Creo firmemente que la sexualidad es un componente fundamental en el desarrollo del ser humano y que se va modificando a través de todo nuestro ciclo vital. En otras palabras, la sexualidad, el deseo sexual, termina al extinguirse la vida. En el contexto del desarrollo saludable y satisfactorio de una persona mayor, la vivencia de la sexualidad es posible, pese a que perduran vestigios que mantienen ciertas creencias que no dan cabida a su expresión "a esa edad".
Si aún existe cierta resistencia a reconocer la sexualidad en las personas mayores "sanas", imaginemos las que pudieran aparecer en torno al rol de la sexualidad en personas que padecen Alzheimer. Para la pareja puede resultar un dilema enfrentarse a esta situación, como pensar que no está bien tener sexo con una persona que tiene esta enfermedad porque no tiene la certeza si se trata de algo consentido, o porque parece no ser la persona que era, porque no nos reconoce, porque nos confunde con otro/a, porque parece haber olvidado cómo hacer el amor, o porque tiene "comportamientos sexuales" que incomodan a otros. En este escenario es frecuente que parejas y cuidadores sientan culpa, vergüenza, confusión y se distancien, provocando una sensación de desconcierto e incluso respuestas agresivas en la persona con Alzheimer.
Por lo general, las personas con la Enfermedad de Alzheimer presentan menos estos "comportamientos sexuales inapropiados" que otros tipos de demencias; sin embargo, buscan intimidad sexual. La sexualidad no sólo cumple una función lúdica, reproductiva y social; también es un factor relevante que permite la disminución de sentimientos de soledad, de miedo y de ansiedad. En otras palabras, se trata de una fuente que promueve un mayor bienestar y una mejor calidad de vida, incluso en personas con Alzheimer.
Nuestra dificultad para hablar sobre sexualidad, incluso en profesionales de la salud, impide y entorpece la resolución de problemas sexuales. La ignorancia es madre de la intolerancia y de esta nacen la segregación, el rechazo y la agresión. Por tanto, mientras más conocimientos y educación sobre sexualidad se difundan en la población, se favorecerá la adopción de actitudes más tolerantes y comprensivas respecto al sexo.
En este sentido, reconocer el rol de la sexualidad en la vida de las personas que padecen demencia, es un reto en el que nos queda mucho por recorrer. Abrir el debate permite visibilizar esta dramática realidad humana, permite que se abran espacios de diálogo para compartir vivencias, sortear prejuicios, sanar heridas, encontrar alivio y compresión.
Tal vez, el inicio está en lograr comprender que la sexualidad en la persona con Alzheimer puede tener un poderoso valor adaptativo, fundamentalmente porque es la expresión de una profunda necesidad que no desaparece con la enfermedad: la necesidad de ser y de sentirse amados.