Al saber que había muerto Carlos Lastarria me quedé pensando de qué manera nos podríamos despedir de él, cuando conocía de su voluntad de entregar su cuerpo para la investigación científica, por lo que no habría funeral. En la cultura cristiano-occidental, el rito funerario, aunque triste y sentido, creo que es necesario, ya que nos da la oportunidad de un último adiós. Pero Carlos quería que su partida se diera de otra manera, quizás la forma de despedirlo fuera pensar su vida y su obra; detenernos a mirar lo que había hecho a la larga de casi ocho décadas.
Primero que todo, debemos decir que fue en esencia un hombre dedicado al arte en todas sus facetas: lo estudió, lo quiso, lo vivió y lo transmitió. Lo hizo desde diferentes lugares, pero siempre con dedicación, compromiso y voluntad.
Fue conservador del museo de Bellas Artes de Viña del Mar; curador del Museo de Bellas Artes y encargado de la Galería Municipal de Arte, ambos en Valparaíso. También director de Cultura del Instituto Norteamericano, entre muchas otras actividades a las que se dedicó, a todas con la misma pasión y entrega. Mención especial para el ejercicio de la crítica de arte profesional en los diario El Mercurio y La Estrella de nuestra ciudad, como asimismo la autoría propia, y en otros casos compartida, de distintos libros.
Formó familia junto a la escultora Rosa Cádiz y sus dos hijas, Tatiana y Catalina, sumándose en los últimos años su nieto Alonso. A ellos les prodigó gran amor y preocupación hasta su último aliento en los días recién pasados.
Pero su capacidad de querer sin duda la compartió entre su familia y el Museo de Bellas Artes de Valparaíso, el Palacio Baburizza. Fue este recinto el que supo de su entrega, compromiso, dedicación y preocupación como ninguno otro. Carlos vivía por y para el Baburizza. Fue durante casi 40 años el lugar donde trabajó. En el museo se sentía cómodo, se sentía en su hábitat, más allá de cualquier otro lugar. Tuvo siempre la preocupación del buen estado del palacio y por eso sufrió tanto la década en que el palacio estuvo cerrado y las obras mal guardadas. Por lo mismo se alegró tanto cuando comenzó la restauración de las colecciones, su custodia en el Senado y cuando el inmueble comenzó a ser restaurado.
Personalmente, siento que con la partida de Carlos, el arte y la ciudad están de duelo. Se fue un personaje de esa casta de porteños amantes acérrimos de la ciudad, hasta el sufrimiento inclusive, pero siempre con Valparaíso por encima de todo. Y el arte pierde a uno de esos hombres que nos demuestran con su vida, que se puede prescindir de muchas cosas, pero nunca de los museos ni menos del arte. Buen viaje Carlos, acá nos quedamos cuidando el museo, esperando seguir modestamente tu señero ejemplo.
Rafael Torres Arredondo Director Museo de Bellas Artes de Valparaíso