Tanta es la sequía, que ya ni lágrimas quedan
La calle Esmeralda de Valle Hermoso, epicentro de los afamados chalecos de La Ligua, es por estos días una suerte de epítome de aquellos dos mundos que conviven en el norte de la Región de Valparaíso. Por un lado, una industria artesanal pujante, que se niega a morir víctima de la falta de agua, la lejanía y el olvido; y, por el otro, la absoluta certeza de que la crisis hídrica castiga con toda su furia a aquellos valles y remansos que alguna vez exhibieran ese verde tan propio de algún poema lorquiano aprendido en el colegio.
La política y los conflictos tampoco han estado ajenos, desde los tiempos del efímero gobernador provincial Gonzalo Miquel en los días de Piñera 1, quien -dicho por él mismo- "pagó caro" su "batalla contra el aprovechamiento ilegal del agua" y cuyos estertores pueden ser vistos hoy en numerosos rayados por todo La Ligua, incluyendo el eslogan de moda en su entrada histórica: "Esto ya no es sequía, es saqueo". Simultáneamente, una joven sueca de 16 años convoca marchas y manifestaciones en 163 países -Chile incluido- contra el cambio climático y nos exige a los adultos tener la decencia de legar a nuestros hijos un mundo, si no mejor, al menos no peor de lo que lo recibimos.
La lucha por el agua cruzó las fronteras para desembarcar en Europa, en países como España y Alemania, cuya prensa ha dedicado algo más que tinta para describir el angustioso presente de los agricultores y crianceros de la zona. Precisamente hoy, en el Opera House de la ciudad de Nüremberg, escenario de tantas vilezas, Rodrigo Mundaca, vocero del Movimiento de Defensa por el acceso al Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente (Modatima), será galardonado con el Premio Internacional de Derechos Humanos 2019 por lo que se considera su ejemplar lucha por el libre acceso al agua en Petorca.
Porque la cáscara de su suelo poco sabe de clorofila y fotosíntesis. Ahora, si usted tuerce su camino desde valle hermoso hacia las localidades de Cabildo, Artificio, Pedegua, Hierro Viejo y Petorca, se dará cuenta de que la crisis que insulta a sus habitantes, sus animales y lo que alguna vez fueron sus plantaciones es tan indignante y tan violenta su sequía, que a la gente ya ni lágrimas le quedan.
Por lo mismo, no es ninguna herejía ni llamado al desorden público admitir que aquella zona -declarada de catástrofe por el actual gobierno y pronta a ver cómo sus animales son llevados al sur por la falta de agua y forraje- está en un limbo sin salida y la capacidad fiscalizadora de la DGA es insuficiente.
El próximo debate por la reforma al Código de Aguas, que data de 1981, debiese ser el punto de inflexión que marque los próximos 50 o 100 años de la provincia de Petorca, regulando -como lo piden los propios parlamentarios oficialistas como Andrés Longton- las aguas y napas subterráneas y también la verdadera capacidad de las cuencas, hoy agotadas según los regantes. Por lo mismo es tan importante mantener la altura en la discusión de la citada reforma y no tropezar, una vez más, con la vieja dicotomía -que no tiene por qué ser excluyente, para eso los parlamentarios reciben un sueldo, que no es poco: para conseguir acuerdos- entre el derecho al agua y la tan manoseada certeza jurídica.