El mayor riesgo asociado a la verdadera masacre ocurrida en la comuna capitalina de Puente Alto es que nos acostumbremos a la violencia. Cinco muertos en un tiroteo en el interior de un pequeño local comercial de barrio, es un potente llamado de atención.
El ministro del Interior, Andrés Chadwick, sitúa el hecho dentro de la delincuencia común. Es cierto, pero su magnitud alerta sobre el nivel de brutalidad y poder de fuego que está alcanzando la delincuencia.
En cuanto al poder de fuego es una realidad confirmada recientemente con la detención en la localidad de El Tabo de individuos que transportaban en un vehículo armas y municiones, hallazgo realizado por Carabineros. Se dio una paradojal situación pues el tribunal que en primera instancia conoció el caso declaró ilegal la actuación policial. Posteriormente, con sentido común apoyado en el derecho, la Corte de Apelaciones de Valparaíso anuló esa resolución.
Más allá de la controversia y del criterio inicial, queda a la vista uno de los factores presentes en el clima de violencia imperante, como son armas y municiones en poder de la delincuencia.
En el caso de Puente Alto se contabilizan 70 disparos causantes de las cinco muertes. Armas, factor material determinante, pero el fondo del tema está en la violencia presente cada vez con mayor fuerza en la sociedad.
Violencia en colegios, en universidades, en el tránsito, en las redes sociales, en centros comerciales, en barrios de Valparaíso, como Playa Ancha, amedrentados por tiroteos.
Con toda razón existe temor en la población y la vida diaria en muchos sectores se ve alterada ante la presencia delictual por acciones que llegan a grados de violencia como el registrado el jueves en Puente Alto.
Factor dominante en este alarmante escenario es la droga, poderoso factor que mueve sumas millonarias y compromete a cientos, quizás a miles de personas como traficantes "mayoristas" y vendedores "al detalle" dotados de medios para el transporte de los productos ilícitos y armas para la protección de ellos y de los capitales en juego.
En este escenario donde los intereses son muchos y la competencia es sin cuartel, aparece la violencia y se hace contagiosa, viral, en todas las actividades de la sociedad, incluso en aquellas en que no está presente la droga.
La responsabilidad del momento, de las autoridades, de los líderes sociales de los educadores y de las organizaciones de la comunidad es, en primer término, asumir esta penosa realidad y luego trabajar en frenarla para evitar acostumbrarnos y caer en el brutal remolino de muerte y odio que afecta a muchos países, realidad que miramos como lejana pero que nos acecha a la vuelta de la esquina.