El celibato eclesiástico
Lautaro Ríos Álvarez , Doctor en Derecho y profesor emérito de la Universidad de Valparaíso
Se sabe el origen, la historia y el desarrollo de la crisis marcada por la pederastia, el abuso sexual y su encubrimiento dentro de la jerarquía eclesiástica, pero nadie parece haber abordado la causa del problema ni su solución; y ese es el propósito de estas líneas.
La causa -a mi modesto entender- no es otra que la abstención sexual impuesta al clero como condición del ejercicio de su vocación y el carácter perverso de una obligación que va contra natura. Y tan contraria a la naturaleza humana y a la normalidad de la vida religiosa es esta imposición que, siendo la vida sacramental parte esencial de la vida religiosa, la abstención sexual contrapone -al extremo de hacer incompatibles- a dos sacramentos como son el matrimonio y el orden sacerdotal.
En efecto, si todos los sacramentos instituidos o fundados en la enseñanza y en la vida de Cristo son sagrados, contradice esta sacralidad hacerlos incompatibles entre sí. Esta práctica absurda no sólo es antinatural, sino también antisacramental y, por ende, antirreligiosa.
Dice la Biblia que Jehová dijo a la primera pareja: "Creced y multiplicaos". Para eso creó Dios a las parejas y no a seres de un mismo sexo. Sólo por razones pragmáticas la Iglesia estableció el celibato eclesiástico, con la finalidad de obtener una dedicación exclusiva al sacerdocio. ¿Que la vida marimonial importa riesgos? Toda clase de vida importa riesgos, pero un riesgo inadmisible es ensuciar clandestinamente la vida religiosa con prácticas deshonrosas para los sacerdotes y sus víctimas, como se ha develado crudamente dentro de la Iglesia Católica, con la complicidad o el encubrimiento de insospechables miembros de su jerarquía.
Ha llegado el momento apropiado para permitir y alentar la práctica simultánea de dos sacramentos que no resultan incompatibles--por su naturaleza y sus fines- como son la vida sacerdotal y el matrimonio. Ahora bien, si un religioso considera que el celibato le permite cumplir mejor los requerimientos de su vocación, debe tener la libertad de hacerlo, pero sin comprometer también -si su naturaleza humana se lo exige- la libertad de practicar el sacramento del matrimonio. Este, al igual que el sacerdocio, es un sacramento que se practica día a día y minuto a minuto. Y, por lo mismo, ambos favorecen la plenitud de la vida sacramental y es mejor sumarlos que dividirlos.
Yo veo con mejores ojos a los curas, a los obispos y hasta al Papa, natural y felizmente casados, que la postergación de un imperativo de la naturaleza humana que, por elusión de sus riesgos y por meras ventajas de eficiencia, ha producido los vergonzosos daños y el justificado escándalo de las aberraciones sexuales y su encubrimiento dentro de la Iglesia Católica, lo que ha estremecido la conciencia del mundo y debilitado su autoridad moral y su prestigio.
No es prudente entorpecer con reglas antinaturales los designios de la naturaleza ni, menos aún, el mandato divino.