La Iglesia chilena: ¿de cara al fracaso?
Gonzalo Ibáñez S.M. Abogado, doctor en derecho
El escándalo de clérigos, incluso obispos, involucrados en actos de abuso sexual y de conciencia, sobre todo en perjuicio de menores de edad, nos ha remecido profundamente y con toda razón. Pero, aun gravísimos como son, ellos no pueden ocultarnos cuánto más grave es el problema de fondo que afecta a nuestra Iglesia; es decir, el poco éxito, por no decir el fracaso, en el cumplimiento de su misión.
Esta no es otra que la salvación de los hombres, para alcanzar la cual ella nos enseña un camino: vivir plenamente nuestra humanidad, porque eso es vivir a Cristo como Camino, Verdad y Vida. La Iglesia ha sido constituida de modo de orientarnos en el ejercicio de la libertad hacia nuestra plenitud, evitando lo que nos destruye. Por eso, antes de darnos una respuesta de cara a una determinada disyuntiva, ella se pregunta ¿qué es lo humano? Por ejemplo, hace ya más de 50 años que el ahora San Paulo VI publicó su encíclica Humanae Vitae previniendo a la humanidad del consumo de sustancias anticonceptivas. Una avalancha de críticas se dejó caer sobre el Papa, porque, según los críticos, osaba interferir en la libre decisión de cada uno. Cincuenta años después, ¿con qué nos encontramos? Con que aquellos jóvenes que entonces se dejaron seducir por las promesas de mayor libertad, son ahora personas muy ancianas, algunas muy decrépitas y que carecen de los hijos que puedan sostenerlos en esta etapa de su vida. ¿Qué era lo humano en esa cuestión? La misión de la Iglesia ha sido, pues, la de ser maestra de humanidad para la humanidad. El resultado de ese trabajo es la civilización a la cual nos honramos en pertenecer. Pero esta no es indestructible. Constantemente está expuesta a ataques que, siendo distintos en su forma tienen, sin embargo, un denominador común: el de ofrecer a los hombres un ejercicio de su libertad sin tener que orientarse por ninguna realidad, sino sólo por lo que esa misma libertad decida. Nadie puede dejar de estar alerta frente a esta trampa, y menos que nadie, la Iglesia.
Nuestra patria fue uno de los frutos de esta civilización construida sobre la base de las enseñanzas de la Iglesia, pero hoy vemos y experimentamos cuánto hemos retrocedido y, por lo mismo, cuánto nos hemos deslizado por la pendiente de la inhumanidad. Más de 500 niños han sido masacrados desde que se aprobó la legalización del aborto. El uso de los métodos anticonceptivos artificiales nos ha golpeado duramente hasta el punto de convertir al nuestro en un país lleno de viejos que, para muchos, sobran. Para eso, eutanasia.
La sexualidad convertida en juguete de las pasiones y practicada indiscriminada e indistintamente sea con varones o con mujeres, nos ha traído un aumento constante en la propagación del VIH y en los episodios de violencia intradoméstica. La pérdida de un norte común a nuestra convivencia no ha hecho sino exacerbar los conflictos, poniendo en grave riesgo la paz social. Una torcida interpretación de la opción preferencial por los pobres en su momento nos condujo al socialismo y al comunismo, y éstos siempre pugnan por reaparecer para ruina de nuestros pobres.
¿Por qué ha sucedido esto? ¿Dónde ha estado entretanto nuestra Iglesia? Los ejemplos que hemos mencionado no son sino síntomas de que ella se debilita en el cumplimiento de su tarea. De hecho, muchos clérigos han empujado para que ese sea el resultado, como aquellos que atacaron sin piedad a San Paulo VI por su encíclica; o los que intentaron hacer de la opción por el socialismo y el comunismo la única vía para ser cristianos de verdad. Hoy, la defensa que, por medio de sus autoridades, ha hecho la Iglesia chilena de la vida de los niños que están por nacer ha sido extremadamente débil, como lo fue en su momento la defensa del carácter heterosexual, monogámico y de por vida del matrimonio.
No es, pues, de extrañar lo que nos ha sucedido. El índice de inhumanidad que cada día avanza más en nuestra patria es, a la vez, el índice de cuánto ha retrocedido nuestra religión con grave perjuicio de quienes habitamos este país; en especial, de los más jóvenes y de los más débiles. El combate de los abusos señalados al comienzo es necesario y muy importante; pero mientras la Iglesia no reconozca su propia pérdida de identidad y cuán intrascendente se ha vuelto su presencia en nuestra patria, y no haga de la necesidad de revertir esa situación su tarea principal, poco y nada avanzaremos. Es el desafío que enfrentamos todos quienes formamos parte de ella.