Hace cerca de 500 años, cuando el "Santiaguillo" recaló en la caleta Quintil con pertrechos de guerra para Diego de Almagro, Valparaíso era un cementerio de barcos. Cuando yo era niño y bramaba la boya del toro, mi padre decía: "Tendrán que salir los buques a capear el temporal". Esa era la idea de una bahía entre nosotros.
Por cierto, ya existía el Molo de Abrigo, pero éste no bastaba para detener el oleaje del Noroeste; y su fuerza fue capaz en 1940 de cortar las cadenas del acorazado "Almirante Latorre" que se vino contra el dique, volcándolo con el buque "Chile" adentro.
Desde entonces, Valparaíso ha seguido creciendo. Los habitantes en la Quinta Región sobrepasan el 10% de la población nacional. Han aumentado los establecimientos de educación en todos sus niveles y especialidades. Contamos con producción minera, agrícola, pesquera, de materiales de construcción, generación eléctrica y un completo sistema de carreteras que nos conecta internamente y nos une con Argentina.
Sin embargo, hemos perdido importantes industrias y empresas que han emigrado a la capital. Y el prestigio de Valparaíso de ser el primer puerto del Pacífico se ha visto superado en transferencia de carga por San Antonio. Valparaíso, además, corre el riesgo de no ser considerado como sede de Puerto de Gran Escala, que por su historia merece.
- ¿Cómo revertir la decadencia de Valparaíso? ¡La solución es tan evidente que por eso no la vemos!
La conversión de Valparaíso, de cementerio de barcos en acogedora bahía, quedó a medio camino con el Molo de Abrigo. Esta barrera -pese a su meritorio desempeño- dejó la puerta abierta a los vientos y al oleaje arrasador que viene del noroeste, lo que mantiene indefensa la mayor parte de su bahía. La solución debiera consistir en la prolongación del muelle Barón -en la forma de una hoz- cuyo extremo Sur, paralelo al Molo, dejara abierto el ingreso de barcos de cualquier tamaño y calado a una enorme bahía protegida y a una extensa hilera de muelles de embarque en toda la extensión de su costanera entre el Molo y Barón.
Probablemente, la inversión sería cuantiosa, pero su resultado multiplicaría por varias veces la capacidad portuaria, comercial y turística de Valparaíso reviviendo la creación de nuevas industrias y el intercambio mercantil con el Asía Pacífico y con el interior del continente -Brasil, Paraguay y Argentina- que requieren una salida segura al Pacífico.
Y si necesitamos expandir la escasa superficie del Plan de la ciudad, el auge de la actividad y de los ingresos portuarios haría posible su crecimiento sobre el borde costero y hasta el financiamiento del escuálido presupuesto municipal.
Hacer realidad este porvenir probable requiere la acción unitaria de nuestras autoridades, organizaciones civiles y congresales, a través de un plan que contemple la obtención de los recursos necesarios.
No hay peor sueño que el que se deja durmiendo después de despertar.