Lecciones de un barco
Premio Nacional de Humanidades
No se trata de avivar las inevitables y legítimas diferencias políticas que suscitó la organización del viaje que hace 80 años emprendió el "Winnipeg" a Chile con más de dos mil exiliados del bando republicano que había sido derrotado en la guerra civil española, quienes se encontraron aquí, tanto en Valparaíso como en Santiago, con autoexiliados del bando nacionalista, ganador de la guerra, que habían salido de España cuando el desenlace del conflicto era todavía incierto. Esa guerra civil, como todas, fue una auténtica tragedia para España y para todos quienes la padecieron, aunque el viaje de aquel navío viejo y cansado, que llegó a Valparaíso el 2 de septiembre de 1939, ofrece algunas lecciones para el presente.
Ante todo, la lección de la solidaridad que mostró el entonces gobierno de Pedro Aguirre Cerda y la organización del viaje que estuvo a cargo de Pablo Neruda. También la solidaridad de argentinos y uruguayos que colaboraron con Neruda en la financiación del viaje. Y, desde luego, la que los porteños y chilenos en general mostraron con quienes llegaron aquí casi con un único y valiosísimo bien a cuestas: sus propias vidas.
Solidaridad no sólo con los muchos refugiados comunistas que trajo el "Winnipeg", sino con todos ellos. Con los demócratas, con los republicanos, con los socialistas, con los anarquistas que también venían en el navío. Un grupo de estos últimos -algo así como 10 o 12- que habían subido al barco en Francia sin papeles, fueron llevados en filas de dos en dos a una comisaría no más tocar el muelle Prat, desde donde fueron rescatados más tarde por el senador Marmaduque Grove.
Otra lección es la que dejó la célebre sesión de la Cámara de Diputados de Chile, un par de meses antes del arribo del "Winnipeg", en la que el parlamentario Rafael Irarrázabal, como si fuera hoy, alertó sobre el peligro que los inmigrantes podían significar para los puestos de trabajo y la salud pública del país. Uno de sus colegas le recordó que sus antepasados también habían llegado desde España y la respuesta del aludido no pudo ser peor: "¡Pero eran vascos!", exclamó, como si en el "Winnipeg" se hubieran embarcado sólo madrileños, gallegos, asturianos, catalanes y ningún vasco. Ese mismo diputado alertó acerca de que los intelectuales que salían de España hacia Chile podían contaminar con sus ideas foráneas los valores patrios de nuestro pueblo y la integridad intelectual de la población.
El pintor José Balmes, que venía en el barco con apenas 12 años y que mataba las horas dibujando como podía en su litera, cuenta que él y sus padres estaban en Montpellier cuando Luis Bru, padre de Roser Bru, entró un día exultante a su casa para comunicarles que se venían a Chile. Ese fue el momento -cuenta él- en que todos nos abalanzamos sobre un mapa para ver dónde estaba el país al que nos dirigiríamos. Vaya vida fructífera que hicieron en nuestro país artistas como Balmes y Roser Bru, que lo aventajaba en 4 años y que vive actualmente en Santiago, así como tantos otros de las más diversas ocupaciones y oficios. Todos ellos llegaron a Chile diciendo "gracias" y esa es también la palabra que tendríamos que decirles a ellos y a la descendencia que tuvieron aquí.
Como gracias hay que expresar también a las muchas organizaciones nacionales, porteñas y ariqueñas que se movilizaron para conmemorar los 80 años de la llegada del "Winnipeg". Si no se la actualiza, la memoria degenera en simple archivo, y la historia del "Winnipeg" y sus ocupantes no está archivada.
Están en la memoria de Chile y en especial en la de Valparaíso.
Agustín Squella