de Derecho Universidad de Valparaíso
España tiene una larga -aunque no siempre justa- fama de fanatismo e intransigencia. Durante el extenso período medieval en que estuvo dividida entre reinos cristianos y musulmanes, a pesar de luminosos momentos de convivencia e intercambio cultural y pragmáticas alianzas, los pueblos españoles vivieron con la convicción de representar la fe verdadera frente a vecinos herejes. En 1492, junto con la caída del último reino musulmán, se inició la conquista y colonización de América, que prolongó la idea de unos infieles a los que someter y convertir. Más de tres siglos después, la invasión napoleónica, junto con provocar la independencia de casi todas las colonias americanas, dio lugar a agrias disputas políticas, que condujeron a las Guerras Carlistas del siglo XIX y a la Guerra Civil de 1936 a 1939, a la que siguió una dictadura de casi cuarenta años.
Después de la muerte de Francisco Franco en 1975, sin embargo, se produjo una ejemplar transición a la democracia sustentada en el consenso, que abrió paso a exitosas décadas en que España se convirtió en una moderna y próspera sociedad europea. Pero el fantasma de la crispación política reaparece cada tanto, como ha ocurrido en los últimos años y, especialmente, en la campaña previa a las elecciones generales del 28 de abril.
La Gran Recesión iniciada en 2008 dio lugar a una erupción de independentismo en parte de la sociedad catalana, penosamente atizada por el rechazo a la redistribución hacia las zonas menos prósperas de España cuando ella era más necesaria. Apareció también un partido de extrema izquierda: Podemos. Como respuesta sobre todo al independentismo catalán, en diciembre pasado irrumpió un partido de extrema derecha: Vox. El partido tradicional de la centro-derecha, el Partido Popular, optó por moverse hacia Vox para competir con él y hasta el joven partido liberal Ciudadanos asumió también un discurso áspero.
Pero el pueblo español, que acudió masivamente a las urnas, demostró una vez más, como ha hecho desde las primeras elecciones de 1977, que la crispación es básicamente obra de dirigencias políticas a las que las mayorías rechazan. Los más votados fueron con diferencia los socialistas, que tuvieron el discurso más conciliador. Vox y el coqueteo de los otros dos partidos de derecha de ámbito nacional con él hizo que ese sector redujera sus votos y, aún más, sus escaños y experimentara una fuerte caída en Cataluña y el País Vasco. Podemos perdió un tercio de su porcentaje de votos en relación a las elecciones de 2016, cuando soñó con superar a los socialistas. En Cataluña se produjo, tanto dentro del bando independentista como del constitucionalista, un claro triunfo de quienes adoptaron un discurso más moderado: la Izquierda Republicana y el Partido Socialista. Y algo semejante aconteció en el País Vasco con el sensato Partido Nacionalista Vasco y, otra vez, los socialistas.
Desde por lo menos nuestras transiciones a la democracia, las semejanzas políticas entre España y Chile han sido abundantes e iluminadoras. Es, pues, de esperar que nuestros dirigentes políticos tomen debida nota del elocuente castigo a la intransigencia que ha vuelto a realizar la España moderada de hoy.